Colombia, una democracia adolescente

Opina - Política

2017-09-25

Colombia, una democracia adolescente

Colombia se acerca a una nueva contienda electoral y como siempre caemos en el mismo juego infantil del tire y afloje de los personajes que se dibujan a sí mismos para entrar en una lucha de ideas sin fundamento, promesas imposibles y actos de proselitismo tan preparados y falsos que en su mayoría hacen parte de un teatro del absurdo. Llenos de mentiras montadas como espectáculos, más parecidos a un acto de circo que a una exposición de ideas que aguantaran el peso de millones de ciudadanos y su futuro.

Desde un punto de vista aséptico y libre de influencias de medios mentirosos y parcializados, de símbolos enarbolados en próceres falsos, culebreros de la política del odio, lefebvristas que se autodenominan caballeros cruzados de la religión y las buenas costumbres, progresistas soberbios, anacrónicos de los ideales de la izquierda, ex combatientes con rabo de paja o los del centro de verde y flor que se muestran coherentes en los discursos pero que no van más allá de supuestas buenas intenciones. Puedo decir que NINGUNO de los aspirantes al cargo de Presidente de la República de Colombia tiene la capacidad de llevar a nuestro sufrido país a buen puerto. NINGUNO.

Sea por sus propias capacidades o por el entorno en que tendrían que trabajar. Porque como adolescentes, los partidos políticos en Colombia juegan a la zancadilla. Donde las minorías atacan a las mayorías y se enfrascan en una pelea constante que tiene como objetivo destruir al otro. Donde aquellos valores que la democracia tiene como premisas, no se aplican en lo absoluto. La capacidad de construir desde el debate, el respeto y la tolerancia. Aprender a ver al otro como igual y saber perder. Mantener la dignidad en pro de un bien común y asumir los errores del pasado con honestidad y capacidad de enmendar o bien, dar un paso al costado.

El poder enceguece a los ignorantes. Y en Colombia eso hemos tenido como presidentes por 200 años de historia republicana. Desde un mini napoleón, pasando por leguleyos traidores, separatistas, falsos demócratas, intentos de dictadores, sanguinarios indiferentes, inoperantes y corruptos, mafiosos y asesinos.

Todos con apellidos que se repiten una y otra vez. Todos con un muerto en su conciencia, o con muchos que es peor. Todos seguidos por una manada de convencidos que los han defendido a capa y espada, fusil y bomba. Hacedores y perpetuadores de la guerra, petulantes dueños de los medios que aprendieron de los grandes instigadores del odio a hacer de su discurso una “arquitectura de la mentira”. En un país con una inmensa mayoría de personas que desconoce sus propios derechos, de una fuerza pública educada en el odio, de una discriminación grosera de la multiculturalidad que nos tocó en suerte por nuestra geografía y nuestra historia.

Por la decadente manera en que nos vemos frente al mundo, hinchados de falsos orgullos y encerrando esa indiscutible vergüenza que nos da el ser discriminados fuera de nuestras fronteras. Con la autoestima en el piso. Digno de los berrinches de un impúber nos creemos algo que no somos. Desconociendo nuestra propia realidad y tratando de disfrazar nuestra tristeza cada cuatro años creyendo en el “mesías” de turno.

Es por eso que siguen siendo los jugadores en el tablero de la política colombiana los mismos de siempre. Y si no es el elegido por el púlpito en una sagrada reunión de partido, mas fácil: se hace un auto lavado de conciencia y se desliga de sus asociaciones ilícitas. Una hoja de firmas de la registraduría se ha convertido en una nueva versión del sacramento de la confesión. Eso sí que los pecados sean secretos. Si no, no tiene validez. Y el candidato se unta de pueblo para después empujarlo con sevicia al precipicio a donde nos han mandado todos.

La historia nos ha llevado por un bucle de errores que se han repetido una y otra vez. Desde la percepción que se tiene del país como unidad, donde nuestra geografía nos llevó a ser una patria contenida por regiones tan diferentes una de la otra, que bien podríamos ser siete u ocho naciones independientes.

El regionalismo de la vieja usanza nos ha llevado a una mortal correría de odios absurdos que ejemplifican realmente el por qué no podemos ser una verdadera nación a menos de que juegue la Selección Colombia. Y todos como borregos nos ponemos la camiseta. Después de los 90 minutos volvemos a ser enemigos.

Absortos en nuestra fantasía hemos olvidado reclamar a estos nefastos líderes nuestros derechos fundamentales, como lo son un trabajo digno, una educación de calidad gratuita para todos, una capacidad de organización obrera y sindical para no permitir más la precarización del trabajo. Una oportunidad de escapar de esa pirámide feudal de la que todos hemos estado condenados a menos que escapemos a un lugar mejor.

Pero todos estos ideales se han satanizado a través de los años y se han tergiversado y corrompido por la guerra y por las armas. Las guerrillas y sus ideales se quedaron cortos hace más de tres décadas y el valioso intento actual de cambiar las armas por rosas, se ve empañado por la incapacidad de asumir su papel en la historia y de seguir buscando enaltecer figuras nefastas.

La paz tiene un costo que se ha tomado a la ligera hasta ahora. El perdón y olvido vale más que el odio y la venganza, pero no nos equivoquemos. La impunidad no es un argumento suficiente. Es la capacidad de asumir culpas y enterrar a los que promulgaban la violencia de los dos lados. Este debería ser el primer acto de olvido de parte de aquellos que han depuesto las armas. Los próceres y héroes no son de un solo lado. Deben ser aceptados por toda la comunidad. Si no son simplemente falsos estandartes de ideales que ya no son posibles.

Así mismo, la justicia debe dejar de temer a los terratenientes sanguinarios que se escudan en su fanaticada para entorpecer los pocos pasos que se dan para hacer del país un lugar mejor. No olvidemos que los actores del conflicto han sido los mismos, pero con nombres y líderes diferentes.

El berrinche de nuestra democracia entrará a su etapa final y como siempre la incapacidad de construir desde la verdad va a irse de nuestras manos. En un país incapaz de crear una mixtura de ideas, de confrontar al otro sin ofenderlo, discriminarlo, chuzarlo o desprestigiarlo; es imposible construir un futuro para nuestros hijos. Y mientras tanto el mundo sigue recibiendo colombianos que aman a su patria de lejos pero no hacen nada por ella.

Esperemos que de este ramillete de ciudadanos ejemplares, quede el menos peor y pidámosle al dios en el que crea señor lector, que le ilumine a usted y a sus vecinos la cabeza para que se digne a escoger con coherencia y pensando en lo que vendrá y no lo que fue ni lo que pasa actualmente.

Madurar como ciudadanos implica ir más allá de las pasiones, las creencias o las costumbres. Logrando pensarse como una comunidad. Protestar con la cabeza y el corazón cuando las cosas están mal y no sólo por Facebook. Hacer el bien no implica ser parte de una religión o un partido político.

Todos podemos ser lo que Colombia necesita, pero antes hay que hacerse un lavado de conciencia, una mirada al espejo y ver desde la mucha o poca compasión que nos quede en el cuerpo, que es mejor para nuestra amada patria.

 

Dario Hernández
Escritor de novelas. Contrera, despatriado, exiliado y ácrata. Ni militante, ni hincha, ni creyente.