Los resultados de las elecciones de 2018 en Colombia podrán significar para el país, trasegar en dos direcciones: de un lado, la posibilidad de que Colombia empiece a caminar en una dirección contraria en materia de racionalidad política, económica y sobre todo, cultural, sin que ese camino propuesto nos lleve a al “modelo venezolano” que, convertido en fantasma por la Derecha, puede jugar un papel protagónico el próximo 17 de mayo; y del otro lado, un trazado que simplemente dé continuidad a los problemas históricos del país, esto es, mantener inmodificables las correlaciones de fuerza al interior de un Régimen que parece inexpugnable, a pesar de su inocultable ilegitimidad y debilidad moral.
Esos dos caminos posibles y las apuestas ético-políticas para transitarlos, se harán antagónicas no solo por el contenido mismo de la propuesta del candidato a la Presidencia que resulte ganador, sino por el carácter de quien vaya a dirigir los destinos de la Nación por los siguientes cuatro años.
En esta oportunidad propongo una caracterización de los candidatos presidenciales, antes de las consultas que se producirán en las elecciones del 11 de marzo.
En el itinerario que nos llevará por los caminos de la continuidad y en la perspectiva de “cambiar para que todo siga igual”, ubico a los candidatos Iván Duque (el ungido de Uribe), Alejandro Ordóñez Maldonado (el anulado Procurador), Martha Lucía Ramírez (ex ministra de Defensa de Uribe), Germán Vargas Lleras (ex ministro de Santos), Sergio Fajardo y Vivian Morales (“La Mesías”); en la dirección que nos pueda llevar a nuevos escenarios y en particular, a cambios sustanciales en las formas como opera el poder, esto es, superar el ethos mafioso que guía tanto a la clase empresarial y política, sino al grueso de la sociedad, y de forma paralela hacer la transición política de la guerra a la paz, ubico a los candidatos Humberto de la Calle y Gustavo Petro Urrego.
Eso sí, con un matiz que tiene que ver con el carácter de estos dos curtidos políticos: el ex vicepresidente de Samper (renunció cuando explotó el escándalo del 8.000) exhibe un espíritu aplomado, sosegado y sereno que lo hace proclive a conciliar y a buscar los consensos que necesitará consolidar para avanzar hacia un estadio distinto en lo político, económico y cultural. Por el contrario, el ex alcalde de Bogotá hace alarde de un carácter confrontador que no solo genera preocupación en los líderes del Establecimiento, sino entre los seguidores que pueden hacer disquisiciones que superan el apasionamiento que ya exhiben muchos de sus seguidores, que se expresan en las redes sociales.
Pero intentemos caracterizar a aquellos candidatos que están dispuestos a recorrer los caminos de la continuidad y que a dentelladas defienden el Establecimiento, del cual, de diversas maneras, se han servido. Inicio con Iván Duque. Se trata de un joven político que desde ya funge como una suerte de “marioneta” de quien no solo opera como el dueño del Centro Democrático, sino de las ideas que Duque hoy repite sin mayor análisis y convicción. Su suerte será definida en una consulta de la que nadie puede hoy, asegurar un resultado que le favorezca.
De Alejandro Ordóñez Maldonado bastaría con señalar que violó la Constitución y se hizo reelegir Procurador General de la Nación con todo tipo de argucias. Se trata de un fanático religioso que después de haber convertido el edificio de la Procuraduría en una suerte de abadía desde donde emprendió cruzadas contra impíos y en un centro de operaciones clientelistas, ahora posa como guía moral y “enemigo” del Régimen del cual se benefició durante sus casi 8 años manejando los destinos de la Procuraduría General de la Nación.
Entre tanto, Martha Lucía Ramírez representa el oportunismo político. Con una apuesta ideológica y política acomodaticia, la ex ministra está pescando en el río revuelto de la crisis de credibilidad que de tiempo atrás persigue a Uribe y un sector de la Derecha, quien a pesar de seguir siendo un gran elector, entiende que en esta oportunidad no podrá competir con la muy bien aceitada maquinaria de Germán Vargas Lleras. De allí que el resultado de la consulta del 11 de marzo poco importa, porque ya Uribe y el ex ministro de Santos pactaron unirse en segunda vuelta para “retomar el rumbo del país”.
De Vargas Lleras hay que decir que su carácter violento, que lo acerca a la condición de patán, le permite superar con creces a quien ofreció a “alias la Mechuda darle en la cara marica” y a quien Santos calificara como “rufián de esquina”. Con un agravante: Vargas Lleras está desesperado porque ser Presidente de la República es más que un anhelo, es una obligación de sangre.
En cuanto a Sergio Fajardo, hay que señalar que su «tibieza discursiva» y su reciente pasado político en su tierra lo instalan con fidelidad en esa parte del Establecimiento que insiste en «cambiar para que todo siga igual». Fajardo juega a la decencia, en medio de la ilegitimidad de un Régimen corrupto y criminal.
Y Vivian Morales es una suerte de “Mesías” que salvará al país de los efectos que dejó el “rayo homosexualizador”. Con su lema de campaña, “Dios y la Constitución se gobierna esta Nación”, la confundida senadora Liberal se erige como un faro moral para una sociedad que ella considera que extravió sus valores tradicionales, de allí que se vea en la necesidad de desconocer la condición laica del Estado.
La candidatura y proyecto político de la Farc, en cabeza de Rodrigo Londoño, propone un tercer camino posible para el país, del que muy seguramente pocos, por ahora, están dispuestos a recorrer de la mano del ex comandante guerrillero. Mientras su modelo político y económico siga siendo el viejo modelo soviético (de la antigua URSS), serán muy pocos los seguidores y simpatizantes que logrará para su causa política.
Y mucho menos será posible que en esa dirección camine una sociedad que, dividida en clases, aún no hace conciencia sobre la necesidad de modificar sustancialmente el modelo económico y político, sin que ello signifique que ese modelo socialista sea el único posible.
Más le vale a la dirigencia del Partido de la Rosa, escuchar a Pepe Mujica para entender que generando riqueza, se superan tanto la pobreza como la exclusión; y que no es a través del estatismo que se superan los problemas que viene generando el “capitalismo salvaje”. Una recomendación final a los señores de la Farc: demuestren que pueden administrar el Estado, iniciando en los ámbitos local y regional.
Así entonces, para estas elecciones de 2018, el país decidirá entre dos caminos: el de dar continuidad al actual Régimen de poder, o hacerle modificaciones para lograr que gane algo de legitimidad y moralidad. Hay varios caminantes, con talantes disímiles. Cada quien elegirá de acuerdo con sus intereses (clientelistas para muchos), gustos en materia del carácter que cree debe tener quien se atreva a “gobernar” en (a) Colombia y otros tantos, guiados por las manipulaciones de la Prensa.
Buen analisis, apoyo totalemente al columnista.