Columnista:
Armando López Upegui
Se han publicado en las redes de internet las declaraciones del individuo Salvatore Mancuso. Dentro de la oposición al régimen y al gran sinvergüenza de Colombia, había muchas expectativas y mucha ilusión acerca de las posibles denuncias que ese pavoroso sujeto pudiera hacer respecto de sus vínculos con los miembros del partido de Gobierno y, particularmente, de su fundador.
Pero no. El individuo Mancuso es un sujeto muy sinuoso e inasible. Yo lo conozco porque tuve ocasión de interrogarlo personalmente en varias ocasiones en la Cárcel de Alta Seguridad de Itagüí, antes de su extradición y me pude percatar de su habilidad para evadir las respuestas claras y directas cuando se le intima a que precise y concrete hechos y circunstancias que puedan llegar a comprometer la responsabilidad de altos heliotropos de la industria, la banca, el comercio o la política.
Según estas nuevas declaraciones, las Autodefensas fueron poco menos que víctimas de la utilización que les hizo el Estado.
Distingue entre paramilitarismo, narcotráfico y autodefensas, predicando en forma simultánea que el único móvil de ellas era, como diría cualquier Plazas Vega, «mantener la democracia, maestro» en contra del peligro comunista generado por la ausencia del Estado en las regiones campesinas. Y asegura que, mientras los paramilitares eran de factura del gobierno nacional, las autodefensas lo son de la sociedad civil a la cual él le endilga una clara vocación capitalista y anticomunista. En ese sentido, no tiene empacho en contar como hazaña que sus hombres y aliados mataban gente, simplemente por ser colaboradores eventuales o circunstanciales de la guerrilla, o simplemente, comunistas.
Sitúa al narcotráfico como un convidado de último momento en las actividades de las autodefensas, que se aprovechó de la situación para desarrollar sus actividades delictivas, pero en ningún momento lo reconoce como verdadero socio fundador o financiador real de las actividades que ellos desarrollaron.
Hasta ahí no dijo nada novedoso, no aporta ninguna distinción ni ningún análisis ni nada que ya no haya sido estudiado y explorado por los expertos violentólogos que han tratado a fondo el tema de la pérdida del monopolio legítimo de la fuerza por parte del Estado y la privatización de la violencia en Colombia.
Se sabe que la presencia del Estado en Colombia, por virtud de los sucesivos gobiernos ineptos que nos han dirigido, se redujo tradicionalmente, en el mejor de los casos, a un puesto de policía. Ni centros de salud adecuados y bien surtidos, ni alternativas de empleo o educación para los jóvenes de esas regiones remotas y aisladas. Nada de vías de penetración, carreteras, asistencia técnica a los campesinos para acompañar sus actividades productivas. Acaso solo represión, solo autoritarismo.
Y se sabe también que los diversos grupos armados llegaron con su terrible presencia a llenar ese vacío, para lo cual se adueñaron en las apartadas regiones de los recursos políticos y económicos. Eso lo han desentrañado de nuestra historia los especialistas en ciencias sociales. De modo que Mancuso con sus declaraciones está descubriendo que el agua moja.
Pero cuando debió haber «prendido el ventilador» como se dice en el argot periodístico, el aparatico se le descompuso pues se limitó a decir, muy genéricamente, algo que también es plenamente conocido por el dominio público: que las autodefensas han escogido en este país desde concejales hasta congresistas, desde alcaldes municipales hasta presidente de la república.
Así es Mancuso: él ha conocido a muchas personas, ha tenido dares y tomares con ellas, ha hecho negocios y dispensado favores. Ha ordenado masacres y destrucción. Pero, cuando se esperaba que concretara nombres, lugares, circunstancias, el aterrador dispensador de muerte se va por las ramas. Pide perdón a las víctimas por sus acciones, pero no les entrega la verdad nuda y completa que es, en este momento de la historia del conflicto armado en Colombia, la mejor y más auténtica reparación. Los deudos de sus víctimas ansían saber qué pasó, por qué pasó, cómo pasó y qué relación con los dolorosos hechos tuvieron los dirigentes sociales, las élites económicas regionales y nacionales y, sobre todo, los líderes políticos que han ocupado los cargos de jurisdicción y mando del Estado.
Vamos a ver si la JEP, cuyas puertas ha tocado ahora dizque para aportar en la averiguación de los falsos positivos, logra sacarle algo en concreto y hacer así que este resbaloso sujeto haga por fin un aporte claro y conciso al conocimiento de nuestra realidad violenta contemporánea. De lo contrario, las impunidades de que gozan ciertos rufianes de poncho, sombrerito, carriel y perrero, seguirán siendo una ofensa a la memoria de las miles de víctimas del conflicto armado.