En un artículo elaborado en coautoría, entre un europeo y un colombiano, se agrega un pie de página aclaratorio sobre los numerales o apartes que fueron escritos por cada uno de los autores, así: “esta parte fue redactada por…. y esta otra por….”, no puedo negar que quedé sorprendida con dicha aclaración, lejana en principio de los procesos de construcción colectiva de escritos que observo en Colombia y en América Latina, en donde los autores asumen la escritura conjunta sin distingo, supongo bajo criterios menos individuales y jerárquicos. Este simple hecho, me llevó a reflexionar sobre la clase y la calidad de las relaciones que tienen la mayoría de los profesores y Universidades colombianas con los pares internacionales.
Sin duda, el tema de la internacionalización es un asunto de alta complejidad y está en plena construcción en Colombia. No se trata de la exhibición de un simple cuadro con indicadores sobre el número de docentes extranjeros que visitan a las Universidades colombianas y de cuantos nacionales viajan, por supuesto, bajo lógicas de “reciprocidad y respeto”.
Vale recordar que durante muchos años, las Universidades colombianas invitaron a internacionales bajo el protocolo de la vieja y clásica película titulada: “El Embajador de la India” (1987, dirigida por Mario Ribero Ferreira), eran tratados como verdaderos dioses y cuidados hasta en el más mínimo detalle. Avión en primera clase, los mejores hoteles, restaurantes y las mejores condiciones y, no era para menos, supongo que hablamos de académicos de alta talla mundial que merecen estas y todas las atenciones del mundo, así seguirá siendo, el conocimiento merece los mejores tratos.
Pero de un tiempo para acá, el tránsito de internacionales se ha triplicado, y corresponde a diversas clases de perfiles, saben ustedes que la escalera o el ascenso en la vida académica de las Universidades depende de diversas tareas, en parte, de la presentación de ponencias y de la realización de proyectos de investigación conjuntos con pares internacionales, así las cosas, las cifras seguirán aumentando en las próximas décadas, tanto para extranjeros como para los propios colombianos.
También se suma al incremento de los indicadores, el ingreso de cientos de profesores internacionales a América Latina, ya sea por las dificultades económicas que presentan escenarios como el europeo, o las mínimas posibilidades de ingreso y ascenso en la carrera académica de clásicas universidades. Así, nuestros compañeros de escritorio suelen ser extranjeros, que tal como lo mencioné en otra columna, tienen serias posibilidades de ganar las convocatorias docentes ante los altos estándares académicos que hoy se exigen en las Universidades colombianas. Otro grupo significativo viene año tras año -generalmente invitados y subsidiados por las IES colombianas-, a realizar diversas actividades, presentación de ponencias, conferencias, clases, participación en redes académicas o diversas actividades científicas.
De la noche a la mañana, nos convertimos en un buen escenario de trabajo, América Latina lo tiene todo, así como huele a caos, también representa un sinnúmero de oportunidades. Suele pasar que en las “fábricas de producción académica europeas”, a veces silenciosas y de creación de papers, artículos, capítulos y libros, apenas tienen mención o mediano reconocimiento miles de docentes. Así, en estas caóticas y agresivas tierras, logran un espacio y reconocimiento significativo.
Antes este incremento de cifras y de interacción, surgen varios interrogantes, ¿qué tanto se benefician los docentes colombianos de este proceso de intercambio? ¿Tu vienes y yo voy?, ¿dictas en Colombia en pregrado, maestría y doctorado y yo puedo hacer lo mismo en tus salones de clase? ¿Cuántos proyectos de investigación conjuntos, libros, capítulos y artículos, podemos impulsar? Vuelven las lógicas jerárquicas o la falta de capacidad nuestra, en el peor de los casos, para fortalecer este proceso de reciprocidad.
Les aseguro que pasar del simple viaje (que ya es una odisea para efectos de aprobación en la mayoría de las universidades colombianas, así se tenga la aprobación científica del documento que se pretende socializar), o en el peor de los escenarios del “turismo académico”, a la verdadera producción de conocimiento conjunto, es complejo, tanto con compañeros colombianos como con profesores de otras lógicas de producción. Pero aquí está el reto, ¿qué tanto ceden en uno y otro lado? ¿qué tanto se respeta al pensamiento de América Latina, bajo la premisa de creación y no de simple recepción o imitación?
Ahora bien, otro gran punto, es el de la administración de la internacionalización: ¿quiénes responden por estos procesos en las IES?, ¿un directivo, un grupo de directivos, un comité, directores de programas en todos sus niveles, desde pregrado hasta maestrías y doctorados?, ¿centralizado o descentralizado?, ¿administrativos o, en el peor de los casos, jefes de presupuesto? Surgen otra vez, muchas preguntas: ¿quiénes dan la autorización de los viajes y estancias?, ¿cuáles son los criterios para otorgar permisos?, ¿existen parámetros de igualdad para el acceso a los recursos de internacionalización?
No es un asunto de poca monta, la arbitrariedad en estos temas puede llevar a la pérdida de relaciones internacionales que se han construido con muchos años de esfuerzo, ya lo he vivido. La frustración para cientos y miles de docentes es inmensa. Las Universidades no dimensionan la importancia del tema, es más, deberían imaginar el nivel de cualificación de un docente y su correspondiente retorno, cuando pueden acceder a una sana y clara vivencia de internacionalización, sin duda una afrenta efectiva al parroquialismo académico.
Otro asunto cuestionable, en mi concepto, está cifrado en procesos de internacionalización llevados a cabo mediante costosos y hasta exóticos viajes de directivos a universidades extranjeras. De ahí surgen importantes convenios que se exhiben a la hora de hablar de internacionalización, la gran pregunta que surge está relacionada con el nivel de desarrollo y reciprocidad de estos esfuerzos presupuestales garrafales. En estos casos, el ahorro no cuenta. Y para qué hablar del gasto en que incurren muchos docentes colombianos, con menguados ingresos, para atender a sus internacionales, sus pares académicos ante la ausencia de una verdadera y clara política de internacionalización. De todo se ve en Macondo.
Así las cosas, pasar de los fríos indicadores, a la verdadera construcción de procesos académicos bajo lógicas de reciprocidad, requiere de una política seria de internacionalización, recursos, reglas claras del juego, funcionarios conocedores de las lógicas académicas y de investigación, cualificación de los docentes en todos los sentidos, hasta en segunda y tercera lengua, honestidad (toda la comunidad académica), superación del “turismo académico” tanto de directivas e incluso de los mismos docentes, pero también del respeto que los internacionales le concedan a la producción del conocimiento que se realiza en América Latina, me refiero a aquel que se construye a dos manos, bajo lógicas de horizontalidad y de máximo respeto.