Columnista:
Johan Sebastián Quintero
La sociedad colombiana levantó su voz en abril de este año para enviarle un mensaje a sus líderes, se piden acciones que enfrenten la crisis social que el país viene afrontando. La proposición hecha por muchos fue exigir un cambio… Esta palabra que ya parece chiché y que estaremos escuchando bastante el año que viene, es esa utopía de un pueblo que hasta ahora está ideando la posibilidad de vivir fuera de la miseria.
Estas proclamaciones abogan por un cambio que, aunque no está mal enfocado, es necesario ir mucho más allá para que no se quede en un sueño. Las elecciones del año venidero no son suficientes, se encuentra la idea general que el cambio se consigue en las urnas, pero así no va a pasar si seguimos —nosotros el vulgo— teniendo las mismas actitudes y formas de pensar que históricamente hemos mantenido. Para alcanzar una verdadera mutación en la realidad social del país, debemos primero cambiar nuestra individualidad de la cual somos esclavos para que así hagan metamorfosis las afianzadas esferas del poder.
No es necesario hacer un análisis muy profundo de la sociedad en los espacios tanto públicos como privados para darse cuenta de que esta no lee, no se informa, es blanco de distintos contenidos comunicativos persuasivos que cumplen su intención. Todo esto hace que el criterio propio casi siempre sea el mismo del colectivo y la educación —que es la directa encargada de enfrentar esto— en muchos casos, es una segunda opción porque no se encuentra el cupo y la necesidad apremia.
En un país en el que la inequidad social se expresa a grandes rasgos, se puede nacer como lo dijo Eduardo Galeano, siendo de «los perdedores de siempre», o como lo dijo Víctor Hugo, nacer como «un afortunado que creerán grande». Nosotros «los perdedores» debemos tener una claridad: hay luchar para que esa denominación desaparezca.
Las bases para este cambio que soñamos, tienen que partir de nuestras actitudes diarias como seres humanos, enfrentando males que se han instaurado hasta tal punto que se han normalizado. Profundizando en estos, el primero y más importante es que no tenemos un sentido crítico que nos haga reflexionar acerca de lo que somos y de lo que está pasando en los distintos contextos, se vive por inercia y no se le da un sentido al existir.
Pero este no es el único mal: a nosotros, los que Galeano hace mención, nos es difícil progresar en esta sociedad, pero también nos ayudamos a que siga igual. Todo continúa con la pereza mental tan abundante que sustentamos, la lectura es un ejercicio para otras personas, la relajación ante los sucesos de la vida es impresionante, en un egocentrismo muy común, importa solo el bienestar propio y que los demás «miren como se las arreglan».
También el hedonismo tiene mucha prioridad, la búsqueda de los placeres ocupa el primer lugar y es motor de actividades esenciales. Se confunde con la felicidad y bienestar, en la mayoría de los casos esta búsqueda suele ser individual. La envidia hacia el otro también es un factor muy común, si alguien está sobresaliendo, es porque ha sido de buenas (esto también se debe a que educarse en este país para los pobres es considerado un privilegio), no hay un apoyo a su actividad y mucho menos se le destaca.
No hay un reconocimiento en el otro, no se ve a la otra persona como un igual. Se le considera un obstáculo e impedimento para progresar. Por esto, se ha normalizado la violencia, no hay interés en que asesinen líderes sociales, no nos asombra la necesidad y nos da igual que amenacen y acaben con la vida del que es distinto porque «plomo es lo que viene y plomo es lo que hay».
El macartismo es esa idea que se suele evidenciar en gran medida, está muy presente en este país que crítica de sobremanera el centro, solo hay espacio para el radicalismo, se es de izquierda o de derecha. Está presente en ámbitos familiares, sociales y políticos. Se puede encontrar hasta en el gusto por un equipo de fútbol.
Y, por último, el desconocimiento del territorio juega un papel fundamental en que seamos esclavos de nosotros mismos, se sueña con emigrar a un país de primer mundo, como lo decía William Ospina, se tiene la creencia que es un castigo nacer en este lado del mundo y por esto se denigran aquellos actos culturales que buscan la reivindicación de nuestro territorio.
Todo lo anterior apoya la construcción de una cultura individualista que ve el progreso en la decadencia del entorno, poniéndonos en una posición de verdugos, quedando la mentalidad estancada en el impedimento y crítica hacía el otro. Por esto, no solo somos esclavos de nuestra individualidad egoísta e ignorante, sino que también somos esclavos del esclavista, de las clases dirigentes, del sistema y del jefe que nos paga el salario.
Con lo anterior, quiero invitarlo, lector, a que primero se piense en usted como ser y supere estas actitudes e ideas que nos tienen en esta realidad, no va a haber ningún cambio si solo es de gobernante. Estamos en un momento histórico importante, debemos actuar desde ahora por los muertos en las protestas, por los líderes sociales asesinados, por tantos amenazados que buscan este cambio.
Las elecciones del 2022 no son suficientes si queremos tomar otro rumbo como nación. No va a haber ideología o candidato idóneo, el proceso es largo y complejo. La mentira —tan bien utilizada por los políticos— va a estar muy presente para impedir todo esto. En usted lector, está la posibilidad de lograrlo, tenga claro que un simple voto no marcará la diferencia.
Solamente hasta que desaparezcan los males antes nombrados, y se empiece a pensar esta nación desde el bienestar y progreso del pueblo, dejaremos de ser esclavos. El camino es confuso, se empieza desde el reconocimiento propio y del entorno, con la pregunta ¿Quiénes somos?