Discrepar es vivir

El colombiano ha crecido, ha vivido y permanece en medio de la pelea, de la venganza, del odio, del aniquilamiento del otro, no solo del físico sino del moral.

Opina - Sociedad

2017-10-24

Discrepar es vivir

Si bien es cierto que de los errores se aprende, también lo es que de las opiniones contrarias, se aprende más. Qué sano es escuchar, entender y tratar de encontrar las razones de los demás, así, para uno, no las tengan. Porque quizás, ni uno mismo tenga esa bendita razón.

Pero es sano si en ese tratar de entender uno ve posturas centradas, lejos de fanatismos, de la violencia gestual o retórica, o si encuentra en las opiniones ajenas elementos que puedan darle a uno más posibilidades de defender los argumentos propios o por el contrario, cambiar de opinión, si fuera ese el caso, una vez acabado un diálogo, una charla o un chat.

La política, la religión, el deporte, y, en general, temas que involucran pasiones y posturas arraigadas desde la más tierna infancia, son los que producen enfrentamientos a veces improductivos y lejos de poder cambiar una realidad que a todos nos cobija.

Pero como son temas que todos los días y a toda hora tendremos que abordar, lo mejor sería hacerlo en consonancia con una realidad: la de que los otros también valen, tienen historias distintas a las nuestras, vidas diferentes y, por lo tanto, posturas diametralmente opuestas que deben ser respetadas.

La defensa de una posición o una visión de mundo no pueden pasar por encima del respeto a la divergencia y a la discrepancia. En ese sentido, lo que uno pueda pensar, o creer, o defender, debe llegar hasta cuando la razón del otro no lo asimile.

Es decir, cuando uno descubre que por más argumentos que se tengan, no son válidos ni sirven para persuadir o hacer cambiar de opinión al interlocutor, lo mejor es abandonar una charla, buscar a alguien que explique mejor lo que uno no pudo, o simplemente entender que no hay por qué convencer a nadie de nada.

En últimas, cada quien es libre de pensar, de actuar, de decir y de decidir lo que quiera. De lo que no se es libre es de ofender, de insultar, de agredir o de victimizar a nadie.

Y así son la política y todos los temas arriba citados, hoy en Colombia. Esos tópicos se han convertido en la fuente principal, y casi indispensable, de los enfrentamientos en las redes, en las familias, entre los amigos, en la academia, en las escuelas y colegios, en donde debería brillar por su presencia el respeto, la capacidad de análisis y el diálogo serio, honesto, vehemente, si se quiere, pero alejado de la enemistad que se pudiera generar en torno a él.

Los hechos que vivimos en el Congreso, en la vida política nacional, entre opositores y amigos del Gobierno, entre opositores y amigos de x o y alcalde o entre hinchas de uno u otro equipo de fútbol, no nos dejan más que pensar que la paz que se consiguió con las Farc o que la visita del papa Francisco no sirvió para desarmar los corazones y que lejos estamos de una reconciliación. El colombiano ha crecido, ha vivido y permanece en medio de la pelea, de la venganza, del odio, del aniquilamiento del otro, no solo del físico sino del moral.

Verá pasar los años, verá castigos para quienes los merecen, pero seguirá pidiendo más. Seguirá frotando sus manos y saciando su inmenso revanchismo al encontrar, todos los días, a toda hora, en todos los frentes y en todas los momentos, que puede haber más motivos de discordia, más elementos para pelear y menos opciones para la concordia.

Así es el ser humano, en resumidas cuentas. Pero el colombiano es sui generis porque cuando algo parece estar bien, busca la forma para que esté mal. Cuando algo ha culminado, busca la manera de iniciarlo. Cuando hay vida, busca muerte. Cuando hay amor, busca odio.

Y no hay por qué recriminar a ese ciudadano que pretende verlo negro todo. Al fin y al cabo tiene razón. Esos que son positivistas, optimistas extremos, son más negativos de lo que uno cree, porque solo ven los problemas, ¿o si no para qué se la pasan buscando soluciones a lo que, a veces, no las tiene?

El asunto de creer que se tiene la razón es un asunto machista también. Aquí el ‘matoncito’, el ‘gritoncito’, el ‘berraquito’, es así porque desde niño le dijeron que no se dejara joder, que no diera el brazo a torcer, que no le diera la razón a nadie, que lo que valía era lo que él dijera y que el resto, de malas.

Aquí es impensable darle la razón al otro porque eso es señal de debilidad, señal de que se perdió, cuando en realidad se ha ganado. Agachar la cabeza, cuando toca, no es opción válida para algunos. Hay que ganar las ‘batallas’ así sea con mentiras, con engaños, con estratagemas y bajezas.

Y lo peor es que la gente termina creyendo esos inmundos métodos, y adoptándolos. Repite sin cesar lo que está comprobado que no es verdad, hasta creer el engaño para tratar de metérselo en la cabeza a los demás. La discusión inmoral, rastrera y poco edificante es la que impera en esos que gritan a todo pulmón que lo que toca es gritar, que lo que toca es ‘darle duro’ al otro, embestirlo hasta dejarlo postrado y humillarlo hasta que no pueda recobrar su dignidad.

Y cuando se habla de justicia, de una justicia distinta, de una opción diferente para que todos nos regocijemos con el perdón, lo que se dice es que hay impunidad, que no puede haber justicia sin barrotes, que la cárcel cura al delincuente, la humillación al arrogante; la lapidación al ladrón o al pecador, la burla al que se equivoca, o la venganza, hasta la desaparición, al que no piensa igual.

Que no podamos hablar con nadie sin que se atraviese el ídolo, el mesías del uno o del otro, el fanatismo, el rencor, el odio, es muestra de lo que es Colombia, de lo que ha sido y de lo que será, si no hay un alto en el camino. Un alto para la reflexión, para la duda, para la recapacitación y la introspección, para el raciocinio y el real análisis de lo que nos conviene, de lo que no, de las cosas en las que nos equivocamos, de las cosas en las que acertamos.

Así deberían ser las discusiones, los encuentros. Así debería ser la política, esa que en sus orígenes buscaba el bien común, pero que hoy no es más que la búsqueda desesperada por un poder que no ha servido para nada sino para generar violencia, divisiones, polarización, rencor, envidia, sangre y muertos.

Pero no se preocupen, amigos, que no lo será. La política en Colombia seguirá siendo el lodazal en el que se revuelven, con las peores vestimentas, esos que quieren gobernarnos y esos que al colombiano común y corriente le gustan. Aquí el que habla de reconciliación y de paz no tiene cabida. Que nos gobierne el odio, entonces. Ustedes mandan con su voto.

 

Adenda 1: Que se denuncie todo lo que está mal, que se haga sin temores, que se muestren pruebas, que se hagan fuertes debates en el Congreso, pero que ojalá ese recinto deje de ser la plaza de mercado que ha sido siempre y se vuelva un espacio para el aprendizaje, para las discusiones con altura, para la sindéresis que esperamos de quienes nos representan. Claro, y que pase algo con esas denuncias, porque ya sabemos que nunca pasa nada.

Adenda 2:  El periodismo es una profesión que se debe ejercer pensando que es un servicio público, que la gente es la que debe estar por encima de todo. Que a unos les guste uno u otro periodismo no significa que todos, absolutamente todos, los que ejercen el oficio sean unos vendidos, unos regalados o unos comprados por los políticos o por los mismos medios. En todos lados y en todas las profesiones hay de todo.

 

( 4 ) Comentarios

  1. Gracias, me gustó, hay puntos con los que no estoy de acuerdo, pero en general si

  2. Muy buena la apreciación del autor, gracias de verdad por importarle los ciudadanos.

  3. Replyfernando calvo sanchez

    Toda Verdad o mentira tiene dos lados definidos y muchas Aristas, parecido al yin o yang con todas tonalidades lo grave es que uno cree tener la Razón y sino se combina la mente y el corazón para aceptar la verdad,Pailas !! Dualidad vivimos en mundo dual.
    Entonces los Colombianos somos buenos para argumentar,entender y complicarnos la vida por algo como la paz, eso no tiene discusión !!

  4. Es muy fácil decir, lo difícil es hacer. El error solo puede enseñar error, la experiencia enseña cual es el error y cual es el acierto, así que hay es que aprender de la experiencia y para nada aprender del error, por eso se sigue en el error, por aprender del error.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Mauricio Galindo Santofimio
Comun. Social-Periodista. Asesor editorial y columnista revista #MásQVer. Docente universitario. Columnista de LaOrejaRoja.