Columnista:
Juan D. Muñoz Quintero
¡Hijueputa! ¡Hijueputa! ¡Con esos hijueputas no se puede hacer nada!
Esas fueron las palabras que se le “chispotiaron” a la senadora Angélica Lozano contra el senador Gustavo Bolívar en plena sesión del Congreso de la República. La situación que, por supuesto se hizo viral en redes sociales, inicialmente fue bastante cómica, generando, incluso, las carcajadas de senadores como Armando Benedetti y Gustavo Petro. Sin embargo, luego de las risas, el chiste se fue volviendo una preocupante y dolorosa constatación de la crisis política que vivimos.
Esa crisis, no lo planteo en términos morales, no es que considere inadecuado que una senadora descargue su cólera o impotencia con un refrescante “madrazo”, ¿acaso quién no ha “hijueputeado” en la tranquilidad de su casa a algún compañero del trabajo que nunca sabrá que eso pasó? Es más, cuántos muertos nos hubiéramos ahorrado en Colombia si en lugar de reprimir las pulsiones de muerte, la liberásemos con sanadoras “mentadas de madre” en la privacidad del hogar. En esta ocasión, hubo un mal cálculo y la tecnología jugó una mala pasada, pero ese, en cualquier caso, es el menor de los problemas.
Lo realmente preocupante es que la expresión: “con esos hijueputas no se puede hacer nada” está cargada de un contenido concreto. Y no lo digo únicamente por las diferencias que se han evidenciado entre Angélica Lozano y Gustavo Bolívar, quienes ya hicieron las labores protocolarias de disculparse públicamente y tratar, una vez más, de jalonar para el mismo lado en la agenda legislativa contra el enemigo común: el uribismo y la extrema derecha.
Lo más grave del tema es que lo dicho eufóricamente por Angélica, es lo que repiten de manera reiterada (con peores improperios) los seguidores del Partido Verde (y el MOIR) con relación a la Colombia Humana, pero también lo hacen los seguidores de Petro (además, con peores improperios) con respecto al Partido Verde. Los primeros, consideran que Petro es un ególatra, de ideas radicales y que genera “polarización” en el país, mientras que los segundos consideran que los verdes son “tibios”; no son lo suficientemente progresistas, razón por la que son “el arma secreta del uribismo”.
Sin negar que al interior del verde hay dirigentes que se acercan más a pensamientos de derecha que de izquierda (o progresista), es un exabrupto catalogar a todo el Partido Verde como el “as bajo la manga” del uribismo. Esto, sería desconocer la labor de muchos de sus dirigentes nacionales, regionales y locales que han dado una lucha frontal contra la parapolítica y la corrupción asociada a dicho movimiento político. Incluso, también sería desconocer el apoyo del Partido Verde a Petro en la segunda vuelta presidencial y las votaciones que, como bancada, ese partido ha dado en el Congreso de la República en contra de las políticas regresivas del Centro Democrático.
Así, a pesar de que puede haber personajes como el popular ‘Manguito’ que impulsado por la Colombia Humana logró llegar al Congreso para luego develar su estirpe uribista, o como algunos dirigentes del Partido Verde, que hacen uso de esa personería jurídica para llegar a escenarios de representación y de forma posterior, defender ideas retardatarias afines al bloque hegemónico; la discusión que se busca plantear en este texto, desborda el escenario de los dirigentes políticos e inclusive de los partidos.
Centrando la discusión en el escenario de la sociedad civil, se puede constatar, con discusiones como las suscitadas en las redes sociales entre seguidores de los verdes y seguidores de Petro, a causa del “madrazo” de Angélica, que, el bloque histórico que hoy ostenta el poder político en Colombia ha puesto una trampa mortal en la que estamos cayendo: nos han reinventado el enemigo.
La sociedad civil colombiana, hiperinformada (por Twitter) ha caído en las redes del fanatismo político (carente de concepciones tácticas y estratégicas). La velocidad y facilidad de acceso a la información política se ha conjugado con la superficialidad en el abordaje de la realidad social y la carencia de formación política, lo que ha dado por resultado la producción en masa de opinólogos que de forma más o menos “ilustrada” o más o menos apasionada, están empeñados en demostrar por qué es el ratón verde, rojo o amarillo, el menos capaz de derrotar la amenaza del gato.
Esa metáfora de los ratones y los gatos, a pesar de ser un refrito de los discursos políticos, tiene total vigencia si se considera la coyuntura política colombiana. Hoy, que el uribismo está contra las cuerdas, la realidad política exige que los líderes sociales, intelectuales, políticos y la sociedad civil en general, trascienda del diagnóstico erudito o del discurso beligerante, a la acción política efectiva. Necesitamos terminar de expulsar al gato para poder debatir entre ratones las formas en las que queremos vivir.
Es momento de comprender que hacer política es mucho más que proclamar nuestros principios, aunque los consideremos los más claros y logremos expresarlos con extraordinaria elocuencia. La política no es para poseedores de una verdad absoluta, no es tampoco para puristas, por mejor argumentadas que tengamos nuestras posiciones ideológicas. Y ¡ojo!, no hablo de caer en la vacuidad del “todo vale”, no se trata de dejar de buscar la raíz estructural de los problemas o de no tomar postura; ir a ver ballenas mientras el país se desangra.
De lo que se trata es de recuperar (o desarrollar) la destreza para la acción política, lograr superponer a la doctrina abstracta y dogmática, la capacidad de analizar las relaciones de fuerzas concretas en un momento determinado. Se trata de no encontrar en cada desacuerdo con los dirigentes, partidos y movimientos potencialmente aliados, la semilla de una diferencia fundamental e irreconciliable. Nuestro rival en la lucha por dirigir el movimiento de fuerzas que combate al poder hegemónico no se puede seguir convirtiendo en nuestro enemigo más odiado. Es decir, nuestra disputa por definir si el gato verde, amarillo o rojo lidera el movimiento de ratones no nos puede hacer olvidar que el enemigo mayor es el gato.
(Seguro que hay gatos mimetizados entre los ratones, pero son la minoría y se van a ir develando solos).
En definitiva, es momento de entender que los “hijueputas” con los que no se puede hacer nada, son los gatos y no otros ratones, que ya habrá tiempo para nuestros madrazos, pero no es este. Por ahora, aunque nos toque mordernos la lengua, debemos recuperar la capacidad de diferenciar entre nuestros enemigos antagónicos y rivales, entre quienes simplemente piensan diferente a nosotros y entre quienes piensan (y hacen) decidida y alevosamente contra nosotros.