Las fórmulas proteccionistas por las cuales propende hoy el Presidente de los Estados Unidos, son las mismas que muchos sectores de izquierda han venido proponiendo desde hace varias décadas, cuando con cifras en mano ha quedado ampliamente demostrado que el libre comercio aumenta la brecha de desigualdad y pobreza al marchitar la producción nacional y el empleo. Puede no ser fácil entender por qué los promotores del neoliberalismo o liberalismo salvaje, que es el nombre que mejor le va, defienden ese modelo. Ello sí lo entienden, y es que unos pocos ganan mucho, contra la tragedia nacional de todos.
Mamertos, es el calificativo con el que de inmediato señalan a quienes han venido advirtiendo sobre la necesidad de cambiar el modelo económico, y sin embargo, a nadie se le ha escuchado decir que Donald Trump es un mamerto.
Los anuncios que ya se van convirtiendo en órdenes ejecutivas, apuntan a proteger el «empleo americano para los americanos», y eso no sería malo si dicho proteccionismo se estuviera pensando en términos de equidad para con los países del resto del mundo; lo malo es que muy seguramente ellos, Trump y las multinacionales estadounidenses, pretenderán continuar inundando nuestros mercados con sus venenos químicos y semillas transgénicas como fórmulas de desarrollo agropecuario, obligándonos a comprar sus bienes y servicios, al amparo de los TLC suscritos.
Las cifras corroboran lo que nuestros mamertos criollos pronosticaban: el libre comercio negociado de la manera como se ha venido haciendo (ratificado con la Reforma Tributaria impulsada por Santos) marchitó el empleo, no solo en nuestros países, también en los Estados Unidos, porque la mayoría de las empresas, aquí o allá, son dirigidas por empresarios a quienes solo les importa mejorar sus utilidades, no generan empleo digno ni son responsables socialmente con las comunidades donde operan.
Para poner tan solo un ejemplo: el cierre de fábricas de la industria automotriz norteamericana, las cuales abren sus puertas en México y países vecinos del Río Grande hacia el sur, representa la pérdida del empleo para miles de norteamericanos, empleo que ganan otros miles de latinoamericanos, quienes lo disfrutan, pero con un sabor amargo. Nuestras legislaciones, laxas con las multinacionales, no exigen empleo formal ni condiciones dignas de trabajo, así que los buenos empleos que pierden los estadounidenses, se convierten prácticamente en mano de obra de esclavitud moderna en nuestros países.
La balanza comercial de exportaciones e importaciones de bienes es negativa, estamos importando mucho más que antes de los TLC y no es cierto que aumentamos exportaciones a ese mercado de 300 millones de personas que representa el pueblo estadounidense. No quiero llover sobre mojado respecto de cifras y hechos, pero la realidad es contundente.
La cebada fue el primer producto que dejó de cultivar Colombia por allá en 1991, cuando César Gaviria nos dijo «bienvenidos al futuro», dando inicio a la apertura económica. El precio de la cerveza no se redujo pero sí las ganancias de las productoras, que dejaron de ser nacionales. Con esa apertura económica que nos vendieron como panacea para comprar barato todo lo que hasta entonces no habíamos podido comprar, vino el cierre de muchas empresas e industrias, aumentando el desempleo.
La apertura económica y los posteriores TLC, arrasaron con el campo, con banano, cacao, arroz y café. Los gringos que eran nuestros principales compradores, vía Tratado de Libre Comercio, inundaron nuestro mercado con café vietnamita porque ellos no eran capaces de producirlo, hoy, sin embargo, se anuncia que los Estados Unidos producirán también el grano.
Los campesinos que diversificaron a frutas tropicales como pitahaya, uchuva y chontaduro, entre otros, también se declaran en bancarrota por la competencia desleal que representa el contrabando, las importaciones, y los altos costos de los insumos agrícolas que compramos al país del norte.
En Cali como en otras ciudades del país, grandes bodegas donde funcionaron pequeñas y medianas industrias, dieron paso a discotecas y centros comerciales que no reemplazan los empleos perdidos por la apertura económica.
Colombia, como Estados Unidos y cualquier otro país del mundo, debería importar solo aquello que no produce. Los chinos durante muchos años tuvieron que importar las puntas de acero necesarias para dosificar la tinta con que escribe un bolígrafo, no habían conseguido producirlas ellos mismos, y ahora que por fin, tras décadas de investigaciones y estudios, lograron hacerlo, pueden tener la certeza de que no volverán a importarlas.
Los mercados internos de las naciones son importantes, la soberanía alimentaria es necesaria, la sanidad económica garantiza empleo y el consumo de bienes y servicios estimula un círculo virtuoso de ingresos y gastos. No hay que ser un gran economista para entender esto, sin embargo, los amantes del neoliberalismo, un invento no de naciones sino de empresas, no están de acuerdo.
Nada me resulta más odioso que la figura, el pensamiento, el discurso y las actitudes del nuevo presidente gringo, pero es un hecho que las fórmulas económicas aplicadas hasta ahora, no le están sirviendo al mundo, ni siquiera a los Estados Unidos, y por tanto, deberíamos mirar la realidad del hambre que padecen nuestros pueblos. No es una coincidencia que hoy muera de hambre una cifra desconocida, pero real, de niños y niñas en todo el país… no hablamos de eso, pero muchos están muriendo en el Valle del Cauca por causas asociadas a la desnutrición.
Colombia se apresta a un nuevo debate electoral, en el que los temas de distracción siguen siendo la guerra y la paz, nos quieren agregar la corrupción, pero se niegan a mirar el modelo económico. Nadie quiere el modelo venezolano o cubano, sólo queremos verdadera democracia, con justicia social, verdadera libertad, equidad, trabajo digno y garantías efectivas para el respeto de nuestros Derechos Humanos. Si para conseguir eso, hay que ser «mamerta», pues que así sea, y en eso me pongo del lado de Trump, el mamerto, para exigir la defensa del campo y el empresariado colombiano, ellos sí nos darán de comer, si fortalecemos sus renglones de producción.