Me parecen desacertadas las dos recientes declaraciones del Presidente frente al proceso de paz, que han generado cólera y toda clase de reacciones en quienes se oponen al proceso o a la forma en que este se ha llevado: 1) “Tenemos información amplísima de que las FARC están preparadas a volver a la guerra urbana, eso es una realidad, lo sé y por eso es tan importante que lleguemos a un acuerdo”.
Y agregó: “si el plebiscito no se aprueba, volvemos a la guerra, esa es la verdad. Porque han querido decir que se puede volver a renegociar. No, la negociación es integral, es un paquete”. (Foro Económico Mundial para Latinoamérica) “Se ha dicho que vamos a subir los impuestos para pagar la paz. Todo lo contrario, si llega a continuar la guerra ahí sí tenemos que subir los impuestos para financiar la guerra. Las guerras son muy costosas”. (Programa de Señal Institucional).
Me parecen desacertadas porque, como se ha dicho, son una forma de chantaje o amenaza, pues está jugando con el miedo. Además, en el contexto de la negociación, muestran debilidad. Sin embargo, dicho esto, ¿cómo no reconocer que los opositores de proceso, y especialmente los miembros o seguidores del Centro Democrático, también han jugado con el miedo todo el tiempo? Por ejemplo cuando dicen que si se firma y aprueba el acuerdo se le va a entregar el país a las Farc, o que nos vamos a volver castrochavistas. (También han dicho que los impuestos van a subir para poder financiar el posconflicto. Algunos analistas dicen que los impuestos van a subir en cualquier caso, con o sin acuerdo).
Más allá de esto, las desacertadas u odiosas declaraciones sugieren preguntas que nos deberíamos hacer los colombianos en este momento:
1) Si se firma el acuerdo y gana el “no”: ¿es verdad que se acaba el proceso y volvemos a la guerra, o es posible que continúen las conversaciones? Si volvemos a la guerra con las Farc: ¿esta se recrudecería o permanecería con una intensidad similar a la que traía antes de los diálogos? ¿Continuaría esta guerra concentrada en el campo o, como dijo el Presidente, se trasladaría también a la ciudad? Y las preguntas definitivas: ¿Sería una guerra de unos cuantos años más (3, 5 o 10, en cualquier caso no más de 20), o será que estamos condenados a una guerra de 100 años, para usar la cifra de García Márquez? ¿Qué implican las diferentes formas de terminar una guerra, la nuestra?
2) La segunda pregunta en principio es mucho más técnica, pero apunta nada menos que al bolsillo: ¿Qué pasaría con la economía del país en los próximos años, en los dos escenarios opuestos?
Como es obvio, el país está muy polarizado, y cada vez más radicalizado. La pugna entre Santos y Uribe, a partir de sus disputas y diferencias políticas, se ha llevado al terreno del proceso de paz.
Es natural, pero es algo que nubla y enloda todo, y que nos tiene atrapados. Hay que cambiar la estrategia, de parte y parte. Hay que tratar de separar la admiración o animadversión a Uribe, o a Santos, de los argumentos y posiciones frente al proceso de paz. Las pasiones en la política son naturales, a veces incluso necesarias, pero también suelen ser muy peligrosas.
Defender los argumentos a partir de este tipo de pasiones – o lo que es peor, ni siquiera defenderlos– no lleva a nada. Este es un momento importante para el país y hay que estar a la altura, y eso no puede hacerse con mentiras o vaguedades. Hay que informarse. Hay que leer los acuerdos y expresar las distintas posiciones con serenidad y sensatez para tener diálogos más constructivos. Es una tontería seguir enfrascados en diálogos de sordos, agresiones, mentiras, ironías, más radicalismo. Hay que cambiar la estrategia.
Publicada el: 25 Jun de 2016