Columnista:
Fredy Chaverra
Dice el viejo y conocido refrán: agua pasada no mueve molino. Y a eso, algunos ilustres congresistas del Pacto Histórico han querido reducir el hundimiento de su reforma política, pero no, en la deformación de la peor reforma política que alguna vez se haya presentado en el Congreso se deben endilgar las respectivas responsabilidades y, sobre esa cadavérica y antidemocrática reforma, no me cabe la menor duda de que hay tres responsables directos: el ministro del Interior, Alfonso Prada, y los senadores Roy Barreras y Ariel Ávila.
En esta columna solo me detendré en Ariel Ávila, contrastando su perfil en su faceta de investigador-independiente y ahora en su rol de senador gobiernista.
Y podemos hacer el siguiente ejercicio mental: si la defenestrada reforma política se hubiera presentado en el Gobierno de Iván Duque, el investigador-independiente Ariel Ávila, considerado como un experto en las reglas formales e informales del sistema político en sus variables partidista y electoral, hubiera sido uno de sus críticos más avezados. Eso no lo pongo en duda, pues sus diagnósticos sobre el poder de los clanes políticos regionales no lo hubieran llevado a legitimar una reforma que automáticamente garantizaba la reelección de los jefes de esos clanes en las elecciones de 2026.
El investigador-independiente Ávila tampoco hubiera estado de acuerdo con una reforma que de facto aniquilaba las minorías políticas elevando el umbral electoral del 3 al 5 %; con la instauración de un modelo de listas cerradas sin precisar mecanismos democráticos de selección (una patente de corso para el control absoluto de los partidos por parte de los dueños del bolígrafo y los jefes de los clanes); o con la promoción del transfuguismo (en lo que su aliado Roy Barreas es un campeón olímpico).
De ahí que resulte tan chocante que luego de su transición a senador, apoyado en 97 470 votos y con un fuerte capital de opinión debido a sus múltiples investigaciones, Ariel se haya convertido en uno de los cerebros de, vuelvo a repetir: la peor reforma política que alguna vez se haya presentado en el Congreso. De Alfonso Prada y Roy Barreras no me sorprende; igual, son ‘piezas’ de la politiquería y el establecimiento, por eso, no me detengo a revisar sus responsabilidades.
Sin embargo, creo que el senador Ariel Ávila obró con cierta ingenuidad y hasta con «nobles» intenciones.
Primero, pasó por alto el hecho de que el Gobierno lo hubiera dejado solo en su proyecto de reforma a la autoridad electoral; segundo, ávido de pragmatismo, asumió como coordinador de una reforma que lo obligó a tranzar con los tradicionales (algunos de sus antiguos investigados); tercero, pensó que podía implementar un sistema semiparlamentario y no entendió el grave error que implica promover una reforma que solo favorecía a los políticos.
Para ser un senador que se estrenó con un regular conocimiento de la Ley 5 (la que reglamenta el funcionamiento del Congreso) y con los bríos de ser un opositor estructural a todo lo que oliera a clase política tradicional, solo bastaron pocos meses para que Ariel se ajustara a las lógicas más informales del Congreso y terminara tranzando con los tradicionales un adefesio normativo indefendible más allá de sus narices.
Ya el daño está hecho, Roy públicamente expresó que el senador Ariel fue el directo artífice del peor ‘orangután’ de la reforma. Su firma en la ponencia que daba vía libre a su discusión en la Comisión Primera del Senado confirma que, o estaba de acuerdo con su contenido o, simplemente, no la leyó. Se hizo el harakiri de una forma bastante burda y así le echó tierra a su otrora perfil de investigador-independiente.
Solo me pregunto: ¿Qué pensarán de esa movida los 97 470 ciudadanos que convirtieron al investigador Ariel Ávila en el senador que respaldó la peor reforma política que alguna vez se haya presentado en el Congreso?