Colombia no requiere de una memoria histórica, requiere de olvidos

Opina - Conflicto

2017-08-15

Colombia no requiere de una memoria histórica, requiere de olvidos

Después de estudiar la memoria social, la memoria colectiva, la memoria intersubjetiva y en general un concepto de memoria compartida que surge de procesos sociales he llegado a una conclusión: Colombia no requiere de una memoria histórica, requiere de olvidos.

Se ha asemejado a la memoria con un imperativo moral, con una acción justa y de sanación: recordemos para sanar. Pero tal vez no es así. Como afirma David Rieff en su libro En elogio del olvido (2017): el excesivo fetiche del recuerdo ha acercado más a la guerra que a la paz a las comunidades que han empezado procesos de cambio.

El recuerdo puede llegar a ser injusto con el pasado, pero la memoria puede llegar a ser injusta con el presente; para las víctimas de la guerra en Colombia, el olvido precisaría dejar el dolor, la muerte y la desazón atrás, asunto difícil para aquellos que buscan una “venganza” o reivindicación simbólica y que creen que la idea de recordar sirve para educar y no repetir la historia.

Pero lo cierto es que no ha servido la estrategia de la memoria ni de la tolerancia para el fin del conflicto, es más, me atrevería a decir que el ensañamiento con el pasado ha traído más segmentación, más divisiones extremas y guerra, porque al fin y al cabo, en el recuerdo siempre hay buenos y malos, mientras que en el olvido no hay nada, solamente oportunidad. No es una amnesia social, pero dejar pasar es también resignificar.

El tema de la memoria en Colombia es un asunto moral y, por ende, ofende fácil. No. Yo no pido que olvidemos a las víctimas de un conflicto atroz, no quisiera tal calamidad, sería injusto. Pero sí creo que las conmemoraciones ayudan más a una rectitud de un pasado construido y compartido que a la paz.

En Colombia y el mundo hay varios ejemplos: a los Conservadores y a los Liberales les tocó olvidar sus diferencias para dejarse de matar, no había posibilidad de que la memoria los uniera, el olvido fue quien hizo la paz. A los franceses les tocó aceptar que Argelia había ganado, contando David Rieff la siguiente anécdota: “Sirva para ilustrar esto el momento en que el general De Gaulle decidió que Francia tendría que aceptar la independencia de Argelia; se cuenta que uno de sus asesores protestó exclamando: “Se ha derramado demasiada sangre”. De Gaulle respondió: “Nada se seca tan pronto como la sangre”.

El recuerdo, la densidad histórica y el extremo enconamiento a partir del pasado no ha dejado evolucionar muchos conflictos. Pareciera ser como dijo Eduardo Galeano que Israel tiene un salvoconducto histórico que le permite arrasar con los pueblos árabes, es decir, que su guerra se “sustenta” en su memoria: “La historia se repite, día tras día, año tras año, y un israelí muere por cada diez árabes que mueren. ¿Hasta cuándo seguirá valiendo diez veces más la vida de cada israelí?” y continúa: “La cacería de judíos fue, durante siglos, el deporte preferido de los europeos. En Auschwitz desembocó un antiguo río de espantos, que había atravesado toda Europa. ¿Hasta cuándo seguirán los palestinos y otros árabes pagando crímenes que no cometieron?”.

En Colombia resulta imposible e ingenuo pensar que las FARC-EP comparten el mismo pasado que sus víctimas, que la nueva derecha –o ultraderecha- sería capaz de compartir una memoria histórica con la izquierda, que puede haber versiones con encuentros y paz. No. Es el olvido lo que nos puede llegar a unir. El trabajo social y colectivo debería partir de un Pacto de Olvido, porque la memoria resulta ser, en el caso colombiano, un lastre de divisiones y de guerra.

¿No valdría la pena olvidar 50 años de conflicto, pasar la hoja y mirar adelante? ¿No valdría la pena soltar la retórica de los malos y los buenos que se condensan en una memoria para acoger un discurso que dice que fuimos los peores y debemos olvidarlo? ¿No valdría la pena dejar de buscar una memoria histórica llena de resentimientos y rencores, de imaginarios y de agravios para favorecer la ardua tarea del perdón? Como pregunta David Rieff : ¿No hay épocas en que es mejor olvidar?

Colombia como Funes el Memorioso

Funes el “memorioso” es un relato de Borges sobre un hombre que no podía olvidar nada. Ireneo Funes podía recordar todo: desde la forma de las nubes, hasta recitar los tratados más escondidos en latín, recordaba la pasta de un libro que había ojeado una vez, y los detalles más recónditos de su día. Podía recordar tal cual un día entero, su memoria abarcaba al mundo íntegro:
—“Mi memoria, señor, es como vaciadero de basuras”.

Funes recordaba todos los detalles de todos los momentos de su vida, recordaba la forma de cada hoja de cada árbol visto por algunos instantes, recordaba series de más de 300 dígitos. Bueno, pues así pasa en Colombia con la guerra: nada se olvida, todo se recuerda y se acumula, los recuerdos se conmemoran para salvaguardar la guerra. Porque hay algo innegable: nuestro pasado no es de paz. La guerra ha sido el camino históricamente.

Como dice William Ospina: “cada riqueza en Colombia ha traído una guerra”. Día a día nos vemos envueltos en circunstancias violentas, nuestra historia es roja y no queremos olvidarla. Sus detalles nos acompañan. Un buen momento para saber que la memoria es inagotable es cuando en los debates del Posconflicto se recitan, se rezan y se evocan cada uno de los números que ha constituido una parte de la guerra

¿No sería interesante dedicarle energía al olvido como se la dedicamos a recordar las atrocidades? ¿Ha servido recordar para que la historia no se repita? Hasta donde sé: la historia se sigue repitiendo y no hay manera de cambiarla haciendo devoción a la memoria. Como Funes, Colombia tiene un problema: recordar todo no deja pensar, porque pensar es olvidar diferencias, y el perdón no llega sin pensamiento.

La memoria sirve para la justicia y en algunos momentos es necesaria, pero el olvido es una oportunidad para la paz y el perdón.

 

Juan Pablo Duque
Soy un migrante empedernido. Colombiano. Joven (1992) psicólogo social de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), magíster en Investigación Psicosocial de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y estudiante de la especialidad en Políticas Públicas para la Igualdad de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso Brasil).