Columnista:
Daniel Fernando Rincón
El pasado 20 de julio el Presidente del Senado de la República el liberal Lidio García Turbay, en medio de la instalación de la legislatura 2020-2021 del Congreso de la República realizó una audaz propuesta: Colombia debería (volver a) ser federal.
De acuerdo con las palabras del senador García, “los nuevos días demandan, honorables congresistas, que pongamos otra vez sobre el tapete de la discusión necesaria, la conversión de Colombia en un estado federal, con la plena e indiscutible autonomía de sus regiones…”, algo que aunque casi pasa desapercibido por la indignación del cantante senador que lo reemplazó, no tiene nada de coloquial.
Y es que no es casualidad que justamente el día que se conmemora el grito de independencia de Santafé, la colonial capital del Virreinato de la Nueva Granada ocurrido el 20 de julio de 1810 y que desde el siglo antepasado ha sido tomada como fecha de referencia para el nacimiento de la colombianidad, el bolivarense senador, que de seguro tiene bien remarcado en su mente la independencia absoluta de Mompós, tanto de Cartagena como de España proclamada el 6 de agosto de 1810 y la de Cartagena de Indias el 11 de noviembre de 1811, hablase de la necesidad de dar el paso de la descentralización a la federalidad de la nación colombiana.
Pareciera que a 210 años de la santafereña revuelta, que desde la ley 60 de 8 de mayo de 1873 se nos impuso como hito fundacional nacional, irónicamente por el Congreso de los Estados Unidos de Colombia, una de las repúblicas federales en las que hemos vivido como Nación, resurgiera con fuerza la idea que la cohesión de la nación colombiana está dada, no sólo por símbolos o fechas de “inicios de acciones independentistas” comunes, sino por las capacidades que tienen los territorios para afrontar su propio destino, algo que en medio de la coronacrisis en la que estamos inmersos como sociedad, se nos demanda con ímpetu.
Y es precisamente el manejo de la crisis en la que estamos, es el argumento principal de la idea del senador García Turbay, manejo que desde el Gobierno central ha sido muy cuestionable, casi que desastroso.
En cuatro meses han sido las acciones de alcaldes y gobernadores las encargadas de enfrentar las consecuencias de la cuarentena decretada por el Gobierno Nacional, acciones mediadas muchas veces por la paranoia, el miedo y el desconcierto, que al inicio de la misma provocó no sólo una histeria colectiva evidente en toques de queda de 24 horas, de cierre de fronteras departamentales y municipales, de anuncios de militarización de ciudades y municipios y de corrupción en el manejo de las ayudas alimentarias dirigidas a familias vulnerables, y en las que el Gobierno Nacional, ni se da por enterado y cuando lo hace es para salir a criticar, como en el caso de la Alcaldesa de Bogotá.
Después de cuatro meses de emergencia en la que recién estamos subiendo la curva de contagios con más de 7mil nuevos contagios diarios detectados a nivel nacional y en que las acciones del Gobierno Nacional no den resultados positivos, no es descabellado que justamente se empiece a cuestionar la figura centralista del mismo, justo el día en que tradicionalmente se asocia la construcción de colombianidad a las heroicas acciones civiles.
Tal vez sea hora de reabrir el debate sobre el centralismo bogotano y las mal llamadas provincias, que muchas veces nos han sacado del atolladero en que las elites bogotanas nos meten.
Un problema es que la democracia no es una prioridad de la gente, hay poco interés político.
Por ejemplo a Eustorgio Salgar le robaron las elecciones de 1884 en Santander, por éste hecho Rafael Nuñez y el partido conservador y los liberales alternativos luego tomaron el poder por las armas, y rápidamente formularon el centralismo desde 1886.
Volvió la «teocracia». Y se implantó el poder ejecutivo como único estamento centralista.
Ya hoy el país avanza despacio y con escasa participación electoral, las asambleas departamentales no tienen mayor importancia. El poder se enfoca desde la colonia en todas las partes de la nació tanto como en la capital en aquel cacique del poder ejecutivo, sea gobernador o alcalde.
Un país federal de 32 Caciques sin legislativos fuertes sin participación ciudadana sería un país aun menos maduro democráticamente.
Casi no hemos avanzado en democracia en estos 30 años de extensión del voto a las regiones a las alcaldias y asambleas.
Antes de ser federales hay que hacer eficientes los congresos y sobre todo las asambleas departamentales.
Antes de saltar a la creación de burorcracia federal y departamental se deber pensar que solo somos 18 millones de votantes. Cuando la participación llegue a niveles de mayoría notoria se podría si combatir la corrupción y entonces validar si servirían esos cambios burocráticos.
Por otra parte el centralismo Bogotano no está hecho de rolos ni cachacos, hay un desequilibrio que debe corregirse para la funcionalidad de la república central unitaria actual como para una posible federal; por ejemplo, el poder bogotano en la cámara de representantes no es proporcional a su población.
Muy cierto.
Sin lugar a dudas debemos reflexionar sobre muchas cosas para asumir la decisión de volver a ser federales, todas las que sumercé dice y otras más!
Pero ahí vamos.. caminando la palabra.
¡Gracias por tomarse el tiempo de leer y de reflexionar sobre esto.
El sistema federal, es más atractivo, hay más independencia de los departamentos, no se está sometido siempre a lo que el sistema centralista , hay más desarrollo departamental………me gusta más el sistema federal, voto por eso…….,
Cierto Don José!
La dependencia de Bogotá sería menor