Donald Trump, presidente de Estados Unidos, dejó clara su política de puertas cerradas, entre otros, frente a los latinos. Se excusa en la procedencia ilegal de muchos y cree que la manera de frenar este fenómeno es construyendo un muro divisorio en su frontera sur y haciendo que México lo pague. México declaró que no está dispuesto a permitir el atropello y los mandatarios iniciaron infructíferos acercamientos para dar solución a sus diferencias.
Voces como las de Mariano Rajoy, François Hollande, Michael Mueller –alcalde de Berlín-, Evo Morales, Nicolás Maduro, Heraldo Muñoz –canciller chileno-, Mauricio Macri, entre otras, se han levantado apoyando claramente a México. China, la Unión Europea, y la Alianza del Pacífico ya se han acercado al gobierno mexicano.
Sorprende la heterogeneidad en las declaraciones de los países latinoamericanos. Algunos no se han pronunciado y otros han hecho comentarios ambiguos. Tal es el caso de Colombia. El presidente Santos comentó el tema durante una reunión con su homólogo peruano en la que hizo alusión a la importancia de mantener vigentes valores como los del libre comercio, el respeto a los tratados y la búsqueda de soluciones multilaterales a problemas de la misma naturaleza.
La cancillería sólo desmintió el rumor de que Colombia iba a entrar en la lista de países vetados. No ha habido ningún comunicado oficial sobre el trato que se le va a dar a la comunidad latina ni el peligro que corren las ciudades santuario. Colombia ha decidido mantenerse casi al margen de las voces que se han unido para denunciar el racismo y la discriminación rampante de Trump. ¿A qué se debe esta postura? A la histórica colaboración que ha tenido Estados Unidos con Colombia.
Ambos países tienen acuerdos, en materia de seguridad y combate al narcotráfico, desde 1952. El Plan Colombia (1999) tenía como objetivos poner fin a las amenazas que representaban las guerrillas y el narcotráfico con un fortalecimiento de las Fuerzas Armadas a través de ayudas económicas y asesoramiento militar. A cambio, Colombia ha defendido y promovido el TLC, la inversión extranjera, y la extracción de minerales e hidrocarburos, además de ser un aliado indispensable para mantener el “orden” en la región.
Durante diez años, Colombia se aisló de sus vecinos para recibir asesoramiento estadounidense a través de bases militares en territorio colombiano y para trazar estrategias que frenaran ideas como las de Hugo Chávez en Venezuela y Rafael Correa en Ecuador, luego de conocer que las FARC habían recibido cobijo, eventualmente, en ambos países. Esto generó una crisis sin precedentes en la región pues varios países se mostraron sorprendidos por la permisividad del gobierno colombiano.
La política exterior cambió de rumbo con la llegada de Juan Manuel Santos a la presidencia de Colombia y su urgencia por retomar las relaciones con aliados naturales como Perú, Chile, Venezuela y Ecuador; además, marcó su autonomía de Estados Unidos al iniciar conversaciones con países como China e India, quienes se han convertido en importantes socios comerciales de Colombia.
Sin embargo, con el proceso de paz en cauce y una propuesta en el congreso estadounidense para una nueva ayuda económica a Colombia durante el posconflicto, este gobierno ha decidido darle prioridad a la relación con Estados Unidos y a la posible ayuda que el gobierno de Trump quiera otorgarle –el secretario de Estado, Rex Tillerson, recordó su espaldarazo al proceso de paz y a una posible ayuda-, razón por la cual Colombia iniciaría una política indirecta frente a Trump y continuaría fortaleciendo sus lazos comerciales con otros países; postura que podemos asumir de otros gobiernos si no hay una convocatoria a la unidad.
México necesita acercarse a sus vecinos suramericanos, buscar nuevos aliados comerciales, y renovar su frontera sur con Guatemala y Belice para estrechar las relaciones con estos países; no puede esperar que América Latina cierre filas frente a Trump si no reconoce que necesita de la región, que está dispuesto a acercarse a ella, y mucho menos si no se minimiza el impacto de Estados Unidos en la economía suramericana. México tiene que demostrarle al mundo que esto no es un problema bilateral sino una amenaza que necesita ser frenada y para la que va a necesitar el apoyo de todos.