Columnista:
Alejandro Córdoba
El joven, en su condición de sujeto transversal al cambio, en cualquier lugar y hora, siempre apuesta por cambiar la naturaleza de las cosas por la que es subsumido y de la cual hace parte en un momento dado. El trabajo del joven es fundamental para pensarse cambios estructurales en una sociedad que se ha construido sin su participación, de aquí que los jóvenes siempre busquen alterar la normalidad de las cosas que le han sido impuestas.
De acuerdo con el El Tiempo (2019) el censo realizado en 2018 arrojó que el 16 por ciento de la población está entre los 18 y 26 años, un dato considerable para rastrear un acercamiento a la cantidad de jóvenes que hay en el país. Toda esta generación ha estado formada bajo una educación, religión y sociedad que no atiende a sus necesidades, y que por tanto han buscado repensarse en otros términos para salir de ese atraso generacional que los sigue condenando.
Somos jóvenes cansados de la situación, vivimos en una constante incertidumbre, sufrimos y no sabemos por qué lo hacemos, pero a la par somos jóvenes que alzamos la voz, que nos oponemos a toda forma de autoridad, que buscamos un cambio inmediato en el mundo, en suma, somos jóvenes que no tenemos nada que perder.
Quizá muchas veces nos han dicho que el futuro es nuestro y que nos debemos a él para que nuestros sucesores puedan disfrutar del mismo. Lo complejo del asunto es que el mañana no es nuestro, es más, no es de nadie. La composición de este se debe a una generación que la ha construido en un momento histórico para su beneficio, y no hemos podido dar cuenta de esa generación ni de ese momento. Lo único que sabemos como jóvenes es que luchamos, quizá, por un mañana que queremos cambiar, que queremos irrumpir pero que no está dibujado y nunca lo ha estado porque la otra generación no ha cedido su lápiz.
No hemos de irnos muy lejos para recordar las masacres que sucedieron hace unas semanas en Llano Verde y en Samaniego. Radiografías «vivas» de un Estado que ha condenado a sus jóvenes a la «muerte». Es por ellos y por más asesinados dejados a su suerte que hoy y siempre nos compone la idea de pensar que ya no queremos ese país que enterró a sus jóvenes sin justificación alguna. Lo que anhelamos es desenterrar toda alma joven en el país y tomarla como bandera de lucha para vislumbrar el paso siguiente.
Los de la otra generación, en su mayoría, nos tildan de ser una generación revoltosa, la cual daña todo y no construye nada, pero lo que no saben es que ellos son nuestra contraparte, es decir, reaccionarios. Casi que no se puede establecer un punto de acuerdo entre las partes, son visiones distintas, generaciones que apelan a un proyecto diferente y que se distancian. Quizá no es culpa de ellos ni de nosotros, tal vez sea culpa de ambos.
Desearía volver al título, eso de disrupción generacional crea un aire de renovación profunda que ha estado aplazada por mucho tiempo, no sabemos cuánto. El presente es nuestro, y cada día nos apropiamos más de el, las calles y las plazas seguirán sintiendo el latido de una generación que no tiene nada que perder pero que hace todo por obtener eso que nunca le fue dado.
Así como todos fuimos jóvenes en algún tiempo, así mismo los jóvenes del presente tenemos la tarea histórica de crear un país donde no se nos condene por eso, por ser sujetos transversales.
¿Cuál es el presente de los jóvenes?
Fuente:
Economía y Negocios. Cuántos jóvenes hay en Colombia. El Tiempo.