Columnista:
Álvarez Cristian
Imagínese que a su territorio llega un grupo armado, mata sus jóvenes, abusa de sus mujeres, daña sus propiedades y lo atemoriza a usted todas las noches. Imagíneselo… o no, mejor, puede ir a Cali en este momento, pues eso han tenido que vivir algunos de sus habitantes en los últimos días.
Ahora, esa misma situación que le acabo de describir es la que han vivido (¿padecido?), técnicamente toda su vida los miembros de las comunidades ancestrales que hacen parte de la Guardia Indígena.
Guerrilleros, paramilitares, fuerza pública, grupos residuales, disidencias y ahora cárteles mexicanos han creído que con solo llegar a los territorios de los indígenas ya serían amos y señores de ellos. Craso error.
La Guardia Indígena ha intentado enfrentarse a estas fuerzas oscuras conducidas por quien sabe que mano negra que se empecina en apuntar sus fusiles contra estos territorios, de la forma que lo han hecho siempre: con el bastón de mando.
Y es que esta desigual lucha —entre un significativo trozo de madera contra todo el arsenal que la cocaína y las narco fortunas puede conseguir— no sería viable sin un elemento fundamental y del que ayer hizo gala la Guardia Indígena: la valentía.
Ayer, mientras en redes circulaban las imágenes de cómo los habitantes de los territorios ancestrales acorralaban a los hombres que dispararon contra la multitud de La Luna en Cali, aún cuando estos les disparaban, pudimos ver en vivo y en directo lo que es una muestra fehaciente de arrojo y valor.
Viendo los videos, no dejaba de pensar en cómo estos hombres decidían avanzar en una circunstancia en la que muchos “pagaríamos escondidijo a peso”.
¿A qué circunstancias tienen que enfrentarse día a día los pueblos ancestrales en el Cauca y el sur del país para haberle perdido ya el miedo a los tiros y a las armas con las que los masacran?
¿Qué tiene que sufrir uno en la vida para arrojarse hacia adelante buscando acorralar a un tipo que no busca herir sino matarlo a uno?
¿Cuántas generaciones de estas comunidades ancestrales tendrán que nacer bajo esas mismas precariedades que les curten la entereza y la dignidad más rápido que la piel?
Imaginémoslo… o no, mejor, protestemos y esperemos la reacción violenta del Estado, como está sucediendo en Cali y en tantas partes de este país para que veamos así sea por un rato que se siente ser indígena en un país como Polombia.