Columnista:
Giovanni Sánchez Mendoza
En la universidad lo estaban formando para emprender, para tener empresa, no para trabajarle a los demás.
Se cansó, no quería quedarse estancado, quería progresar y contribuir con empleo. Dios y la vida lo tenían destinado para sufrir, para «apretarse económicamente», solventar sus gastos básicos, y después darle un golpe de suerte que laureaban el fruto de todos sus esfuerzos. El tren le pasó, él no se subió al vagón, decidió manejarlo desde la cabina porque tenía mejor visión sobre sus expectativas que en ese momento ya no eran más de un empleado, sino de un emprendedor. Ya no pensaba en cubrir sus gastos básicos, pensaba en comprar vivienda, vehículos, y lo más importante, razonaba sobre la estabilidad y expansión de su empresa.
Sus agigantados pasos representaron en otros sujetos asombro, quedaban impactados más por la movilidad de su empresa, que por la gama de sus camionetas. Su éxito, así como impresionó, generó felicidad ajena en su familia y en sus amistades que lo vieron llegar al trabajo para recibir las órdenes de su jefe en una bicicleta avaluada en $100 000 y con $2000 en su desgastada billetera. Él representaba el famoso «ay, yo lo conocí cuando no era nadie y ahora vea…».
Con números en su cabeza desde que se levanta hasta que se acuesta, este joven empresario graduado de una universidad pública, con sede en uno de los municipios más importantes del Valle del Cauca, tomó la decisión de ser el administrador de su propia empresa, teniendo en cuenta las necesidades que observaba y la posibilidad de resolverlas.
Aplicando la psicología del consumidor y las matemáticas financieras reflexionaba en lo más difícil, capitalizar. Pensó en una casa grande para arrendar habitaciones y con el dinero recaudado de cada inquilino dio inicio a la creación de la base, del capital de su futura empresa. Comenzó a mover dinero por las cuentas, eso le ayudaba a adquirir experiencia crediticia y a tomar créditos responsables y bien planeados; es decir, actuó con las herramientas que ofrecen los sistemas económicos, bancarios y educativo.
No tiene el linaje de los integrantes de la familia Santo Domingo, de los pertenecientes a la asociación de los Lulle, ni mucho menos tiene el poderío económico, político y del capitán del Grupo Aval, Luis Carlos Sarmiento Angulo. Al igual que este último, su forma de actuar y de pensar en capitalizar, capitalizar y capitalizar lo han llevado a tomar acciones que benefician de manera económica —independiente del ingreso— a cada trabajador, pero a la vez, generan problemas de convivencia, expresados a través de inconformismos. Los vínculos de Sarmiento con el otro poder del país (el político) causaron en tres meses un estallido social que dividía los días entre euforia, llanto y poder.
El pensamiento visionario y egocéntrico del egresado de la Facultad de Administración de Empresas lo han llevado a la explotación laboral, remunerando con pagos que no cumplen ni siquiera las condiciones de una de las monedas más devaluadas de Latinoamérica como el peso colombiano y su salario mínimo mensual legal vigente. Ha convertido a sus trabajadores en máquinas que le aumentan la capacidad de su cartera y en desertores laborales porque nunca hay tiempo para ingerir la segunda comida del día debido a la premura del negocio cuando el cliente ya no puede esperar más el pedido, y además si el ‘patrón’ lo decide como en la mayoría de situaciones, el asalariado debe laborar más de doce horas ligado a la frase la frase racista «trabajar como negro para vivir con blanco» siendo el blanquito y los quemados de los rayos solares sus hormigas.
Que en la tierra del tío Sam también se trabaja explotado, es cierto; dicen que el sueño americano cuesta en todos los factores y que quienes se van piensan en estabilidad económica afrontando las pocas horas de sueño, la comida a deshoras, el llanto, la depresión y la xenofobia; eso no es vida, dirían otros, pero muchos de manera indirecta en cuanto a teorías como las de Marx y su proceso capitalista de destrucción y creación saben la influencia que tiene el dinero y el dólar en cantidades para cambiar vida. Allá se es explotado, pero el colombiano puede reflejar el fruto de la explotación y el sacrificio, acá se explota y se le pinta la cara al colombiano, y el pago del trabajo de necesidad solo sirve para sobrevivir.
Unos sufren para conseguir el dinero, otros hacen sufrir cuando ya han sufrido y tienen mala memoria padeciendo de crematomanía.