El más grave problema que arrastra la sociedad, el Régimen y la operación misma del Estado colombiano es la corrupción pública y privada. A partir de esa circunstancia contextual, Colombia es moralmente inviable por cuanto cualquier lucha que se prometa “contra la corrupción”, real o ficticia (electorera), se perderá por un hecho incontrastable: el ethos mafioso en el que se soporta y con el que se explican los actos de corrupción que a diario ocurren y se conocen en el país, se naturalizó, lo que hace prácticamente imposible erradicar ese “cáncer” que deviene metastásico.
Hay hechos e imágenes (fotografías) que sirven para soportar el triste panorama que se describe en el párrafo anterior. Según informó el periodista Julián Martínez en su canal Revelados “el presidente Iván Duque invitó a su posesión como jefe de Estado al principal testaferro del cartel del narcotráfico más grande de la costa Caribe colombiana”. Habla, por supuesto, de José Guillermo Hernández Aponte, conocido como el ‘Ñeñe’ Hernández, personaje cercano a lo que se llama el uribismo.
Los señalamientos del notable periodista deberían de haber generado una crisis política de enormes proporciones, no solo por el hecho en sí mismo, sino porque el entonces candidato Iván Duque “vendió” la idea y prometió a millones de colombianos que votaron por él, que lucharía contra la corrupción. No se trata de una promesa incumplida. No. Por el contrario, estamos ante el uso retórico del más grave problema de Colombia.
Justamente, cuando la corrupción se expone discursiva y públicamente, concomitantemente los partidos políticos que apoyaron a Duque, los empresarios que aportaron sumas millonarias a su campaña y los aparatos ideológicos y de represión del Estado salen fortalecidos o, por lo menos, indemnes por cuanto millones de incautos aún creen que ese “invencible cáncer” está por fuera del Régimen, cuando claramente estamos ante un tipo de cáncer metastásico.
Estamos ante un hecho que prueba, sin ambages, que el ethos mafioso es el faro que ilumina el camino político de todos aquellos que, a través del voto, desean llegar al Estado; no para defender los intereses de todos, sino para fortalecer y extender el tiempo el Régimen.
Ese Régimen, del que habló Álvaro Gómez Hurtado, no es otra cosa que el orden simbólico en el que se produce y se reproduce ese ethos mafioso que podría debilitarse y, de pronto, eliminarse a través de un profundo, pero aún lejano cambio cultural.
Cambio cultural que hasta el momento nadie se atreve a liderar por cuanto el modelo económico y político, la ética ciudadana y la moral colectiva están conectados (engranados) sistémicamente para reproducir el ethos mafioso y, por esa vía, dar vida a la corrupción.
Lo dicho por el periodista Julián Martínez no tiene cómo hacerle mella al Régimen. Quizás aporte a la mala imagen que acumula Duque desde que tomó posesión como jefe de Estado, pero lo informado jamás servirá para debilitar al Régimen metastásico de poder.
Argote y alias Gárgola
Que un alto oficial del Ejército, de grado coronel use una guarnición militar para alojar y cuidar en esta a un bandido como alias Gárgola (Miguel Antonio Bastidas) no solo es un hecho nefasto desde las perspectivas ética e institucional, sino que constituye una muestra clara de la confusión moral que arrastramos como sociedad.
A pesar de que el coronel Elkin Alfonso Argote Hidalgo fue destituido, no hubo un discurso de los altos mandos militares, e incluso del propio comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, Iván Duque Márquez, lamentando, así sea retóricamente, lo acaecido con el señalado oficial.
Es más, ese hecho daría para una alocución presidencial. Muy seguramente el haber invitado al ‘Ñeñe’ Hernández a su posesión le resta legitimidad y altura moral ante sus subordinados, muchos de ellos empeñados de tiempo atrás en lograr la captura del señalado testaferro.
Y no hubo mayor condena de semejante hecho, por cuanto insistir públicamente en ello es exponer a una de las fuerzas más importantes en las que se soporta el Régimen metastásico de poder.
Por ello, aparecerá el eufemismo de las “manzanas podridas”, con el que a cada momento este fundamental pivote del Establecimiento sale incólume, a pesar de las evidencias que indican que dentro de las instituciones castrenses las células cancerígenas hace rato tomaron posesión del sistema.
Otro hecho noticioso dio cuenta de la retención de un camión militar o al servicio de las Fuerzas Militares, cargado con material de intendencia de uso privativo de la Policía y del Ejército, que presuntamente tenía como destino final a grupos ilegales que operan en el Urabá.
Los casos del ‘Ñeñe’ Hernández, Argote —alias ‘Gárgola’— y el de los uniformes que muy seguramente apoyarían la operación de grupos paramilitares, son solo muestras incontrastables de la confusión moral que arrastramos como sociedad.
Aquellos que insistan en “combatir la corrupción” pública o privada tienen tres caminos: el primero, apelar a la retórica para engañar incautos, hecho que los miembros de las élites que hacen parte del Régimen sabrán interpretar, agradecer y premiar.
El segundo, enfrentar a algunas redes de corrupción, entendiendo que hay unas que son intocables.
O el tercero, tratar de socavar los cimientos del Régimen metastásico de poder, lo que les asegurará no solo una tumba, sino la manipulación y el uso malicioso de la imagen de los inmolados para que políticos inescrupulosos que están al servicio del Régimen, insistan en que es posible “luchar contra la corrupción”.
Foto cortesía de: Instagram, El Espectador