Tengo que aceptar que, de manera, aunque inconsciente, muy irresponsable hacía parte del ciudadano que basa sus preferencias o tendencias políticas en lo que dicen en los pasillos de la universidad, en el café, en el trabajo o en lo que dicen los periodistas y medios a los que sigo, en fin, siempre en lo que piensa este o aquél o peor aún, en lo que leía en redes sociales. Permitía que ese entorno, que esa burbuja, impusiera sus opiniones sobre las mías, porque realmente ni siquiera tenía una opinión sólida, por eso era fácilmente manipulable.
Pero en plena acalorada contienda electoral, esas ganas de querer ser parte activa de los debates, de no repetir lo mismo que escuchaba y de tomar partido con argumentos, me llevaron a reflexionar. Era necesario que empezara a conocer a los candidatos, a comprender qué es eso que están ofreciéndole al país y qué tan factibles son sus propuestas y sus ideales, porque en retórica casi todos tienen un diez de diez. Si de hablar bonito y con contundencia se tratara la presidencia, que tarea más difícil tendríamos los colombianos, ahí sí habría de donde escoger gente.
Pero no, nuestras vidas quedan en unas decisiones que ese personaje tome, entonces darle tanto poder a una persona debe ser algo asumido por la ciudadanía con toda la seriedad y responsabilidad que el asunto merece. Por eso me duele que hoy los insultos, las mentiras, la rabia y el miedo sean los protagonistas del debate electoral, impulsado y promovido por los mismos candidatos, que se han dedicado más a atacarse y a defenderse, que a proponer.
Quisiera que todos se empelicularan como yo, que sacaran tiempo, no diez minutos para ver y compartir memes y tuits, sino cinco, seis, siete horas para analizar entrevistas y debates, para consumir programas de pedagogía electoral, para asistir a foros, para conversar con la gente, para entender que hablar de polarización en política no está mal, desde que todo esté basado en el respeto por la diferencia y en argumentos fundamentados en la verdad.
Pero entiendo que eso no va a pasar, que quizá yo lo haga porque estoy en este medio, pero que el colombiano promedio está demasiado ocupado como para sacarle el rato a escuchar a unos viejos lanzarse pullas entre sí, hablando de cosas que no se entienden, de datos y cifras que confunden, entonces mejor dedicarle el tiempo a cosas más chéveres, que la vida es muy cortica para andar entendiendo de política.
Mejor seguir repitiendo lo que dice mi amigo que medio ve las noticias, o lo que vi en Facebook, seguir llamando mamerto o ignorante a todo el que tiene argumentos contrarios, seguir creyendo que lo que pienso es irrefutable o simplemente siendo indiferente, porque allá el mundo, que se jodan todos si yo estoy “bien”. Lo fácil siempre es tan atractivo como fútil y peligroso.
No más gente opinando frente a una cámara, viralizando contenido irresponsable, sin medir consecuencias; no más gente transmitiendo falacias, generando miedos y odios; no más apartes de entrevistas sin contexto; no le demos más fuerza al horrible neologismo posverdad ¡No más, no más!
Que no me gusta un candidato, venga yo le digo por qué, que usted me puede demostrar que eso no es así, venga yo lo escucho, que usted tiene razón, pues equivocarse hace parte de la vida y nadie es poseedor de una verdad absoluta y en estos asuntos, la intención debe ser más trascendental que idolatrar a un mortal tan imperfecto como usted o yo, que a la final solo nos ve útiles en estos momentos, luego hará lo que quiera con o sin nuestro permiso.
Entonces hay que empezar a trabajarle a eso, estoy segura de que todos los medios están generando mucho contenido al respecto. Sea consciente del periodismo que consume, no se case con un solo medio de comunicación, no coma cuento de discursos, pregúntele a expertos sobre propuestas que no entienda, involúcrese por estos próximos tres meses, ejerza su derecho al voto, para que Colombia no siga siendo golpeada y engañada por los mismos, que jugar con las emociones es tan básico, que en eso están basando sus campañas los inescrupulosos, que les importa poco lo que pueda pasar con usted y el país, porque el único fin es poseer el poder, porque ¡ay donde se metan con su capacidad de análisis, con su sensatez! Deja de triunfar la politiquería y el populismo, para darle paso a las ideas, a los proyectos de gobierno inteligentes, estructurados y honestos.
Sí, honestos, porque no se puede caer en el cliché de que todos los políticos son iguales, de que la política no sirve, porque sí o sí, como escribía Aristóteles, es la política la que asegura el bien de los ciudadanos y de la ciudad, es ella la que rige nuestras vidas y sí hay gente distinta, que tiene estrategias e ideas bien elaboradas, que permiten creer en que las cosas se pueden hacer de otra manera, en que las estirpes condenadas a cien años de soledad sí tienen una segunda oportunidad sobre la tierra. Y ahora no salgan a decir que el cambio es Iván Duque o Gustavo Petro, porque entonces esta reflexión no habrá servido para nada.