El fútbol, como deporte espectáculo[1], arrastra las frustraciones y las alegrías de las mismas sociedades que lo convirtieron en sustancia narcótica que dirigentes deportivos, élite económica y política y otros sectores de poder usan hábilmente con la ayuda de los medios masivos de comunicación, para adormecer a las masas y controlar las incertidumbres propias de la vida humana. Especialmente, en países como Colombia, que exhibe una inocultable lucha de clases, concentración de la riqueza en pocas manos y una inadmisible pobreza de sus mayorías.
Por largos 90 minutos, en enormes estadios, confluyen todo lo positivo y negativo que la condición humana produce y suele cobijar, ocultar, aupar, legitimar y perpetuar bajo la categoría cultura.
Las expresiones de violencia de hinchas[2], fanáticos y asistentes suelen conectarse, individual y grupalmente, con las maneras como transcurren sus vidas, con todo y frustraciones, aspiraciones y conquistas.
De esta manera, el fútbol bien puede ser un buen termómetro para medir cuán enferma puede estar una sociedad, si evaluamos las formas como sus miembros asumen el espectáculo, el juego mismo, las derrotas y los triunfos.
Si miramos los recientes episodios de violencia acaecidos en el estadio Pascual Guerrero de la ciudad de Cali, bien podemos colegir que algo anda mal en la sociedad caleña, así lo ocurrido involucre a un sector social específico de la capital del Valle del Cauca.
Las medidas adoptadas por el alcalde de la ciudad arrastran un carácter ejemplarizante que, por supuesto, no soluciona y mucho menos ayuda a transformar o a comprender las circunstancias contextuales, grupales e individuales, que hicieron posible y motivaron las reacciones y acciones violentas de los hinchas y fanáticos involucrados en la refriega.
Más allá de las medidas de seguridad que se adopten, hay tres acciones concretas que pueden implementarse para minimizar la posibilidad de que se vuelvan a presentar los desmanes protagonizados por hinchas y fanáticos de los clubes de la ciudad, Deportivo Cali y América.
La primera y más inmediata, es disponer de los controles de seguridad en el estadio, que contemplan la identificación de todos y cada uno de los asistentes al Pascual Guerrero. La segunda, que la Dimayor vigile de cerca y ojalá prohíba el maridaje y el contubernio que de tiempo atrás establecieron los equipos de fútbol con ciertas barras, desde donde suelen venir los desmanes, las provocaciones y las acciones que conducen a hechos violentos. Y la tercera y quizás la más compleja acción por emprender, es la de hacer pedagogía con hinchas y fanáticos, en la siguiente dirección: que entiendan, unos y otros, que el fútbol es, en doble vía, un juego y un negocio de unos particulares a los que poco o nada les importan sus vidas.
Así entonces, cuando esos fanaticos e hinchas entiendan que sus vidas resultan insignificantes, intrascendentes y banales para directivos, jugadores y el resto de la sociedad que los excluye, entonces volverán al Pascual Guerrero como ciudadanos que van a disfrutar, desprevenidamente, de un espectáculo.
La tarea, entonces, es colosal, pues toca y confronta el empobrecido capital social y cultural que exhiben sin ningún pudor unos hinchas y fanáticos que, guiados por los principios del Gran Macho cavernícola, actúan como bestias irracionales cuando ven ondear la bandera del equipo contrario. Ese mismo empobrecido capital social y cultural es el que hábilmente usan dirigentes deportivos, jugadores, anunciantes y medios de comunicación para hacer del fútbol la mascarada con la que buscan ocultar la corrupción, la pobreza y la desidia estatal, entre otros problemas que padecemos en Colombia.
Al final, hinchas y fanáticos deben entender que es un enorme error poner en manos de unos jugadores, la búsqueda de la felicidad. Cuando así lo comprendan, entonces habremos dado un gran paso como sociedad civilizada.
Mientras se adoptan estas medidas y logramos civilizarnos, el primer juego de la semifinal entre Cali y América se jugará en el Pascual, sin hinchas y sin fanáticos. Eso sí, ello no garantiza que en las calles hinchas y fanáticos de los dos equipos se “citen” para exhibir sus “pobrezas culturales y sociales” y esa condición de Machos cabríos que esta sociedad machista aún produce y aplaude.
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[1] Véanse: http://laotratribuna1.blogspot.com.co/search?q=f%C3%BAtbol+espect%C3%A1culo;http://laotratribuna1.blogspot.com.co/2011/07/prensa-futbol-y-frustracion.html;http://laotratribuna1.blogspot.com.co/2012/09/futbol-titulos-y-narcotrafico-en.html;http://laotratribuna1.blogspot.com.co/2016/12/maxima-pasion-selectiva-solidaridad.html http://laotratribuna1.blogspot.com.co/2015/06/futbol-proceso-de-paz-y-pedagogia.html http://laotratribuna1.blogspot.com.co/2014/01/falcao-y-el-drama-nacional.html;http://laotratribuna1.blogspot.com.co/search?q=f%C3%BAtbol+espect%C3%A1culo
[2] Propongo estas definiciones, sin señalar límites claros y definitivos entre los tres vocablos. Hincha: Hincha es aquel individuo que sigue a un equipo, porta su camiseta, lo acompaña asiduamente y que, aunque sufre con las derrotas y goza con los triunfos, está en la capacidad de controlar sus emociones. Fanático: El fanático, entre tanto, sigue y porta la bandera de la institución deportiva, pero no sabe manejar las emociones que le produce su equipo cuando pierde o gana. Ese fanático suele tener reacciones primarias y violentas. Asistentes-simpatizantes: son aquellos que asisten a los estadios de manera intermitente y aunque exhiben simpatías por el fútbol y por un equipo en particular, asumen el espectáculo, con derrotas y triunfos, con relativa tranquilidad, porque su presencia no asidua al estadio los puede hacer más exigentes con el equipo de sus simpatías. Todos aquellos que puedan identificarse dentro de las tres categorías propuestas están permeados por las frustraciones, creencias y aspiraciones con las que cada individuo lleva a los estadios. Por lo tanto, en cualquier momento, pueden confluir en disímiles expresiones y formas de violencia, simbólica y física.