Columnista:
Fredy Chaverra
A seis años de su extraña muerte, la leyenda de Tyrone Gonzáles Orama, el enfant terrible del rap venezolano, se torna más grande y perdurable en América Latina. Su alter ego Canserbero ya no es un oscuro rapero insertado en los circuitos subterráneos de un sonido de vanguardia o alejado del mainstream de las radios comerciales. Tyrone suena en todos los países de habla hispana; sus videos en YouTube suman cientos de millones de reproducciones; y, muy pocos dudan que sea el más brillante exponente que ha emergido en este siglo de un género que llevó a sus últimos límites; con una voz única y decenas de composiciones cargadas de narrativas personales, densas y complejas. El ‘Can’ creó un sonido tan único que redefinió todo un género. Paradójicamente, en los últimos años de su vida empezó a acariciar ese reconocimiento y la fama in crescendo; sin embargo, no pudo contemplar la revolución que su sonido inició en el rap latino.
Con tan solo dos álbumes de estudio y un puñado de colaboraciones, Canserbero creó una obra tan amplia y versátil que hoy sigue vigente. Al momento de su muerte, se estaba preparando para una serie de presentaciones en Panamá (tras acabar una exitosa gira por Argentina) y andaba en un intenso proceso creativo para concluir las composiciones de su tercer álbum, con el cual esperaba asumir una nueva faceta en su alter ego musical. Tyrone, el hombre detrás de Canserbero, ansiaba trascender de las plataformas de Internet que lo dieron a conocer y buscaba presentar un sonido más comercial; sin perder la esencia de sus composiciones crudas y honestas. Pero el destino tendría un camino diferente para este poeta maldito, pues la noche del 20 de enero de 2015, en hechos que todavía no son del todo claros, Tyrone, supuestamente, se suicidó al arrojarse de un décimo piso de un edificio de apartamentos en la ciudad de Maracay. Sobre su muerte hay varias hipótesis. Tenía solo 26 años.
Para 2015, ya era un rapero reconocido que generaba expectativa en sus presentaciones en vivo. Su segundo álbum titulado Muerte (2012) cerró un disco doble que inició con Vida (2010), concluyendo el ciclo musical de un profético testimonio existencial. Con canciones que hacen alusión a la muerte; las tensiones sociales de una Venezuela al borde del colapso; la corrupción; el desamor y un llamado a «ponerse de pie», en Muerte, ‘Can’ revalidó su extraordinario talento como compositor. Algunas de sus canciones más conocidas como Maquiavélico o Jeremías 17-5 forman parte de ese álbum. Sin duda, su genio estaba despuntando con fuerza y aún tenía mucho para aportar a un género que sin proponérselo estaba reinventando. Al igual que los poetas malditos franceses; la vida de Tyrone fue brutal, llena de experiencias desgarradoras (descritas en muchas de sus canciones) y sometida a una inspiración satánica. Su genio fue fugaz y legendario.
Pensar qué sería de Canserbero si estuviera vivo no deja de resultar nostálgico. Su muerte investida en un halo de misterio también forma parte de la leyenda de su vida. Al fin y al cabo, «la muerte no es más que la vida invertida». Aunque hoy su voz sería muy necesaria, pues Tyrone también era un activista social comprometido que en algunas de sus composiciones cuestionó la deriva autoritaria y corrupta que terminó condenando a su país a un régimen de hambre y miseria. Afortunadamente, conservamos la vitalidad de sus canciones (muchas que rebosan de optimismo y amor por la vida); creaciones de un poeta maldito con un estilo único e irremplazable.
Pasarán muchos años antes de que vuelva a emerger un genio de ese nivel. Por el momento, el ‘Can’ sigue vivo en el recuerdo de los millones de seguidores que cada 20 de enero escuchan con un nudo en la garganta El primer trago, penúltima pista de Muerte donde se escucha en su inconfundible voz: «No se muere quien se va, solo se muere el que se olvida».