Las naciones que han fracasado y el declive cultural han hecho que la nación se convierta en una gran preocupación en nuestro mundo de hoy; aun cuando no hay escasez de candidatos dispuestos a afrontar el desafío.
Los comunistas, los socialistas, los dictadores y las democracias ─incluso los líderes religiosos─, han intentado resolver estos problemas. Sin embargo, ninguno ha encontrado la clave para construir naciones verdaderamente exitosas.
Entonces: ¿dónde debemos buscar soluciones? Para mí, una de las principales preguntas subyacentes tiene que ver con quiénes somos como sociedad colombiana en un mundo pluralista, donde la construcción de una nación involucra un sentido compartido de identidad nacional, construido sobre elementos que unen a la gente ─como la cultura, el lenguaje y la historia compartida─, que no pueden ser impuestas desde fuera.
Si observamos a la sociedad colombiana, para que surja un estado viable y estable, se necesitaría desarrollar una visión del mundo orientada al futuro que ponga su fe en el progreso material y en las instituciones modernas a través de programas de reforma agraria, desarrollo industrial y agrícola.
El sistema educativo de una nación moldea y moldea las ideas y perspectivas de sus ciudadanos. Si el sistema educativo no se basa en sólidas verdades y valores fundamentales, la nación eventualmente se debilitará y se desmoronará. Por ejemplo, el sistema escolar diseñado por los colombianos debe ser sometido a revisión, trayendo no sólo nuevos libros de texto, sino una nueva filosofía; estableciendo programas de capacitación técnica para crear una nueva generación de trabajadores calificados, que sirva de catalizador del desarrollo a través de la alta tecnología, así como su capacidad de promover el cambio social.
Aunque en la actualidad nuestro país traspase un periodo de profundo partidismos y difíciles circunstancias económicas e índices de pobreza y desigualdad constantes, demasiada gente cree que el cambio es imposible; pero la historia demuestra que las personas, especialmente los jóvenes, pueden construir una nación sobre gente.
Las grandes fuerzas no mueven la historia. La gente mueve la historia. Nuestros jóvenes ciudadanos están preparados para convertirse en otra generación de constructores de naciones.
Robert Cooper, uno de los diplomáticos académicos más respetados de Europa, advierte que «el siglo XXI puede ser peor» que cualquier otro momento histórico, porque «el nuevo siglo corre el riesgo de ser superado por la anarquía y la tecnología (…) los gobiernos occidentales están perdiendo el control (…) de los medios de violencia [frente al terrorismo ya las armas de destrucción masiva]. La civilización y el orden descansan en el control de la violencia: si se vuelve incontrolable no habrá orden ni civilización» ( La ruptura de las naciones, prefacio).
Cooper ve el mundo moderno tambaleándose al borde de un «descenso al caos». Sin embargo, expresa la esperanza, compartida por muchos, de que la ciencia y el ingenio humano nos salvarán de la «tormenta que nos amenaza» ( ibid .).
Ningún gobierno es mejor que el carácter de sus líderes. Para construir país no se necesita una fórmula, las sociedades humanas no siguen fórmulas. La construcción de la nación es un proceso que no produce resultados claros y rápidos.
Debemos proclamar una nación diversa donde las personas sientan un sentido de identidad nacional no por pertenencia étnica compartida o de larga data cultural, sino por un conjunto compartido de ideales, que va desde tener un compromiso con la legalidad democrática y con el constitucionalismo y los derechos básicos, hasta reconocer que la cultura se ha bifurcado entre una cultura que observa y una cultura que actúa.