Columnista:
Fredy Chaverra
Al cierre de la Segunda Guerra Mundial los ejércitos aliados acordaron avanzar en un proceso de desnazificación de la sociedad alemana. Así, se inició una agresiva campaña de depuración de toda influencia nazi en la cultura, la prensa, la justicia y la política. Ante una de las mayores atrocidades registradas en la historia de la humanidad, a los aliados les asistió la certeza de que millones de alemanes ignoraban o realmente no creían en los alcances de la solución final diseñada por el führer.
Para contrarrestar esa posición negacionista, las tropas norteamericanas obligaron a miles de alemanes a visitar los campos de concentración mientras los prisioneros eran liberados y asistidos en condiciones infrahumanas.
A pesar esos esfuerzos, el negacionismo —en secreto o como fuerza inspiradora de grupos neonazis— persistió entre algunos sectores que consideran que las atrocidades endilgadas al nazismo forman parte de una conspiración sionista o que el holocausto solo es una exageración histórica.
Ahora bien, en recientes declaraciones, la precandidata de extrema derecha, María Fernanda Cabal, viene insistiendo en que los 6402 falsos positivos son «una invención de la izquierda» y le exigió al presidente de la JEP, Eduardo Cifuentes, presentar, sin importarle en lo más mínimo los derechos de las víctimas, el «listado». Aunque soy reacio a comentar o hacerle eco a las posiciones de Cabal, dado que viene asumiendo un perfil como precandidata del uribismo y que la misma JEP ya le respondió, considere oportuno escribir una breve reflexión al respecto.
La postura negacionista de Cabal sobre las ejecuciones extrajudiciales puede ser interpretada de dos formas; por un lado, como parte de una estrategia de comunicación para profundizar el malestar de un sector de la sociedad con el acuerdo de paz; exacerbar los ánimos en la extrema derecha y resaltar la debilidad de Duque ante el «pacto entre Santos y la Guerrilla»; por el otro, es una postura que recoge el sentir de elementos de la fuerza pública —el público al que Cabal se dirige con mayor insistencia— que se han sentido atacados o ultrajados, considerando que su lugar en la historia viene siendo menoscabado por los avances de la JEP.
Es claro que Cabal está jugando a concentrar su perfil en un nicho electoral y alcanzar una figuración exagerada a punta de polémica; su intención no es erigirse como un perfil de centro-derecha o tender puentes con otros sectores (como busca Óscar Iván Zuluaga), sus posiciones negacionistas frente al conflicto armado le llegan al nervio de su electorado de base y refuerzan su narrativa confrontacional con la izquierda o los «mamertos».
Es una postura que se ajusta a su visión de la realidad, cimentada en un desprecio hacia Santos y en creer que el resultado del plebiscito fue un mandato para acabar con lo negociado en La Habana.
Dado que la promesa del uribismo de «acabar con la JEP» resultó siendo un imposible jurídico o que su intención de agregarle una sala exclusiva para militares —como ha propuesto Paloma Valencia-, ha naufragado varias veces en el Congreso, Cabal viene echando mano de los ataques sistemáticos (amplificados por Semana y otros medios de extrema derecha) con la intención de lesionar su credibilidad, arrojar un manto de duda sobre su independencia, negar el conflicto armado y caldear los ánimos entre la base más radical del uribismo.
Al considerar que la JEP no ha publicado el «listado» de los 6402 falsos positivos, sin preocuparse por comprender las fases del proceso, la metodología de la investigación o los cientos de declaraciones de militares y paramilitares, la senadora desestima una de las mayores atrocidades cometidas en el marco del conflicto armado y cierra cualquier espacio a la réplica al afirmar que es «un invento de la izquierda».
Es una actitud despreciable frente a un crimen ampliamente documentado; desde la sociedad civil, los medios de comunicación y la justicia ordinaria, con el agregado de que viene adquiriendo un ritmo procesal en la JEP, pues por varios años se vio empolvado por la impunidad y la desidia de la Fiscalía.
Por otro lado, que esa postura se abra espacio en el debate público, convirtiéndose en la bandera de una precandidata presidencial, anticipa el discurso que la extrema derecha asumirá de cara al 2022. Son posturas negacionistas, claramente lesivas con los derechos de las víctimas o la autonomía judicial, encaminadas a radicalizar el debate y atrapar la carrera presidencial en el momentum del plebiscito.
A eso es a lo que juega Cabal —quien solo habla de Santos y el plebiscito— y en lo que no pueden caer los otros candidatos, pues ella buscará llevarlos a su siniestra zona de confort y así no asumirse en debates de importancia, como el fracaso del gobierno de su partido o las carencias económicas de millones de personas.
Al cierre de grandes confrontaciones emergen posturas negacionistas, afrontar esas posiciones es uno los mayores retos de los periodos transicionales y de ahí la importancia de rodear instrumentos como la Comisión de la Verdad o la JEP; sin embargo, también como sociedad debemos impedir que esas posiciones se conviertan en caballitos de batalla para desinformar o generar odio, mucho más en una contienda electoral donde la extrema derecha buscará a toda costa asumir un rol protagónico.
A eso es a lo que nos quiere llevar Cabal (y la Revista Semana) —es su principal estrategia— y es algo en lo que no podemos caer.
Despreciable la actitud de esta señora, el problema es que no da para más, es absolutamente imposible, es como pedirle a una bruja que se baje de su escoba