Columnista:
Fabián Andrés Fonseca Castillo
Hemos visto, a medida que han transcurrido las semanas, cómo exponencialmente los medios de comunicación y sus hordas publicitarias han hecho de las suyas con la «emergencia» mundial sanitaria del coronavirus, o mejor llamado Covid-19. «Emergencia» que, a pesar de no ser aún declarada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como una pandemia, sí ha sido objeto de cuanta noticia habida y por haber, ocasionando un malestar y predisposición acentuado en el pánico y la cólera generalizada, esas que contribuyen a que la razón no pose las entrañas de la conciencia, el saber y la comprensión, instancias necesarias para poder vivir con tranquilidad, mesura y concordia.
Sin embargo, el propósito de este artículo no es refutar esta realidad sanitaria que vive hoy el mundo, más allá y, a pesar, de que solo ha dejado un 2 % de índice de mortalidad, según las estadísticas de la OMS, que ha sido instrumentalizada por los medios de comunicación y los gobiernos, que ha sido más publicitada que la verdadera emergencia del dengue que, ha dejado, según la Organización Panamericana de la Salud (OPS), más de 1530 muertos en América Latina o que es menos preocupante que la crisis que enfrenta hoy la Antártida por la pérdida de un 20 % de su nieve estacional, etcétera.
El propósito central de este artículo, es hacer un llamado a la reflexión del sistema de salud que tiene hoy Colombia, más allá de que haya o no una crisis sanitaria, ya que, de una u otra manera, la salud no puede ser objeto de una coyuntura, sino que debe ser una realidad de la necesidad inmediata del ser humano.
En días pasados los colombianos estuvimos atentos, gracias a los medios del buen encauzamiento, como les diría Foucault a los medios de comunicación, de la tan esperada y criticada repatriación y llegada de los 13 colombianos que se encontraban en Wuhan (China), zona de infección del Covid-19, quienes después de una travesía de casi una semana, llegaron al país el jueves 26 de febrero. No obstante, más allá de este encomiable hecho, derivado de seguro gracias a las críticas y la polémica suscitada por el uso injustificado del avión presidencial, por parte de la familia del mandatario Iván Duque, lo que más me llamó la atención fue la negativa de un joven estudiante colombiano de regresar al país, justificando en una videollamada su decisión, afirmando muy elocuentemente: “Me siento muchísimo más seguro acá, el sistema de salud aquí esta muchísimo más preparado. Esta es la ciudad donde se generó el virus y están listos para dar un tratamiento efectivo”.
Digo elocuentemente, porque en mi opinión, este valeroso joven tiene toda la razón, es una realidad conocida por todos los colombianos de a pie y del común que el sistema de salud colombiano es pésimo, está en crisis y es nido de las garras de la corrupción, créanme, yo también lo habría pensado más de dos veces, antes de subirme en el avión de regreso al país donde los enfermos reciben ayuda cuando ya están muertos, donde la salud es un negocio y no un derecho, donde la tutela es la mediana garantía de recibir un tratamiento o un medicamento, donde las EPS están quebradas o saqueadas, donde la ley prima al privado y no a lo público, y donde solo quedan ganas es de rogar y pedir a Dios para que por favor no nos enfermemos.
Creo que este colombiano tomó una decisión sabia, basada en la razón, esa que no se encuentra tan fácilmente, sobre todo y, como ya lo había dicho, en los tiempos del pánico y la cólera, esa que hace tomar decisiones sin pensar que la cura puede ser más peligrosa que la enfermedad.
Este joven puede ser el símbolo de aquel inconformismo generalizado y curtido de colombianos como usted y yo, que sufrimos de la indolencia de un sistema creado solo para el beneficio de unos cuantos, de esos que pregonan que la salud preventiva no es importante, de esos que dicen que no lo cubre el POS, de esos que afirman que la salud es un privilegio y de esos que crean carteles que se hacen manjares con el dinero del presupuesto de los niños con hemofilia o leucemia. La verdadera «pandemia» la tenemos en Colombia, un país al que no ha llegado el coronavirus, pero que desde hace tiempo ha dejado más muertes, no por una enfermedad, sino por la corrupción.
Solo pido y ruego que el coronavirus y, su supuesta crisis, se apiaden de Colombia, porque junto a la indolencia gubernamental harían manjares con la vida y humanidad de aquellos colombianos que el único pecado que padecen, es ser pobres. Por último, espero y, aspiro, que no nos enfermemos.