Según el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, la palabra oxímoron se refiere a la presencia de dos ideas que se oponen entre sí en una misma frase o cita. Cuando pensamos en ejemplos que sustenten esta idea podríamos pensar en frases tales como ‘sol de medianoche’ o ‘el ensordecedor ruido del silencio’. Pero existe entre todos los ejemplos imaginables uno que lo tenemos tan cerca, que estamos dentro de él sin darnos cuenta: Colombia.
Colombia es el más claro ejemplo palpable de oxímoron que podamos tener a la mano sin acudir a mayores desgastes dialécticos. País de luces y sombras, de cumbres y abismos profundos, de soles y lunas, de risas y lágrimas, de ruidos y silencios. País de niños muertos de hambre y ricos en la lista Forbes. País de deportistas millonarios y de atletas de miseria y hambre. País de soles radiantes y de ríos desbordados por el implacable invierno. País de parias que se apropian del erario y a su vez de indiferentes ciudadanos incautos que regalan su voto. Siempre cabrán las ideas más disímiles y contrastantes en este país de todos y de nadie.
Precisamente, por estos días es noticia en Colombia el más inverosímil de todos los oxímoros que podamos imaginar: una marcha en contra de la corrupción convocada por el jefe del gobierno más corrupto de la historia reciente de Colombia y de un ex jefe del ministerio público destituido por comprar su reelección. La autoridad moral de estos dos oscuros personajes no es precisamente la mejor prenda de garantía de éxito de esta convocatoria.
Pero tal vez lo preocupante no debería ser la convocatoria en sí misma ni quienes la convocan. El verdadero ingrediente que debería inquietarnos, y que es la razón de estas líneas, es la cantidad de personas que el próximo primero de abril estén dispuestas a salir a las calles a ejercer su sagrado y constitucional derecho a la protesta.
Porque eso es lo que es: un derecho que nos da la carta constitucional como herramienta de control ciudadano ante quienes ejercen el poder. Lo realmente preocupante son las motivaciones, o mejor, las emociones bajo las cuales acudirán los marchantes. El hecho de tratarse de una marcha en contra de la corrupción, que en últimas demostró ser el más grande flagelo que nos golpea sin pudor, es en sí mismo un hecho notable frente al cual todos, sin excepción, deberíamos acudir a las calles a pronunciarnos con frontal vehemencia. La corrupción se nos muestra desde tiempos lejanos como un cáncer terminal que nuestra miopía nos impidió ver, por estar obnubilados ante el problema – gravísimo por demás- de las guerrillas y el orden público.
Campantes y orondos se paseaban en camionetas y en yates los funcionarios y contratistas del estado con dineros de los contribuyentes, mientras ciudades enteras adolecen de la prestación de servicios básicos como el agua y puestos de salud dignos. Podríamos dar como ejemplo el caso de Yopal, que no tiene acueducto pero es una de las ciudades con mayores ingresos por concepto de regalías.
Las páginas se nos harían cortas para poder citar los cientos de ejemplos de igual índole, pero por temas de espacio no podríamos reproducir. Odebrecht, Reficar, los desayunos escolares para niños de escasos recursos y la hambruna en La Guajira, son algunos de los casos que nos obligan a decir que Si a un movimiento ciudadano en contra de la corrupción. Pero el caso de la marcha del primero de abril tiene un tufillo más político que social, tratándose de quienes la promueven.
Al igual que el plebiscito del dos de octubre, en el que los simpatizantes del No salieron a las urnas “emberracados”, dando la victoria a un amañado grupito de intransigentes amigos del cruel negocio de la guerra, la marcha del primero de abril será una muestra más de esa influencia marcada y dañina que estos personajes ejercen sobre parte de la sociedad. ¿Cuántas personas acudirán a la convocatoria? Aún no lo sabemos. Pero de darse un número significativo de ‘indignados’, estaremos enfrentando el mismo problema del día del plebiscito: el desconocimiento y desinterés de esos sectores de la sociedad por hallar el verdadero fondo de la problemática en contra de la cual se pronuncian.
De ser así, bien podríamos plantear unas nuevas inquietudes: ¿Por qué razón estos personajes de dudosa índole pueden llegar a ejercer tal influencia en la sociedad, generando un movimiento de masas, a pesar de las evidencias que los condenan? ¿De dónde proviene la capacidad de convencimiento de un personaje como el señor Uribe, siendo él mismo el articulador de todos los desmanes que se cometieron desde ‘la Casa de Nari’ durante sus ocho años de mandato?
La respuesta puede ser tan compleja como desoladora. Somos una sociedad que por décadas ha estado y seguirá estando enceguecida por nuestra propia ignorancia. Creemos con cierta facilidad todas las deformaciones de la información que hoy eufemísticamente se conoce como la posverdad. Nuestro carácter crítico y nuestra capacidad de controvertir las ideas que llegan a nuestros sentidos, se ve seriamente limitada –paradójicamente- por la nada despreciable influencia de las redes sociales, las cuales han servido de excelente caldo de cultivo para manipular y manosear sin rubor sectores enteros de la sociedad, que sin resistencia alguna, acogen casi cualquier información que llegue a sus manos. Nuestra capacidad de debate se ha visto seriamente lacerada por cuenta de quienes, a cualquier precio, quieren hacerse al poder para beneficio en primera persona.
Ese ha sido el capital político del hoy senador Uribe y de todos quienes hoy enarbolan las banderas de repudio en contra de la corrupción, pero que ciertamente tienen rabo de paja. Es precisamente la obediencia de sus votantes la que lo llevó al poder presidencial en dos ocasiones y ahora lo tiene en el Congreso de la República.
El senador Uribe sin sus votantes no sería nadie. De no ser por sus más de ocho millones de votantes incondicionales y manipulados, jamás habría llegado a la presidencia. Justamente por eso es que debe alimentarse de eventos y coyunturas como la marcha del primero de abril, para afianzar su poder sobre las masas y reafirmar su vigencia en el ideario colectivo de sus seguidores.
Así las cosas, la invitación sería: Salga y marche si así lo desea. Pronúnciese con vehemencia en contra de las mafias que desangran el país. Hágalo con la mayor firmeza posible, no solo el primero de abril sino todo el año. Pero ojo: ¡Hágalo bien! Hágalo sin seguirle el juego a las mafias que quieren seguirnos dominando a su antojo. Hágalo con la plena convicción de que la protesta solo va a beneficiar al país y no a esas camarillas de delincuentes de cuello blanco y cuna de oro. No lo haga porque se lo indiquen figuras oscuras y sin autoridad moral como los doctores Uribe y Ordóñez. Ni siquiera lo haga por usted. Hágalo por Colombia. Porque asistir a una marcha anticorrupción convocada por Uribe y Ordóñez es lo mismo que emprender una cruzada en contra de la pornografía al lado de Esperanza Gómez.