Columnista:
Fredy Chaverra
Y sí, la política es dinámica. Cambia en una fracción de segundo y en breves instantes permite afianzar, consolidar o destruir amistades. Total, en la imprevisible lógica de los juegos de poder subyacen múltiples incentivos e intereses, así que lo que hoy fue mañana no podrá ser. Mi recomendación es clara: no idealizar políticos. Idealizar políticos resulta siendo el camino más inmediato hacia la frustración o el fanatismo.
Ahora bien, en el presente escrito me dispongo a describir la ruptura de una «amistad política» mediada por un interés específico y que nunca se llegó a consolidar.
Empiezo por lo más evidente: el profesor Gilberto Tobón y Daniel Quintero nunca fueron amigos. Su cercanía se configuró en la necesidad que sintió el profesor de marcar línea en las elecciones por la Alcaldía de 2019 y, así, contribuir desde su esfera de influencia para detener el ascenso del ala más radical del uribismo —en cabeza de Alfredo Ramos— o al candidato de Federico «Batman» Gutiérrez. Nada más.
El profesor nunca fue un actor programático en la campaña de Quintero. Solo fue un aliado coyuntural y estratégico.
Cuando Tobón expresó en el programa «Nos Cogió la Noche» que su candidato era Quintero, recuerdo que en la sede del candidato «independiente» hubo alborozo y mucha emoción, y no era para menos, en una plaza de opinión como Medellín, resultaba clave que un profesor respetable y con mucho alcance en redes (la principal obsesión de Quintero) se convirtiera en un aliado. Algunos estaban convencidos de que con ese apoyo la victoria sería inminente.
Concluida la elección e iniciada la «luna de miel», el profesor fue invitado a integrarse como asesor en la Secretaría de Educación, hasta se llegó a considerar que su ingreso al gabinete estaba cantado, pero no fue así, Tobón nunca llegó a ser asesor o a tener un papel relevante en la Alcaldía (solo fue contratista por pocos meses). Su temperamento e irascibilidad no se amoldaban al afán de Quintero de solo rodearse de áulicos sin criterio que le «hagan caso como un berraco».
El profesor ya no resultaba estratégico para integrarse en la primera línea de la naciente doctrina «quinterista».
El resto ya es historia. Tobón rápidamente rompió con Quintero, lo cuestionó airadamente en las mismas redes donde meses atrás lo había exaltado como un buen candidato y se generó una grieta que no paró de crecer con los años. No sería ni el primero, ni tampoco el último. A Tobón se le sumaron Jesús Abad Colorado y luego Luis Bernardo Vélez.
Aunque inicialmente el profesor guardó cierto tacto con el alcalde, solo tildándolo de «liso y mañoso», en los últimos días arreció en sus críticas y dejó claro que en su aspiración por la Alcaldía de Medellín no guardará silencio ante la «desastrosa gestión de Quintero». Así, se va convirtiendo en la principal punta de lanza contra un alcalde —el más impopular desde que existen mediciones— que tendrá pocos defensores entre los candidatos en liza.
El contraataque de Quintero se limitó a su desgastada estrategia de reducir a cualquier voz opositora al crimen del uribismo, y sí, digo crimen porque su ficha de sucesión y exsecretario de la No-Violencia (un personaje cuyo único mérito en la vida pública se reduce a ser familiar de Diana Osorio) anda pregonando que en algunos años ser uribista estará tipificado como delito en el Código Penal ¡Y el tipo fue secretario dizque de la «No Violencia»!
Lo cierto es que el profesor no vio problema en reunirse con Uribe y tampoco lo ocultó. A sabiendas que sería condenado en Twitter, defendió ese encuentro como una oportunidad de «diálogo y tolerancia en el marco de la paz total», pues: ¿Cuántas veces se ha reunido Petro con el expresidente? Que eventualmente se conviertan en aliados o aterricen en la misma coalición de cara al 2023 será algo que solo sabremos en algunos meses.
Tampoco sería la primera vez que Tobón es visto como un aliado estratégico, o que lo diga el mismo Quintero que no cabía de la dicha cuando se dio por enterado de que el profe que tenía idealizado lo apoyaría.