Al escuchar al ‘doctor’ Carlos Antonio Vélez comentar los partidos de fútbol en el canal RCN, con su ya acostumbrado vocabulario nutrido de palabras benditas que florecen en su boca como cultivo feliz a la orilla de aguas vivientes, a uno lo visita la sospecha de que la plenitud de las palabras del diccionario se encuentran sepultadas en las profundidades de la brillante cabeza de nuestro genial hombre de marras.
La magnificencia de su juego de palabras haría avergonzar hasta a la inteligencia más morrocotuda. Fíjense en que el doctor Carlos Antonio Vélez nunca se queda sin texto ante ninguna jugada, por muy extraordinaria que sea. Nada interesa que sea la genialidad de un astro del fútbol como Lionel Messi, por ejemplo.
La madre naturaleza fue extravagantemente generosa con el doctor Carlos Antonio Vélez al dotarlo de imponente cantidad de materia gris y equiparlo con una parlería profusa, difusa, pero nunca confusa. La cháchara no es su materia prima. Talla los vocablos con la disciplina de la sobriedad. Los sofismas (o verdades relamidas) les son ajenos. Cada comentario suyo se ubica en las antípodas de la pedantería. Ignora el placer de hablar por hablar o de construir vanidosas catedrales de palabras. Nunca ha hablado nadería repulida. La lucidez de sus análisis futbolísticos produce en el hincha el deseo de chuparse los dedos, dado el despilfarro de tanto seso. Nunca se equivoca.
El doctor Carlos Antonio Vélez es un diamante pulido. Es un forjador de voces inmejorables, sin que por ello sea alambicado. Es sencillo a carta cabal.
Yo me guardo de caer en la vileza de economizar o de almacenar para mí ninguna cualidad a la hora de distinguir al espléndido doctor Carlos Antonio Vélez, puesto que, en aras de la justicia, él merece todos los elogios, y hasta un poco más. Por muy nobles que sean ciertas bajezas, yo no incurriría jamás en semejante barbaridad, ni por acción ni por omisión. Sería una infamia.
Las circunstancias objetivas hubieron de impulsarme a exteriorizar que, sin lugar a contradicciones de ninguna índole, el doctor Carlos Antonio Vélez es en sí mismo el adjetivo más exquisito que adorna el deporte rey.
Es la suya una oda futbolística: el doctor Carlos Antonio Vélez nos seduce con la pureza depositada en el horror. La penetración de sus ojos de lince ve destalles microscópicos en cada jugada. La puntería quirúrgica de su lengua y de sus labios para articular las palabras exactas es sin igual.
El doctor Carlos Antonio Vélez coloca las tildes en los planteamientos de la filosofía deportiva de los jugadores. Solo tolera que los entrenadores y los jugadores de fútbol guíen su proceder atlético exclusivamente por el método científico de la ciencia del balompié.
Es un perfecto analista de los postulados competitivos de los jugadores y de las teorías ofensivas de los equipos de fútbol. No cabe duda de que es un ontólogo del balón. Los comentarios de nuestro epistemólogo de la bola son tratados científicos. Estudioso como el que más de la lógica de la bola. Ha establecido insuperables paradigmas en el campo del conocimiento del balompié. Sus teorías ya son verdades de imperativa aceptación. En su laboratorio (RCN) sobran las probetas y las pipetas, para reemplazarlas por el pie, la bola y su cabeza.
En español, esto significa que el doctor Carlos Antonio Vélez solo sabe que sí lo sabe todo de la materia tratada. Domina un inmenso campo mental; no es un lenguaraz, por eso jamás se equivoca.
El doctor Carlos Antonio Vélez adivina para nosotros el olimpismo oculto en la actividad física de la bola y el pie. Nadie como él para revelarnos tanta finura. Si Daniel Estulin se ha aventurado a profesar que no hay nada más limpio que una ecuación matemática, cabe desdecirlo, denunciando la falsedad de la sentencia. Estulin trocará su opinión tan pronto escuche la crítica mundial del doctor Carlos Antonio Vélez.
Estoy en la obligada necesidad de confesar que si hay algo exquisito (superior al mundo platónico, universo perfecto por excelencia) es precisamente el gusto del doctor Carlos Antonio Vélez por la bola, o sea, él se divierte observando el juego de la bola y el pie. Más aún, a él le embarga la alegría la bola y el pie, la hondura de la satisfacción de los placeres científicos que supone el hecho del juego de la bola y el pie.
Los retruécanos con los que el doctor Carlos Antonio Vélez nos deleita el oído se confunden con la beldad verdadera de Narciso. Pero, a ojos vistas, él no es narcisista. Como dicen en Facebook, yo solo me hago responsable de lo que digo, y no de lo que los demás quieran interpretar.
Yo supongo que del mismo modo en que el divino Narciso se gozaba de ver su preciosa figura proyectada en el agua cristalina del estanco, así también el doctor Carlos Antonio Vélez se extasía al constatar su brillante cabeza exhibida en la pantalla del canal RCN, primordialmente hablando de las esplendideces del fútbol, ese otro espejo de su perfecta verborrea.