Columnista:
Germán Ayala Osorio
En los registros sanitarios y de Medicina Legal quedará consignado que a don Raúl Antonio Carvajal lo mató el COVID-19. Pero la historia mediática y política de este país deberá registrar y reconocer que este aguerrido anciano, por cuenta de la desidia del Estado, de tiempo atrás deambulaba muerto reclamando justicia para su hijo, un cabo del Ejército asesinado por propias tropas por negarse a perpetrar un «falso positivo».
Don Raúl montaba todos los días en su furgón, la rabia, el desconsuelo y la tristeza de ver que ninguna institución oficial o político alguno escuchaba su clamor por esclarecer quiénes asesinaron a su hijo. Ese vehículo bien puede convertirse en el símbolo del dolor que dejaron en él y en su núcleo familiar, los militares que participaron del crimen de su vástago.
Su furia lo llevó a increpar a Álvaro Uribe Vélez, a quien le dijo lo siguiente: «Ojalá le mataran un hijo a usted para que usted supiera lo que duele la muerte de un hijo, cuando un hijo es bueno. Pero ustedes son unos asesinos, porque si ustedes no tuvieran que ver con el asesinato de mi hijo, hubieran dejado que se investigara, y yo personalmente le entregué una carta en la finca El Ubérrimo, ¿sí o no se la entregué? (…) Ustedes no han querido dejar que se esclarezca el asesinato de mi hijo».
De ese calibre fue el sufrimiento y de ese talante el carácter de don Raúl, pues fue capaz de reprender a uno de los políticos más temidos de Colombia y responsable políticamente de por lo menos el 70 % de las ejecuciones extrajudiciales cometidas en el marco de la política de Seguridad Democrática.
Lo mismo hizo con Santos, quien cohonestó con las criminales prácticas de los «falsos positivos» cuando fungió como ministro de Defensa y jefe de Estado: «Usted era el ministro de Defensa en el 2006. Asesinaron a mi hijo en el Norte de Santander, usted con Álvaro Uribe Vélez. Usted no es ningún presidente, usted es un asesino de los colombianos».
Ahora que el expresidente Santos compareció ante la Comisión de la Verdad y pidió perdón a las madres de Soacha y a otras cuyos hijos también cayeron en la macabra, sistemática y oficial práctica, debería de reunirse con las víctimas y hacer especial mención a don Raúl Antonio. Quizás con ese gesto, Carvajal pueda descansar en paz. Con su partida, se llevó parte de su indignación. Pero la otra, sigue ahí, incrustada en la carrocería de ese camión con el que recorrió las vías que todos los días lo condujeron a la sin salida, al vacío de una verdad y a la justicia que jamás vio llegar. Las letras de la marca del camión quizás sirvan como acrónimo para señalar a quienes asesinaron a su hijo: JAC (Jóvenes Asesinando Colombianos).