Columnista:
Roger Zapata Ciro
“Tomó una copa, dio gracias y dijo: «Tomadla y repartidla entre vosotros, pues os digo que ya no beberé del fruto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios»».
Mateo 22: 17-18
Decía Wittgenstein: «(…) lo que pueda en absoluto decirse, puede decirse con claridad; y de lo que no se puede hablar, es mejor callar». Pero hay cosas que se pueden decir claramente, con cierto tono y de cierto modo. Pueden ser las mismas, de las que no solo se puede, sino que se debe hablar y no callar. En todo caso, se trata de usar el lenguaje para desentrañar algunas verdades y saber jugar ciertos juegos.
Digámoslo claramente: el cuarto poder en Colombia, la prensa, en función de los intereses de los poderosos, construye figurines que luego terminan gobernando a favor de unos y en contra de otros. Eso es lo que se puede decirse con claridad. ¿Qué avala lo dicho? Nada más y nada menos que la reciente historia política de Colombia: Uribe, Santos, Zuluaga, Duque… Pero no podemos abandonar los terrenos de la reflexión y de la imaginación. Así las cosas, en un país, que es profundamente religioso, nada más encantador que usar ciertas palabras con una carga teológica y mística para decir las verdades. Y eso es tarea sencilla, observemos: De Dios, de los Santos y los nuevos «Mesías». Esto que parece extraído de algún tratado de teología no es más que una descripción corta de un juego político complejo, eficaz y apocalíptico que nos define últimamente como país. Nuestros últimos 19 años de historia política parecen extraídos de la Biblia, con Mesías y Santos (o Judas) a bordo. La historia comienza con el primer «Mesías», ese que vino a «salvar» al país de la guerrilla—no menos desdeñables que los romanos de otra historia—, ese que liberó las carreteras de Colombia para los devotos peregrinos.
Este «Mesías», por una voltereta de esas que ni la teología da, se convirtió en Deus Páter. Porque, por su voluntad, vinieron todos los demás ungidos: Santos, Zuluaga, Duque… Y ahora Tomás. Pero, como advertía el profesor Germán Ayala, el modus operandi es esencialmente el mismo, aunque con una leve modificación. Leamos sus líneas: «(…) pusieron en marcha la treta acostumbrada, con un diferencial en relación con las otras ocasiones en las que jugaron a lo mismo». Esa leve modificación tiene que ver con la relación filial. ¡En el nombre del padre y del hijo! Una vez seleccionado y enviado el «Mesías», viene la acogida, el lavatorio de pies y, en ocasiones, hasta de cara… ¡Claro! Cuando cada «Mesías» ha peleado con los mercaderes, ha tirado todo lo que había en el templo y se enemista con su pueblo. De esto se encarga la prensa: acoge, da de comer, lava manos y pies untados de sangre… Así, ad infinitum, el ‘Dios’ del Ubérrimo y la prensa repiten la Pascua de esta patria, ya no boba sino estúpida, llamada Colombia. Lo claro aquí es que son los «Mesías» los que sacrifican a su pueblo y no al revés. Por eso está en escena Tomás.
En Colombia hay que hablar del «Dios padre», el «Mesías hijo» y el tío «Apóstol». Pero esto no es teología ni fe ni religión. Esas palabras que empleamos aquí son engaño y sarcasmo al tiempo. Porque con esas palabras nos engañan, pero, también con ellas, ironizamos sobre ellos. El sarcasmo y la ironía es algo que no debemos abandonar. Estos deben ser el punto de partida desde el que se sugiera el camino que el pensamiento debe seguir, pues son, sin lugar a dudas, dos elementos y construcciones discursivas que no tolera un gobierno con claros tintes dictatoriales. La razón: ambos—el sarcasmo en su condición de dicho particular y la sátira como construcción discursiva general y más elaborada—llevan en sus entrañas la queja, la crítica y el humor, poderosa trinidad, engendrada por el pensamiento crítico y la imaginación libre, que descompone toda mentalidad autoritaria. Y es que esos, dictadura y autoritarismo, son justamente los conceptos políticos modernos que mejor se ajustan a este gobiernillo pusilánime, que entró en escena para consolidar el proyecto de Estado narcoparamilitar de los amos y señores—que no son pastores—de este rebaño.
Pensemos. ¿Qué otra cosa necesita un pueblo con mentalidad mesiánica, sino criticar y ridiculizar este lenguaje con el que lo manipulan? Para muchos, en verdad, es una cuestión «fe en el Mesías» y no ven más allá de su salvador nacido en Salgar. No obstante, eso es una cuestión del lenguaje y de la política. Se trata de ejercitar el juicio, la capacidad de decidir, de intervenir en nuestra historia. Es eso lo que quizás alguna vez impedirá (¡ojalá!) que nos sigan apreciando como mansos (y mensos) borregos. Volvamos al nuevo «Mesías» y finalicemos la historia de estos falsos profetas.
¿Qué más podemos decir? 1. Hace unas semanas aparece un «Mesías», del que se pregonan sus milagros y se esconden sus falencias y carencias—como eso de que salvó al pueblo de la nueva reforma tributaria y de que no es ni será un gran estadista—algo obvio porque (léase bien el nombre) Tomás no es «Mesías», es discípulo, es apóstol y ojalá no como su tío Santiago—; 2. La prensa anfitriona le atiende cuando «hay que sacrificar el cordero pascual»—el pueblo colombiano—; 3. En este caso todos los «Judas» lo apoyan y se apartan del Khristos que siguieron y ensalzaron 4 años atrás…
Esa es la Pascua, Pasión y Muerte de una nación que no ha aprendido a elegir—para la que no hay Mesías, no hay vino y tampoco Reino de Dios, de salvación—, es la cronología de un desastre anunciado cada 4 años en términos de revelación y redención.
Este articulo tambien cobija al omnisapiente y omnipotente Gustavo, Hionosapo, Petrov cierto?
Este articulo tambien cobija al omnisapiente y omnipotente Gustavo, Hipnosapo, Petrov cierto?