Columnista:
Daniel Fernando Rincón
A América no solo llegó un comerciante buscando nuevos mercados, según el relato que explica la conquista y dominación del Nuevo Mundo por parte de los europeos reinos ibéricos, empleando categorías de economía política, sino que llegó, según Grosfoguel (2006), en su texto La descolonización de la economía política y los estudios postcoloniales: transmodernidad, pensamiento fronterizo y colonialidad global, él menciona: «un hombre europeo/capitalista/militar/cristiano/patriarcal/blanco/heterosexual» que «estableció en el tiempo y el espacio de manera simultánea varias jerarquías globales imbricadas», y que siglos después de acabarse la colonia, permanecen en su lugar conformando un patrón de poder.
Citando a Quijano (2000), para Grosfoguel «el «patrón de poder colonial» es un principio organizador que involucra la explotación y la dominación ejercidas en múltiples dimensiones de la vida social, desde las relaciones económicas, sexuales o de género hasta las organizaciones políticas, las estructuras de conocimiento, las entidades estatales y los hogares», patrón que persiste en las sociedades latinoamericanas, pero especialmente en una como la colombiana, vergonzosamente desigual, altamente religiosa y poco apegada a valores racionales, donde la figura del hombre, sumada a las demás jerarquías se erige como la norma de normas, infalible, inmune e impune; figura que en este año preelectoral se evidencia con fuerza en varios sectores políticos.
En redes sociales, en los últimos meses se ha visto de manera reiterativa y persistente un gran revuelo alrededor del senador Gustavo Petro y la representante a la Cámara Ángela María Robledo, candidatos presidencial y vicepresidencial respectivamente, por el movimiento significativo de firmas Colombia Humana en las elecciones de 2018, gracias a algunas declaraciones en medios de comunicación de Ángela María, en los que manifestaba el descontento por la forma en que recientemente había sido tratada por algunos sectores de dicho movimiento y que conllevó a la renuncia a su militancia al mismo.
Ante esas declaraciones, muchas personas representativas del movimiento Colombia Humana salieron a compartir trinos de respaldo, frases motivadoras y hasta fotos y testimonios en una decidida campaña por desmentir lo dicho por la representante Robledo: desatando una oleada de reacciones negativas sobre la personalidad de ella; con improperios y juicios de valor; encaminados a desestimar sus declaraciones; socavando su imagen pública; en una abierta campaña de desprestigio.
De acuerdo con el texto Colonialidad y género de Lugones (2008), el que ella denomina «sistema moderno/colonial de género», que es una propuesta que concibe al género como una imposición colonial y que «no puede existir sin la colonialidad del poder, ya que la clasificación de la población en términos de raza es una condición necesaria para su posibilidad», pues «la imposición de este sistema de género fue tanto constitutiva de la colonialidad del poder como la colonialidad el poder fue constitutiva de este sistema de género»; ha reservado para la mujer blanca características de pureza y de pasividad; no solo sexual, sino también con respecto a la autoridad colectiva, a la producción del conocimiento, siendo excluidas de todas ellas, además del control sobre los medios de producción.
Esta exclusión sistemática, se evidencia en el debate entre Petro y Ángela María, cuando se hacen invisibles cuestiones como el nepotismo de imponer a Nicolás Petro, hijo del senador como candidato a la Gobernación del Atlántico, asegurándose el segundo lugar en dicha contienda electoral, y por esa vía su cargo como diputado de la Asamblea Departamental del Atlántico, dada la cantada victoria de Elsa Noguera, candidata de todas las fuerzas políticas tradicionales de dicho territorio; mientras que juzgan y condenan con tenacidad la decisión de Ángela María de negarse a aceptar la «invitación» del senador de lanzarla a ella como candidata a la Alcaldía Distrital de Bogotá, aun cuando era sabido en la opinión pública su lucha jurídica por recuperar su curul como representante, perdida luego de una demanda ante el Consejo de Estado, por supuesta doble militancia.
Este silencio sobre las actitudes del senador, confirman lo afirmado por Lugones (2008), para quien «la supuesta y socialmente construida debilidad de sus cuerpos y de sus mentes cumple un papel importante en la reducción y reclusión de las mujeres burguesas blancas con respecto a la mayoría de los dominios de la vida; de la existencia humana».
Ángela María, a los ojos de los seguidores del senador, quien con su silencio apoyaba esas tesis, debió aceptar la voluntad de este, que conllevaba no continuar con la disputa judicial que la había sacado de su posición como representante a la Cámara, y renunciar a su proyecto político en pro de un «bien común», diseñado bajo la égida de la voluntad del hombre, militar-exguerrillero, blanco, cristiano, patriarca y heterosexual que encarna el senador Petro.
La implícita aceptación de la debilidad de Ángela María en la colonializada mentalidad de los seguidores del senador Petro (hasta de él mismo, al no haber evidencia alguna de sustraerse de esos postulados coloniales de género) que conlleva a la reducción de su papel en el movimiento, a ser «la segunda oportunidad», la seguidora y no la líder, a ser la promotora principal del movimiento político del senador, trajo consigo, no solo la miopía con respecto al jerárquico papel que aquel cumple en el mismo, sino además, la aceptación de la fustigación como mecanismo de control; de la hostilidad como mecanismo de sometimiento; de la agresión como herramienta de poder.
Pero ¿qué hacer ante tan cruda realidad, donde estructuras sociales basadas en jerarquías solapadas se evidencian en la acción humana de los colombianos, desde lo público en las disputas políticas, hasta lo privado, en las violencias domésticas?
Un aspecto es la necesaria articulación de las contrahegemónicas luchas locales que se libran contra el patriarcalismo, el militarismo, el racismo, el capitalismo, el eurocentrismo de derecha y de izquierda, el heterosexualismo, el machismo, resaltando esos roles subalternos que persisten y resisten a pesar del tradicionalismo, conservadurismo o ultramontanismo de la sociedad colombiana.
Otro punto importante es avanzar en la descolonización en todos los ámbitos de la sociedad, apostándole al cambio de valores propios del Virreinato Neogranadino de hace 200 años, apelando a la racionalidad y luchando por la secularización de la sociedad política colombiana, tan dada a apelar a la lógica eclesial occidental/europea tanto en su actuar, como en algunas de sus estructuras.
Finalmente, respaldar las luchas de las mujeres, ejemplo clásico de la subalternización desde la Colonia hasta nuestros días, se constituye en uno de los mayores retos en el mundo pandémico que vivimos, dado que la violencia de género ha aumentado, ante el silencio cómplice de todos.