Deprimidos en el país más feliz del mundo

Opina - Relaciones

2015-06-09

Deprimidos en el país más feliz del mundo

Es curioso que en Colombia, un país con tantas razones para deprimirse, la enfermedad mental aún sea tabú. Es curioso, mas no de sorprenderse. Donde la filosofía del ‘vivo vive del bobo’ reina, quien se deje agobiar por sus pensamientos es débil y falto de fuerza de voluntad. Lo que no saben los ‘fuertes’ es que la depresión (la segunda causa de incapacidad en el mundo, según la OMS) es como perder una extremidad: no se sabe lo importante que es hasta que ya no está.

Esa parte del cerebro que le dice a uno que todo va a estar bien, que no existe un peligro real, que hay una razón para levantarse todos los días también puede dejar de funcionar igual que las piernas de un soldado a quien le disparan en la columna, o de un adulto afectado por la esclerosis amiotrófica lateral, la famosa enfermedad del ‘reto del balde de agua helada’. Como diría Elizabeth Wurtzel en su best-seller, ‘La nación Prozac’: “Un día te despiertas temiendo que vas a vivir”.

El problema de la enfermedad mental, a diferencia de un miembro amputado, es que no se puede ver ni medir. Como los homosexuales que deben explicar que un día no se levantaron de la cama pensando “me gustan los de mi mismo sexo”, los enfermos mentales deben pasar por la tortura pedagógica de explicar a sus familiares, amigos y jefes que un día no se levantaron y dijeron “qué pereza tengo de ir al trabajo, mejor me mato”.

“El suicidio es una salida fácil”, dicen los ‘fuertes de voluntad’. Lo que no saben es que el suicidio, como escribió Susana Kayson en su libro ‘Girl, Interrupted’, “es una forma de asesinato premeditado. No es algo que haces la primera vez que piensas en eso. Requiere acostumbrarse. Y necesitas los medios, la oportunidad, el motivo. Un suicidio exitoso exige buena organización y una cabeza fría, los cuales suelen ser incompatibles con el estado mental suicida”.

Un estado mental que no se elige por pereza, sino porque ese instinto vital inherente a la existencia es obliterado por la compleja mezcla de factores internos y externos.

¿Que por qué unos sí pueden superar la muerte de un familiar y otros no? La respuesta es tan simple y tan complicada como la razón por la que a unos les da artritis y a otros no.

La visión deformada de los colombianos frente a la enfermedad mental es más evidente cuando se compara con la de Estados Unidos. En los noventas, mientras los psiquiatras noerteamericanos usaban como conejillos de indias a miles de niños y pacientes deprimidos para probar el metilfenidato (conocido comercialmente como Ritalina) y la fluoxetina (Prozac) y cualquiera podía acceder a una fórmula con decir que estaba triste por una mala ruptura amorosa, en Colombia la psiquiatría era considerada un tema de brujos y los hospitales mentales se comparaban con las instituciones en las que trataban (morían) los tuberculosos a mitad del siglo pasado.

Y no es para menos. En un país subdesarrollado como este, siempre habrá cosas ‘más importantes’ y ‘urgentes’ por las cuales legislar, como evitar que asesinos y políticos corruptos paguen penas irrisorias (una escala de valores inútil, porque siguen pagando penas irrisorias) en vez de gastar los escasos recursos en garantizar los derechos de unas minorías invisibles.

Ilustración por Ómar Santana.

Ilustración por Ómar Santana.

Mientras tanto, miles van día a día a sus trabajos y cumplen con sus labores en el hogar desde el purgatorio de su neurosis, donde pueden sobrevivir, pero no vivir, junto con el eterno discurso de “estás así porque quieres”. Y en el mejor de los casos, aquellos que buscan ayuda deben sumirse en una rutina diaria de medicamentos con el temor de sentirse débiles por requerir la ayuda de un químico. Como si una pastilla tuviera ese poder.

Me genera una temerosa curiosidad saber cómo el Estado lidiará con el fantasma del estrés postraumático de los millones de víctimas del conflicto, cuando se ha quedado corto al intentar devolverles sus cambuches.

 

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Luisa Ramírez