Los políticos colombianos, encabezados por Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe, se han consagrado como los campeones olímpicos del cinismo. Salvo que el presupuesto para ellos no será reducido.
Cuando uno es inmigrante, la realidad política del país se aprecia desde una óptica diferente, viendo las escalas de grises en donde la gente del común solo ve blanco o negro. Así como uno siente orgullo cuando ve pasar a Rigoberto Urán o Nairo Quintana en el Tour de Francia, o cuando se desvela por ver los partidos de la selección Colombia, sin contar con la emoción por ver a nuestros deportistas en los mundiales de atletismo de Londres, ver el comportamiento de la clase dirigente causa un efecto contrario: repugnancia y bochorno.
Esta semana, el presidente Juan Manuel Santos, en su ya conocida rutina de desprestigiar su gobierno cada vez que puede, salió con la perla de que el presupuesto para los deportistas colombianos será reducido en un 67%. Y para terminar de brillar su joya, agregó que esta decisión es una consecuencia de la caída del petróleo, y que el dinero no afectará a los deportistas en sí, sino a la construcción de infraestructuras en las regiones.
Palabras más, palabras menos, nuestros campeones tendrán que entrenar en gimnasios donde los techos siguen cayéndose. Esos mismos campeones que, al regresar al país con alguna medalla olímpica, son recibidos en la Casa de Nariño por Santos, con el pecho inflado como un palomo en celo. Decir que el precio del petróleo afecta el presupuesto de los deportistas, más no el salario de los congresistas que reciben un sueldo millonario por dormir, tribular y complotar a favor de sus intereses, marca un nuevo récord nacional en la disciplina que mejor le va a los políticos: el cinismo.
Siempre he pensado que de Juan Manuel Santos se puede esperar cualquier cosa, es menos previsible que su némesis, el campeón mundial del cinismo y la difamación, Álvaro Uribe. Pero jamás pensé que un presidente que se jacta de haber conducido a Colombia hacia la paz, tuviera el poco tino de sabotearse a sí mismo: Santos quiere dejar un país en paz creando más desigualdad, y así es muy difícil que deje un legado (si es que Santos puede tener un legado).
Esta reducción al presupuesto de los deportistas, sumado al aumento del IVA al 19%, al salario mínimo que cada año se decide por decreto, y al precio disparado del dólar y del euro son la muestra de que en Colombia los únicos talentos que son financiados son la trampa, el robo y el cinismo de los políticos.
El pueblo y sus artistas y deportistas tendrán que sobrevivir como puedan, con las migajas que le sobren al presupuesto nacional. Y así, presidente Santos, no se construye la paz.
Si los actores tienen que rogar para que les aprueben una ley que les reconozca su derecho a la salud y a la pensión, si los músicos y artistas plásticos tienen que estar más preocupados por el entramado burocrático del sistema para recibir alguna subvención, si los investigadores deben salir del país a estudiar y a buscar un mejor futuro porque los salarios del país son irrisorios en comparación con los títulos obtenidos, y si los deportistas deben migrar para recibir el apoyo que merecen, Colombia jamás tendrá paz.
La paz no se consigue por medio de papeles firmados con asesinos, sino reconociendo el talento de las personas que jamás empuñaron un arma. Quienes prefirieron subirse a una bicicleta, patear un balón, levantar unas pesas, tomar un pincel, subirse a un escenario, sentarse horas frente a un computador a escribir, mirar el misterio de la vida a través de un microscopio son las personas que en verdad se juegan su prestigio y reconocimiento para dejar el país en alto.
El dinero que el cinismo de los políticos le arrebata a los deportistas, investigadores y artistas para gastarlo en sueldos, coimas, sobornos y en comprar elecciones (sin decir la millonada que costará el posconflicto, pero ese es un sapo que debemos tragarlo de buena gana) es la primera piedra hacia la causa principal de la guerra en Colombia: la mala distribución de la riqueza.
Pero Juan Manuel Santos, como dije antes, no es el único campeón olímpico del cinismo. Tenemos al ex presidente (porque así hay que llamarlo, así le duela) y ahora senador Álvaro Uribe, que se ha consagrado en la disciplina de destruir pública y moralmente a sus detractores.
También está la campeona olímpica del hazmerreír, la representante María Fernanda Cabal, quien le grita a la gente “¡estudien, vagos!”, pero luego sale a decir que “la concentración de la propiedad en el campo está en manos de las comunidades negras y de los resguardos indígenas”, sin olvidar que para ella la Unión Soviética sigue siendo una amenaza y que el fascismo es una creación de la izquierda. De ahí el nombre del Nacionalsocialismo en Alemania (y no, no es broma, en verdad lo dijo). Si estas son las palabras de alguien que sí estudió, prefiero dejar de lado mi PhD y entregarme a la ignorancia.
No podemos dejar de lado al alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, quien aseguró en campaña que en seis meses resolvía el problema del tráfico en Bogotá y lo único que ha logrado es ser investigado por la Contraloría por los estudios (esos sí los realizó) para la construcción del metro elevado.
Y no hay que olvidar a la moribunda y cada vez más dividida izquierda colombiana, salpicada por la corrupción de Samuel Moreno, las peleas de comadres entre Jorge Robledo y Clara López, y el tono mesiánicouribista adoptado por Petro, el progresista retrógrado.
Todos estos son apenas unos pocos ejemplos de nuestros campeones olímpicos del cinismo, a quienes el gobierno Santos jamás les reducirá el presupuesto un 67%. Seguiremos asistiendo al grotesco espectáculo del congreso, en donde las ideas son reemplazadas por alaridos histéricos.
Veremos en directo al Presidente dar entrevistas y pasearse con su Nobel de la paz en el exterior, dando cátedra de la moral del cinismo. Y ahora que se avecinan las elecciones, comienzan los cien metros planos de la mentira. Vamos a ver quién se gana la medalla de oro.