Columnista:
Germán Ayala Osorio
En las pasadas elecciones presidenciales en Colombia, la idea de un supuesto riesgo de convertirlos en Venezuela si llegase a ganar en ese momento Gustavo Petro, asustó a millones de cándidos ciudadanos y a otros tantos, cercados por su propia ignorancia o aleccionados por la prensa oficialista.
Mucho antes de iniciarse el paro nacional, ya el régimen de Uribe-Duque se acercaba a pasos agigantados al temido régimen venezolano, por lo menos en materia de concentración del poder en el Ejecutivo y el consecuente debilitamiento de la democracia. Hoy, el régimen uribista tiene en los bolsillos de Uribe, al Ministerio Público (Procuraduría y Defensoría), a la Fiscalía y al Congreso. A lo que se suma el lento, pero seguro proceso de privatización de la Policía Nacional.
Con la entrega del informe de la CIDH sobre los crímenes, desafueros y la brutalidad policial desplegada por el Gobierno de Duque, aupadas sus decisiones por la dupla castrense compuesta por los generales Vargas y Zapateiro y con la bendición del hacendado de marras, ya Colombia superó a Venezuela. Y eso, sin contar las masacres que ya casi llegan a 50 en este 2021 y el sistemático asesinato de líderes sociales.
Así las cosas, el régimen de Uribe-Duque parece hacer ingentes esfuerzos por acercarse a las temidas dictaduras del Cono Sur, como las que vivieron los pueblos de Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay. En lo interno, los guarismos alcanzados por el oprobioso Gobierno de Turbay Ayala, el actual gobierno va camino a superarlos, si es ya que ya no lo hizo.
La cínica, pero esperada reacción de Iván Duque ante el duro informe de la CIDH, confirma varios asuntos a saber: el primero, que su descalificación de lo señalado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, es fruto del desespero que le produce el haber quedado expuesto ante el mundo como un aventajado alumno del curso de formación de sátrapa en el que lo metió Uribe, al momento en el que lo puso en la Casa de Nari o de Nariño, ya ni se sabe realmente cómo llamar a ese símbolo del poder político en Colombia.
El segundo asunto que confirma Duque con su menosprecio a las recomendaciones de la CIDH guarda relación con el enorme parecido con Maduro Moros. Hasta en el físico terminaron pareciéndose estos dos instrumentos de los regímenes militaristas que hoy mandan en Colombia y Venezuela. El tercer asunto tiene que ver con la poca importancia que parece darle a la dimensión internacional el uribismo; en particular, lo que tiene que ver con la crítica por la violación sistemática de los derechos humanos. Y eso se explica, en buena medida, porque Colombia en el concierto mundial solo sirve como territorio para el saqueo de multinacionales, la producción de cocaína, la venta de armas en un creciente mercado negro, la apropiación de ecosistemas estratégicos por parte de corporaciones que hace rato hicieron ejercicios de prospectiva en material ambiental, por lo que saben que en un mediano futuro, Colombia les proveerá el agua que el mundo va a necesitar, por los efectos del cambio climático.
A lo anterior, hay que sumar la siempre sospechosa cooperación internacional, que deviene también orientada por el ethos mafioso que la sociedad colombiana validó y naturalizó, en particular desde el 2002. Ahora bien, todos sabemos que esa eticidad viene desde los tiempos de la Colonia.
Aplaudo el informe de la CIDH, y espero sendas demandas contra el Estado en la Corte Interamericana de Derechos Humanos, pero desconfío —y ojalá me equivoque— que la llamada «comunidad internacional» conmine al Estado colombiano y en particular, al régimen político, para que no solo acoja las recomendaciones allegadas por la Comisión Interamericana de DD. HH., sino que modifique sustancialmente las maneras como viene operando el Estado, cada vez más capturado por mafias de todo pelambre.
Finalmente, creo que los colombianos estamos no solo a merced del abyecto régimen uribista y de sus líderes, sino de una comunidad internacional a la que le interesa apoyar a Colombia, para mantener la calentura de la región, clima perfecto para los señores de la guerra y para los carteles de las drogas que operan con la anuencia de los paraísos fiscales.
Y como dijo el sátrapa de marras, «ojo con el 2022», porque en poco menos de un año, los colombianos asistiremos, nuevamente, a una campaña presidencial sucia y mentirosa, tal y como le gusta a eso que se conoce como el uribismo, que no alcanza a ser una doctrina. Si acaso opera como peligrosa secta, con estamentos de partido político. Ya no podrán volver sobre la idea de que nos vamos a convertir en Venezuela, aunque cientos de miles de estultos seguirán diciendo que el expresidiario 1087985 es el muro que ha servido para contener la llegada del socialismo del siglo XXI.
La tarea de los progresistas, de la izquierda democrática y de los demás que no comulgan con el uribismo, es usar el informe de la CIDH para enrostrarle a los millones de estólidos que aún le comen cuento a lo que dicen RCN, Caracol, CM&, La W y Blu Radio, y específicos medios regionales y locales de corte oficialista, que hace rato superamos a Venezuela en la violación de los derechos humanos y en el dañino hiperpresidencialismo. De pronto, llegaremos a la conclusión de que Pinochet, Strossner y Videla, fueron unos párvulos al lado de nuestros verdugos.