Hablar de paz en estos momentos en Colombia es muy peligroso. Suena a paradoja, pero lo es, no solo porque corre uno el riesgo de que lo insulten o le digan mamerto, santista, guerrillero y demás, sino porque se cae, a veces, en lugares comunes, en obviedades y en frases de cajón medio romanticonas y cursis.
Pero hay que hacerlo porque como lo dijo el presidente Santos en su discurso de instalación del Congreso, el pasado 20 de julio, los comicios refrendatorios que se vienen pueden ser los más importantes en la vida de cada uno de los colombianos habilitados para votar.
Hay riesgos grandes de que las mentiras que se dicen a diario, en torno al proceso de paz, aumenten en los próximos meses. Y van a empezar a ser más grandes e infames. La muestra está en los montajes que les hicieron a Juanes y a Mockus a quienes pusieron con camiseta y pancarta a defender algo que no defienden. Por fortuna, ellos mismos aclararon la situación y salieron a respaldar la paz, como personas sensatas que son.
Y como el aumento de las mentiras se vislumbra, lo que tiene que hacer cada colombiano comprometido verdaderamente con la paz, con la paz real, no con la de Twitter o la de Facebook, o la de mentiras de las iglesias -esa de que dense fraternalmente la paz-, es echársela a cuestas y empezar a trabajar por ella.
Puede que esa cruz de la paz sea pesada, pero vale la pena cargarla, porque si usted es realmente una persona que quiere que sus hijos o sus nietos tengan un país mejor, el esfuerzo que haga ahora tendrá inmensos beneficios en esa Colombia del futuro.
Para empezar, deje de pelear con los uribistas, con los del Centro Democrático, me refiero, porque hay uribistas flexibles, pocos, pero los hay, aunque no lo crea. Ese desgaste sí que no vale la pena. Para ellos su verdad, y su ilusión, es seguir en el conflicto armado con las Farc, de lo contrario no harían propuestas extemporáneas para sentarse a hablar con ellas –luego de que se les invito varias veces- a sabiendas de que las condiciones que piden no solo no llevarían a ningún acuerdo sino que desembocarían en la disolución de la mesa de diálogos y por ende en la perpetuación de la guerra.
Entonces no discuta, no insulte, sea coherente con su anhelo de paz. Ignore o bloquee en las redes, si es lo que le parece correcto, a esos recalcitrantes que quién sabe mandados por quién, no hacen sino repetir retahílas, frases, y eslóganes de guerra con una que otra bandera negra en su cabeza y en su alma.
Lo que creo que debe hacer es algo que puede sonar empalagoso pero que a la hora de la verdad es más simple de lo que se piensa: pedagogía. Sí, no necesita usted ser licenciado o docente universitario para ello. Basta que quiera la paz para que le explique a su amigo, a su vecino, a su familia, los enormes beneficios que traerá al país un acuerdo con la guerrilla más vieja del mundo.
Pero para eso, debe primero entender de qué se trata ese acuerdo. Debe saber qué es la justicia transicional, qué es la política de desarrollo rural integral, o cómo será la participación en política de los guerrilleros, por citar algunos puntos. Debe investigar, leer, hablar con los que saben y conocen del tema para luego sí multiplicar eso que entendió a sus más cercanos.
Obvio que habrá aspectos de ese acuerdo que quizás no le gusten, pero si está comprometido enteramente con la paz, preferirá tragarse algunos sapos en lugar de ser indiferente o de permitir que, con un voto negativo, en el futuro, siga habiendo más muertes violentas y absurdas propias de una guerra.
Ahora, debe entender que la paz no es el acuerdo. Que con la firma no tendremos el país de las maravillas ni seremos todos amiguitos y andaremos cogiditos de la mano gritando y saltando de alegría. No. La paz está en usted mismo, nace de su corazón y está en su casa, en la forma como se comporta con los demás, en la forma como responde a una agresión, en la manera en que educa a sus hijos, en la actitud que asume al conducir su vehículo, en la disposición que tenga de perdonar, en el quehacer diario que impone retos difíciles pero que no necesitan de muertes o de violencia para solucionarlos.
El país requiere muchas reformas para poder hablar de paz, pero este esfuerzo que ha hecho el gobierno con las Farc es un gigantesco paso para lograrla.
Esas reformas, por la vía legal e institucional, se empezarán a realizar si es que usted le da el voto positivo a ese acuerdo de La Habana. Si es que usted se compromete a hablar de él, a explicarlo, a desvirtuar los sofismas que se tejen a su alrededor.
La tarea no es menor, empezando porque no basta con invitar a la gente a leer porque aquí la gente no lee, no escucha noticias, no ve noticieros, no revisa la prensa. Infortunadamente muchos se desentienden de lo que pasa en el país y prefieren quedarse con las loberías de la televisión nacional. Es una tarea apoteósica, sin duda, pero si usted está comprometido debe hacerla con sus estudiantes, con sus compañeros de trabajo, con sus conocidos, en su barrio, en su localidad, en su casa.
No está de más invitar al gobierno a que emprenda una gira monumental por universidades, empresas, instituciones, pueblos y veredas para que explique con claridad, voz a voz, cara a cara, la importancia de votar en el plebiscito por el sí. Eso debe ser persona a persona, con el contacto físico y mirando a los ojos a la gente, no solo sirven las cuñas radiales o los espacios en televisión ni los anuncios en medios impresos.
El gobierno y las Farc deben, ahora, ya, finalizar la negociación en Cuba y poner la firma final para que se empiece la labor informativa y pedagógica sin engaños y con la altura que se le pide al uribismo.
Por otro lado, es un imperativo moral que los medios de comunicación, los comprometidos con la paz futura, con la reconciliación, con el perdón y con la vida, también se comprometan con espacios amenos y alegres que expliquen lo que está en juego.
Eso de que el periodismo no debe tomar partido queda, desde mi óptica, desvirtuado en esta ocasión, porque el periodismo se debe a la gente, al país, a su bienestar, y qué mejor que ponerse del lado de quienes defienden la postura de tener una nación alejada del odio en la cual se puedan tener diferencias sin que ellas nos lleven a la tumba.
Cabe anotar que usted está en todo su derecho de oponerse a los acuerdos. Pero si lo hace, hágalo basado en verdades, no en falacias ni en engaños. Es más, lo invito a informarse y verá que las mentiras que dicen sobre el proceso de paz son solo eso, falsedades.
Por último, decir sí en el plebiscito no es decirle sí al Presidente, decirle sí a todo lo que haga o diga. A él hay que reconocerle este valioso esfuerzo por la paz, la historia se lo reconocerá, pero también habrá que hablarle para que sus equivocaciones, que las ha tenido, no empañen la paz verdadera.
Decirle sí al plebiscito es darnos la oportunidad de empezar a construir un nuevo país, así nos toque por estos días llevar la paz a cuestas.
Publicada el: 29 Jul de 2016