En cada desgracia que retratan los medios de comunicación se refuerzan estereotipos y se fragmenta la sociedad desde discursos excluyentes, irrelevantes y superfluos, que están lejos de ser reflexivos y nada aportan al verdadero debate democrático.
La tragedia de la joven universitaria Daniela García, herida de muerte en el sector de Suba en la ciudad de Bogotá el pasado 25 de abril cuando se disponía a regresar a su casa, retrata una realidad insoslayable en Colombia, especialmente en las grandes ciudades. El recrudecimiento de la violencia urbana como consecuencia de problemas estructurales de nuestra sociedad, que no solo tiene que ver con temas de seguridad y fuerza policial; sino que también deja ver el débil tejido social que hemos construido y que el Estado se ha encargado de debilitar con su desatención en campos medulares del desarrollo.
Pero la manera como los medios de comunicación titularon y divulgaron la noticia, refleja una tendencia perversa, que consiste en mercadear las noticias usando términos y descripciones que ocultan las verdaderas reflexiones que sobre estos sucesos debe hacer el periodismo.
El hecho de que fuese estudiante de la Universidad de los Andes, acaparó los titulares como si esto le agregara más valor a su humanidad, en un país donde por ejemplo las mujeres de todos los estratos y clases sociales son víctimas cotidianas de la violencia en todas sus expresiones.
Lo trágico acá no es que sea una joven de una universidad privada o de una clase social pudiente con un futuro promisorio. Lo realmente trágico es que se deshumanice a las personas por arrebatarle un objeto, que prevalezca la avaricia sobre la vida y que las mujeres, sea cual sea su procedencia, sigan siendo asesinadas por razones injustificables.
Lo verdaderamente funesto, es que se hayan atentado contra la vida de una mujer universitaria con sueños como cualquiera, con anhelos, tal como lo retrata su amiga Valentina Frías, una mujer que ante todo “se preocupaba por el otro y hace sentir bien a quien la acompaña en todo momento”.
El periodismo está en la obligación de escudriñar un hecho desde diversos ángulos, evaluar sus causas y prever sus consecuencias. Denunciar la violencia sistemática y develar sus atenuantes. También debe retratar historias y humanizar la información, porque al fin y al cabo quienes leemos somos también personas con sentimientos y empatía por el otro.
Tal parece que en los medios de comunicación masivos retratan la violencia porque vende, atrae audiencia y lectores. Aún peor, si segregan por estrato social vende mucho más y genera mayor dramatismo, despierta la indignación de las masas, quienes ven a la víctima como un reflejo aspiracional.
El facilismo y la ausencia de rigor informativo, prevalecen en los titulares que se leen en los medios. Las redes sociales se inundan de noticias vacuas, descontextualizadas y carentes de cualquier análisis. Se resalta lo accesorio sobre lo indispensable, no hay criterios mínimos. El afán y la novedad, se antepone a la verdadera historia, a las razones y a la argumentación.
Mientras tanto, el fenómeno de las violencias urbanas muta, cambia de rostro, se presenta de formas cada vez más aterradoras y multiformes y detrás de ello se esconden tramas complejas de carácter cultural, político y social, en las que los medios de comunicación deberían trabajar para defender la verdad y humanizar las noticias, independiente de la procedencia o el estrato social de las víctimas.
El periodismo, por cierto, debe aportar a la comprensión de la realidad, al análisis sistemático de los problemas que como sociedad nos aquejan, alejándose de esos estilos de reality show, inmediatistas y deshumanizadores, que antes de que generar conciencia, le tributan al miedo como principal herramienta de movilización en este escenario de pos verdad.