Columnista:
Ían Schnaida
Somos un país lleno de fanatismos, sin lugar a dudas. Y Carlos Antonio Vélez, que solo ha servido para perpetuar el estigma de que un periodista deportivo no sabe hablar de política, es prueba viva de que estos nos pueden llevar a hablar sin permiso del cerebro. Hay quienes dicen que lo suyo es ignorancia y, quizá así lo sea, porque en una mente culta no hay forma de señalar de asesino a un senador de la República sin tener prueba alguna; solo por el placer de echar buena leña y ver arder la hoguera de los febriles.
Hay quienes dicen —y celebran— que Carlos Antonio Vélez no tiene pelos en la lengua, pero lo que parece que no tiene son muchas conexiones neuronales. Lo que sucede es que Vélez se aprovecha de la memoria a corto plazo que tenemos de serie los colombianos; y ya que algunos medios han hecho tan bien su tarea de confusión de la opinión pública, para muchos se ha difuminado la diferencia entre lo que sucedió realmente y, lo que no, en el marco del conflicto armado interno. Bueno, hasta la existencia del mismo conflicto es puesta a prueba, como si la sangre que se derrama a diario no fuera indicio de que algo anda mal. Que deviene mal desde hace mucho tiempo.
Lo que hizo Vélez con la reputación de los docentes y de Fecode no tiene nombre. Y si lo tiene no debería decirse en presencia de menores de edad. Es por todos sabido que el ataque sistemático a la educación es la columna vertebral de los regímenes totalitarios, pero parece que hay muchos que no han entendido que nos gobiernan los mismos, mas no en los mismos tiempos. Hoy vibra una sociedad que lucha y que no traga entero.
Carlos Antonio Vélez pesca en río revuelto. Quizá quiere ser un Hassan y, por la vía del ataque desmesurado, hacerse con un puesto en la Casa de Nari. En todo caso, Vélez no es ningún valiente por salir a decir lo que reproducen las bodegas uribistas en redes. Tampoco es víctima de la desinformación, pues él mismo hace parte de una de las compañías informativas que más daño le han hecho a la propia paz del país. O si no recuerden las confesiones que desmovilizados de las AUC dieron en los tribunales, donde dijeron que RCN, como medio de comunicación, había tenido complacencia con el accionar de las autodefensas. En esa misma sentencia dijeron que esa situación se hacía evidente en momentos como cuando trasmitieron entrevistas realizadas a Carlos Castaño, mostrándolo como el líder de la lucha contra la subversión.
Mala cosa que un periodista deportivo se aproveche de la audiencia que tiene allí cautiva por otros fines, para dejar salir su odio político, impropio de tal espacio. ¿Por qué no se indignó así Carlos Antonio Vélez cuando descubrió el megadesfalco de Odebrecht en Colombia, aupado por dos expresidentes de derecha? ¿Por qué no se despeinó al aire, enardecido por el robo que ha perpetuado Cambio Radical en La Guajira? ¿O por qué no se manifestó cuando se supo que su empresa financió el paramilitarismo, que tantos asesinatos nos ha dejado?
La doble moral, el odio y la ignorancia son armas peligrosas, pero que están al alcance de los poderosos. Porque no nos mintamos, tener audiencia es tener poder para informar o desinformar, para esclarecer o para influenciar, para analizar o para transmitir rencor. Y Vélez lo sabe muy bien.
Cómo será Carlos Antonio Vélez que de allí nació la joya de Luis Carlos Vélez, quien al parecer aprendió mucho de su padre, porque cuando habla suele hacerlo parado en una realidad paralela, en una Polombia donde todo lo que hacen sus políticos de derecha es perfecto, una Polombia donde lo único que marcha mal es la gente que se atreve a criticar a nuestra oligarquía.
Pasará mucho tiempo para que en Colombia confiemos en una misma verdad y, tanto sabemos que no le conviene esto a la extrema derecha, que vemos cómo se dedican en sesión continúa a torpedear las búsquedas de paz y memoria. Lo hacen atacando a la JEP, lo hacen atacando a la Comisión de la Verdad, lo hacen poniendo a la cabeza del Centro Nacional de Memoria Histórica a un badulaque que se atreve a negar la existencia de un conflicto que no para. Lo hacen lacerando la imagen de los valientes que arriesgan incluso sus vidas en las aulas, porque no olvidemos que hay miles de rincones del país donde la única autoridad es un docente que se vuelve blanco fácil ante el abandono estatal. Hay que ser miserable para negar la realidad de nuestros maestros.