Los Derechos Humanos de tercera generación han sido acogidos por todas las naciones del planeta. Reconocen las necesidades, aspiraciones y querencias colectivas no recogidas en la declaración universal de los Derechos Humanos de 1948, aún cuando en su preámbulo se afirma que «se han declarado resueltos a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de libertad».
De este modo, en ambientes de autonomía y autodeterminación, los pueblos optan libremente al desarrollo, desarrollismo o neoliberalismo, no son por tanto una condena, son posibles otras alternativas, otros caminos.
En este orden de ideas se reclaman los derechos medioambientales y el respeto de la naturaleza, el derecho a la paz, a la autodeterminación de los pueblos (irrespetados diariamente por las potencias mundiales), el derecho a la protección de datos personales y la privacidad (caso colombiano en manos del Gobierno estadounidense desde 2001), el derecho al patrimonio común de la humanidad y el derecho al desarrollo.
La Declaración sobre el Derecho al Desarrollo data de 1986, «El derecho al desarrollo es un derecho humano inalienable en virtud del cual todo ser humano y todos los pueblos están facultados para participar en un desarrollo económico, social, cultural y político en el que puedan realizarse plenamente todos los derechos humanos y libertades fundamentales, a contribuir a ese desarrollo y a disfrutar de él».
Confrontar visiones como: ¿Qué es el desarrollo? ¿Cómo lograrlo? ¿Medirlo? Hacerlo tangible, implica que gobernantes y gobernados refuten concepciones paradigmáticas que a la usanza de modas académicas han calado profundamente.
En alguna época se consideró al desarrollo como una simple rutina, una acción mesiánica, un orden natural, un camino a imitar transitado por otros países, un castigo o premio de la naturaleza o de fuerzas sobrenaturales, una supuesta utopía frente a un futuro mejor procrastinado. La esperanza de «derrame económico» que llegará cuando los pudientes sacien sus apetitos y solo hasta entonces salpicarán beneficios a no pocos marginados o excluidos.
Desde Smith hasta Marx (pues no era cuestión de enfoques e ideologías), pasando por los neoclásicos y los reparos mercadocráticos interpuestos por Keynes y sus seguidores, la teoría económica se centró en el asunto del crecimiento económico: Aumento en el ingreso per cápita y del Producto Interno Bruto a partir del incremento en las tasas de acumulación (inversión y ahorro), pleno funcionamiento de los mercados, ningún tipo de restricciones económicas, etc.
Se optó por un desarrollo que invisibilizó la razón de ser del mismo: El ser humano. Desarrollo es más que crecimiento económico, a juicio de Rosa María Olvera, desarrollo es crecimiento más cambio y el cambio es a su vez social, cultural y económico, cuantitativo y cualitativo. Lo clave es mejorar la calidad de vida de la gente.
Es en la década de los 90 cuando aparece el enfoque del desarrollo humano, impulsado por el economista indio Amartya Sen, sus conceptos seminales serán «capacidades», «dotaciones» y «funcionamientos» atribuidos a todos los seres humanos sin excepción.
El modelo seniano propugna por aumentar las capacidades de la gente, dado que toda persona, sea cual sea su situación, dispone de determinadas capacidades útiles para ser usadas como motores para su desarrollo, en un ambiente de libertad, visión promovida por el PNUD.
Bajo esta perspectiva libertaria del desarrollo, la ciudadanía que logre estar libre de hambre, enfermedades, ignorancia, pobreza, violencia, inseguridad, exclusión, discriminación o participación política, podrá estar en condiciones viables para el desarrollo humano. Por ello, toda política de desarrollo debe estar orientada hacia la remoción de obstáculos multidimensionales: Económicos (pobreza y desigualdad), políticos (falta de poder y condiciones para participar) y culturales (falta de valoración de estilos de vida diferentes, irrespeto o falta de reconocimiento).
Luego, al depurarse más el enfoque, aparece el desarrollo humano sostenible, sistematizado en el Índice de Desarrollo Humano (IDH), una combinación de esperanza de vida, alfabetismo de adultos e ingreso per cápita.
Finalmente, el paradigma del desarrollo humano es adoptado por las Naciones Unidas y complementado con el enfoque de las capacidades humanas de Marta Nussbaum, se entiende por capacidades humanas «todo aquello que la gente es capaz de hacer y ser, de acuerdo con una idea intuitiva de la vida que corresponda a la dignidad del ser humano donde la persona es un fin y no un medio o una herramienta para los fines de los demás».
El enfoque del desarrollo humano del PNUD predomina hoy en el agenciamiento del desarrollo a nivel mundial, cosa diferente es que al reclamarlo en un universo de tantas carencias y vulnerabilidades como Colombia, se desnuda el recetario neoliberal avasallante, salvaje e inhumano. Concentrador de la riqueza e ingresos y por ende de las oportunidades, arrasador de las débiles estructuras de producción, minador de su agricultura e industria, implantador de una economía «semifeudalesca» al ser eminentemente extractivista, inicialmente basada en la explotación de oro, plata y platino, hoy minero energéticas dependientes del petróleo, gas y carbón. Y el campo social es una tragedia anunciada: Pobreza, miseria, marginalidad y exclusión.
¿Contemplan las propuestas programáticas de los candidatos presidenciales estas cuestiones medulares de la sociedad colombina? ¿Se enfatiza en desarrollismo o desarrollo humano? Como es sabido, en nuestro país votamos más por las personas que el «foro» del establecimiento bendiga o excomulgue; y los programas pasan a segundo plano. No entienden que a través de sus distintas concepciones la sociedad se autoconcibe y construye de manera autónoma, reafirma su personalidad, cultura, su vida económica, visiones y esperanzas que apuestan por un mundo mejor.
No obstante, como anota Arturo Escobar, el proceso de deconstruir el desarrollo es, sin embargo, lento y doloroso y no existen vías rápidas o atajos ni soluciones mágicas o recetas fáciles.
El programa que recoge mejor las concepciones del desarrollo humano sostenible es el de Gustavo Petro, allí la subalternidad se expresa plenamente, es un modelo para reimaginar y reinventar una nueva Colombia.
La Colombia Humana reclama una educación gratuita, universal, de calidad incluso a nivel superior (universalización de Ser Pilo Paga); exige salud como derecho y no como mercancía, fortaleciendo la red pública hospitalaria a nivel preventivo y limitando intermediación (EPS); combate las causas sociales que generan el delito más que endurecimiento de penas que solo lo mitigan; atiende el asunto de drogadicción interno como problema de salud pública independiente de la redes internacionales del narcotráfico e instaura una justicia independiente de los demás poderes públicos y propende por el fortalecimiento policial y su accionar ciudadano.
Lo anterior, se complementa con la lucha efectiva contra la corrupción, la vigencia de una democracia multicolor en lugar de estatismo o neoliberalismo a ultranza, la eliminación del criminal fracking, el castigo al latifundio improductivo (mayores impuestos), la adaptación al cambio climático, el impulso al conocimiento intensivo en redes y emprendimientos productivos (libertad de empresa), la mayor equidad social mediante la democratización del capital (créditos, saberes, tierras, energía barata), la protección a la industria y agricultura a través de tasas carbón a las importaciones.
Estos son los fundamentos de la Colombia Humana, una Colombia donde el sol brille para todos.
Pensar en una Colombia desarrollada humanamente conllevará a disfrutar de una sociedad bien alimentada, bien vestida, bien educada, gozando de buena salud y alta esperanza de vida. Con trabajo y vivienda dignas, con entornos ambientales saludables, sin ningún tipo de discriminación y bajos niveles de violencia. Con recreación y cultura, en definitiva, con una calidad de vida y bien-estar lo más uniforme posible y no un beneficio exclusivo de una minoría exclusiva u opulenta.
Por ello, es eco multisonoro en plazas públicas y por esto tiemblan los privilegiados, se trata de la dignificación de un pueblo que aspira a tomar las riendas de su propio destino, un pueblo que anhela vivir en paz, ser feliz, libre, más humano. Esto no es un sueño exclusivo de Gustavo Petro, es el clamor de millones de colombianos que en avalancha exigen este derecho humano universalmente reconocido, el derecho al desarrollo.
Imagen cortesía de Semana.com.
Es que el desarrollo sostenible es lo que puede sacarnos del círculo vicioso de entregar nuestros recursos naturales a empresas extranjeras que no dejan sino ruina, burdeles y enriquecimiento solo para quienes están en la cúpula aprobando, dirigiendo y suministrando los recursos para este aparato productivo que nos venden como la «locomotora minera y energética. Los cambios no se dan de la noche a la mañana y probablemente tendremos que enfrentar muchas demandas de la OCDE y otros organismos multilaterales, pero como sociedad debemos ser conscientes que los recursos del planeta y los de Colombia no son ilimitados y que el desarrollo bien planteado y orquestado nos puede volver a los tiempos en que era digno tener una finca y cultivarla. Cuando no había la pérdida de valores que el «dinero fácil» nos trajo a todo nivel en nuestra sociedad.
Por lo tanto este es él candidato a dar las propuestas para la precidencia pero por lo tanto, este plantilla de Medio Ambiente ya fue remitido y y puesto en marcha, sólo falta de apoyo de Bogota para este señor que fue él primero él hacer un debate de paramilitarismo pero mi pregunta señor Gustavo Carreño será que es señor Gustavo pero tendra agarres fuertes para ejecutar dicho plan para una nueva colombia humana.