Duque y la farandulización de la política

Duque, en pocos años, poco o nada será recordado pues ni siquiera podrá ser considerado como parte del “gobierno de transición de la guerra a la paz” que el país esperaba.

Opina - Política

2018-11-11

Duque y la farandulización de la política

Al venir y devenir atado políticamente a la imagen de su mentor, Iván Duque Márquez, como Presidente, corre el enorme riesgo de hacerse insustancial, lo que le abre y le traza, inexorablemente, dos caminos: el primero, dejar que la inercia institucional haga su trabajo, mientras su imagen se desgasta y él mismo se torna en una especie de presidente-fusible que en menos de cuatro años dejará de ser funcional al Régimen y a los intereses que representa el expresidente Uribe.

El segundo camino, prestarse, sin mayores  aportes y sugerencias, para que el Régimen se consolide en la misma perspectiva histórica que lo acompaña y de la que no es ajeno su venerado “presidente eterno”, quien en ocho años de mandato, sirvió con creces a los sectores del Establecimiento que lo acogieron como parte del cruel experimento de saber hasta dónde el Régimen de poder podía estirarse éticamente con la puesta en marcha del Todo Vale.

Eso sí, con los dos caminos, Duque, en pocos años, poco o nada será recordado pues ni siquiera podrá ser considerado como parte del “gobierno de transición de la guerra a la paz” que el país esperaba, por cuanto decidió jugar a hacer, lenta, pero progresivamente, trizas el Acuerdo Final de La Habana.

La demostración clara de esto último es el proyecto que cursa en el Congreso de (des)ajuste a la JEP, con el aumento en el número de magistrados (serían 14 más), con lo que sin duda se busca deslegitimar a la jurisdicción misma y a sus jueces y abre la posibilidad para que lleguen magistrados afectos a la causa (para) militar. Es el caso de la magistrada Cristina Lombana, quien es juez militar y, además, funge como oficial de la fuerza.

Al final, lo que busca Uribe, y Duque secundándolo, es evitar a toda costa que se investigue y se sancione a los militares responsables de delitos de lesa humanidad y por esa vía, impedir que se construya la Verdad Histórica que el país necesita, en particular en lo que tiene que ver con los terceros civiles que aportaron millonarios recursos económicos y logísticos en apoyo a las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) y a la consolidación del fenómeno paramilitar.

Sin una agenda política orientada por el interés genuino de gobernar a Colombia, como exhibieron Uribe y el propio Santos, entre otros, Iván Duque pasa los días en la Casa de Nariño sostenido por la tradición presidencialista y guiado por la agenda política del Centro Democrático.

Dado su nulo talante como presidente, busca ser efectista mediáticamente hablando, y recurre a la imagen popular, pero cuestionada, del cantante Maluma, para disipar las críticas y pasar algunas horas tranquilo gozando de un poder político heredado.

Su juego con el balón de fútbol y su guitarra, poco a poco se convierten en símbolos de la banalización y la farandulización de la política. Duque parece ser consciente de que él se encontró con la Presidencia. Lo contrario sucedió con sus antecesores, quienes si buscaron llegar a la Casa de Nariño (y de Nari).

En el caso de Uribe, para «vengar la muerte de su padre», según él, asesinado por las Farc, asunto que la propia dirigencia fariana desmintió; y por el lado de Juan Manuel Santos, como hijo de la élite bogotana, se trató de un sueño cumplido: «nació» para ser Presidente y lo logró.

Con su alcabalera y nefasta propuesta de reforma tributaria, Duque Márquez expone su pobre liderazgo y su incapacidad para dar una discusión técnica y política de la cuestionada iniciativa. Discusión que tampoco asume el ladino Ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla quien salió indemne del conato de moción de censura por el oneroso negocio de los bonos del agua.

Por el contrario, envía a su inexperto viceministro para que “atienda” a los medios, dejando de esta manera una imagen de improvisación y de descoordinación política que solo sirve para consolidar la imagen de inexperto, bisoño e incluso, de “títere”, tal y como se les tilda y cuestiona en las redes sociales.

Ante la inesperada reacción de importantes gremios económicos y ante un clima creciente de protestas sociales, Duque guarda silencio y deja que Uribe se erija como el “salvador” de los pobres y de la clase media, ante la arremetida tributaria de Carrasquilla. Incluso, para cientos de miles de ingenuos, sus planteamientos hacen parte de una acción decidida del CD de hacerle oposición al Gobierno.

Realmente, estamos ante un muy bien pensado juego político que tiene a las elecciones regionales de 2019, como el norte del líder natural del Centro Democrático, pues allí se juega en parte la extensión en el tiempo del proyecto político que le «encargaron» a Duque.

Por ello, el senador Uribe sabe que el desgaste de la imagen que sufrirá su ungido puede poner en riesgo la consolidación del proyecto de país que encarna el Centro Democrático, el mismo que comparte con el poco carismático Germán Vargas Lleras.

Proyecto que se caracteriza por extender el monocultivo como práctica agrícola (agro combustibles), deforestar lo que queda de la Amazonia, restringir libertades ciudadanas; evitar, con la ayuda de la Corte Constitucional, que Petro Urrego se presente a las elecciones de 2022, y hacer todo lo que administrativa, política y jurídicamente se pueda hacer para impedir que el proceso de implementación del Acuerdo Final (II) llegue a un final feliz.

Así entonces, mientras que Duque juega y aporta a la farandulización de la política, Uribe y Vargas Lleras transan, negocian, acuerdan, se distribuyen el poder político y se erigen como los dos grandes bastiones de un Régimen que, al decir de Álvaro Gómez Hurtado, simplemente es un conjunto de complicidades.

 

 

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Germán Ayala Osorio
Docente Universitario. Comunicador Social y Politólogo. Doctor en Regiones Sostenibles de la Universidad Autónoma de Occidente.