La hora pactada: 6:30 de la mañana, para partir a las 7. Lugar: entrada principal de la Universidad. Después del llamado a lista, “embarcamos” en un cómodo autobús, con aire acondicionado, que nos llevaría hasta Miranda (Cauca), para luego hacer trasbordo a una “chiva” o mixto, como llaman en Florencia y Neiva a los buses escalera.
Después de un cruce de llamadas para cambiar la ruta previamente trazada, nos dirigimos hacia el municipio de Padilla, un pueblo de corteros de caña y comerciantes, acosado y cercado por el monocultivo de la caña de azúcar, y la consecuente pobreza asociada a esta forma de latifundio.
Padilla era el punto de encuentro para recoger allí al contacto dispuesto por el Mecanismo de Monitoreo Tripartito encargado, entre otros asuntos, de coordinar visitas a las zonas campamentarias en las que hoy las Farc concentran sus tropas, en el marco de lo acordado en La Habana.
Como de la nada apareció “Ramón”[1], un hombre fariano, meztizo y con historias de paz y guerra por contar. Un corto saludo y tomamos la estrecha vía que nos llevaría hasta Miranda. En un recorrido de casi dos horas, estudiantes y profesores llegaron al parque principal del municipio caucano. El pueblo se preparaba para un festival por la paz. Así que la celebración municipal bien podría tomarse como un reflejo de lo que sucedería más tarde en el Punto Transitorio de Normalización (PTN), Dagoberto Ortíz. Porque la paz es fiesta y la guerra, dolor y desazón.
Al tomar la vía hacia la vereda Monterredondo, pareciera que varios puntos de la Agenda de La Habana, tomaran vida de repente. En el camino montañoso, fueron apareciendo la pobreza, el histórico latifundio de la caña, los cultivos de pan coger (coca y plátano) y las vías secundarias y terciarias a medio hacer. Es decir, esa Colombia rural vista con desdén por los centros de poder, Popayán y Bogotá, estaba allí, a la vista de aquellos que hasta ese sábado 27 de mayo de 2017, jamás traspasaron las fronteras de esa Cali que nos hace olvidar que existe algo más allá de sus límites.
Estudiantes y profesores a la expectativa, miraban y registraban el recorrido por una vía tan estrecha, que bien los cultivos de coca se podrían acariciar al estirar las manos por las ventanas. Mientras se ascendía la pendiente, en el PTN se preparaba la celebración de los 53 años de lucha de unas Farc-EP comprometidas hoy con la Paz, a pesar de los incumplimientos del Gobierno de Santos y del Estado en su conjunto, en relación con la adecuación de los campamentos acordados para facilitar la concentración y la posterior desmovilización de farianas y farianos. Y ni qué decir del reciente fallo de la Corte Constitucional que resiente la confianza de los guerrilleros rasos en el proceso de paz.
En el recorrido, un primer filtro a cargo de hombres del Ejército Nacional. El sargento al mando, confirmó la información y pudimos continuar el camino empinado, buscando el PTN, enclavado en las montañas de Miranda. Luego, un segundo filtro a cargo de indígenas del CRIC, organización indígena que al parecer tiene diferencias con quienes hoy están concentrados y casi listos para emprender una nueva vida. Todo por el territorio.
Seguimos avanzando. El conductor de la “chiva”, sin percartarse del detalle, impedía la conversación y la apreciación del paisaje con un estridente equipo de sonido. Canciones de reggaeton, bachata y salsa, entre otros ritmos, a punto de reventar los parlantes, sonaban sin descanso.
De repente y en una pronunciada curva, el tercer filtro de seguridad. Nuevamente hombres del Ejército Nacional exigieron una requisa a estudiantes y profesores. El papel de estas unidades militares es evitar que las Autodefensas Gaitanistas cumplan la amenaza de atacar este PTN y otras zonas campamentarias. Hecho que confirma que el paramilitarismo sigue vivo y solo esperan, sus hombres en armas, el momento preciso para irrumpir en una o en varios de estos campamentos.
Continuamos en el camino por una loma que por momentos se hacía interminable por las expectativas de los estudiantes de periodismo que por primera vez, al igual que varios de los profesores, podrían hablar con comandantes y guerrilleros de las Farc. Si, vestidos de civil, pero combatientes al fin.
Llegó la hora: desembarcar
Después de tres pitazos del conductor del bus escalera, y de parar en plena loma, nos tiramos de la “chiva” para el registro en la improvisada entrada al PTN. Y allí, nuevamente, la Colombia mestiza, indígena y afro, y ese país campesino, se nos paraba en frente con la dignidad de siempre, a pesar de los golpes que se ordenan y se fraguan desde centros de poder económico y político como Popayán, Cali y Bogotá.
Uno a uno, con escarapela en mano, fuimos entrando al PTN. A decir verdad, un lote con algunas mejoras e instalaciones que más parecen, en su conjunto, el lugar para alojar a trabajadores de la construcción de una finca, o a la familia de un agregado. Nada parecido aún, a lo acordado en La Habana.
Campesinos, familiares, invitados y muy seguramente amigos de la zona estaban allí a la espera de la celebración de los 53 años de las Farc. Periodistas internacionales entrevistaban al Comandante Alirio, quien posteriormente hablaría con los noveles periodistas. Y nuevamente, esa Colombia campesina, humilde, luchadora y curtida por el sol y por la guerra, se hacía presente en el menudo y maltratado físico del Comandante Alirio: hombre menudo, de unos muy cortos 1.65 de estatura, fungía como la autoridad moral y militar en ese PTN, que a pesar de los avances logrados por los mismos guerrilleros, y algunas pinceladas en las obras de adecuación, sigue aún en “borrador”.
En un círculo a medio hacer, como todo en este PTN, el Comandante Alirio atendió una a una las preguntas de los estudiantes de periodismo de la Universidad Autónoma de Occidente. En particular, muchachas y muchachos matriculados en la asignatura Comunicación, Conflicto y Posconflicto. Ante un interrogante, el pequeño combatiente hizo énfasis en que las Farc siempre estuvieron allí en esa zona y que ni la escalada militar impulsada por la Política de Seguridad Democrática de Uribe, logró sacarlos de allí y hacerlos esconder en los confines de lejanas maniguas.
El Fútbol: síntesis y sintético
En lo que sí ha cumplido el Gobierno de Santos en este PTN es con la entrega de una cancha de fútbol sintética, que me hizo recordar la película Golpe de Estadio. Y es que el fútbol, como deporte espectáculo, termina siendo la síntesis de esa Colombia rural y urbana que ha conversado y dialogado mal durante tanto tiempo, por los mezquinos intereses de unos cuantos. En especial, por cicateros latifundistas y ganaderos, entre otros.
Varios partidos se jugaron en la muy bien terminada cancha, mientras que los alojamientos para los guerrilleros están en “obra negra”, como está la construcción de esa paz estable y duradera que se pactó en la Cuba de los Castro.
Llegó la hora: a celebrar
Cerca de las 4 de la tarde, y en frente del campamento, un tímido bosque de niebla nos recordaba un mejor pasado del ecosistema boscoso de la vereda Monterredondo. Allí, tres comandantes, entre ellos Alirio, instalaron oficialmente la jornada de celebración de 53 años de lucha armada que se llevó la vida, en la guerra, de cientos de miles de niños y niñas farianas que hoy, a sus treinta y tantos años, esperan, con incertidumbre, que el Estado cumpla y evite que la amenaza que recientemente lanzó alias “Trizas” (ex ministro de Uribe, Fernando Londoño Hoyos), se cumpla y que “el maldito papel que llaman Acuerdo Final”, termine en la inmensa hoguera que ya prepara esa parte del Establecimiento que se opone a la transformación de esa Colombia rural y de la forma de hacer política.
En la mesa principal, tres comandantes hombres. Dos trofeos para quienes jugarían más tarde un partido por la paz, Y varias tortas. Al frente, una treintena de civiles y guerrilleros rasos, escucharon el orden del día, cantaron el himno nacional de Colombia, el de las Farc y las sentidas cartas de tres mujeres estudiantes de periodismo, una de ellas, víctima directa de este largo y degradado conflicto armado interno.
Como el tiempo de las Farc no es el mismo que el de nosotros, a eso de las 4 y 15 de la tarde, nuevamente abordamos el bus escalera, con su música a todo volumen, rumbo a Miranda. Y allí, sin mayor demora, subimos al cómodo autobús. Todos a bordo, a la gran ciudad, con el compromiso de escribir sobre lo visto y vivido en el PTN. Atrás quedaron las dudas y las incertidumbres de varios guerrilleros que nos expresaron sus preocupaciones por el lento y ya tortuoso proceso de implementación del Acuerdo Final (II).
Muy seguramente, después de la resaca por la justa celebración de los 53 años de las Farc-EP, los comandantes deberán continuar con la imperiosa tarea de mantener la “moral” de la “guerrillerada” y fortalecer el compromiso de cumplir con la palabra empeñada. Sin duda, por lo visto y oído en el PTN, los guerrilleros siguen firmes con la búsqueda y construcción de esa paz estable y duradera. Lo contrario vemos de parte del Estado y del Gobierno de Santos.
Al mismo punto de partida regresamos, a eso de las 6:30 pm. El cansancio físico era evidente. Cada uno a su realidad, porque al final sabemos que la guerra siempre estuvo a más de tres horas de nuestras cómodas vidas. Y ahora la paz, cuando está igual de cerca, la miramos con la misma despreocupación con la que observamos las dinámicas de este conflicto armado interno que está finalizando, por lo menos con las Farc.
[1] Por seguridad, el nombre fue cambiado