Autor: Andrés Ballesteros
Sean siempre bienvenidos señores de la OEA a nuestra ciudad. Acá los recibiremos eternamente con los brazos abiertos; con nuestra distinguida hospitalidad; con ese sentimiento de envidia que despertamos en el resto del país de ser tan buenos anfitriones cuando los eventos de talla internacional pisan esta tierra. Por ustedes, vestiremos a Medellín siempre con su mejor color.
Podrán venir cuantas veces quieran. Tomarse un día de descanso y aprovechar el mismo para darse un paseo por nuestra urbe maravillosa. Sentir por su propia cuenta el sofocante calor del centro de la ciudad a plena luz del día. Notarán que para nosotros el desarrollo sostenible consiste en convertirlo todo en concreto, al mejor estilo del Rey Midas convirtiendo en oro todo lo que toca.
Estamos limpiando la ciudad de la más mínima manifestación de la naturaleza que la tierra nos haya dado. Es que todo lo que no huele o sabe o se ve natural al estilo paisa, o comulga con su idiosincrasia, nos estorba.
Todo eso podrán notarlo, se darán cuenta de que el único color verde que nos encanta es ese mismo de la bandera que envuelve el hacha que por herencia nos dejaron los abuelos. Que con esa misma hacha cortamos los árboles que nos daban sombra en las avenidas principales. Que las plantitas que puso el alcalde de turno no son más que un recurso mediocre que no nos salvará del daño ambiental que nosotros mismos nos causamos.
Todavía en el centro, no pueden dejar de ir a las zonas más deprimidas de la ciudad: podrían dar de comer a los sin techo y sin derechos de la Avenida de Greiff, ese montón de humanos que los mismos habitantes y el Estado echamos al olvido. Calmar la sed de los habitantes de la canalización del río Aburrá y de todos los afluentes que lo alimentan.
Mirar con ojos amables y esperanzadores a los desahuciados de Moravia, ayudarles a que su realidad sea distinta a la realidad que les ofreció el Escuadrón Móvil Antidisturbios con órdenes directas de la administración municipal meses atrás.
Sería maravilloso para nuestra ciudad que vinieran también con sus amigos del Banco Mundial, o con los del FMI y hasta con los de la U.E.; es que este es un sitio ideal para hacer negocios y nosotros pondremos siempre todo a su disposición. Tenemos la suficiente capacidad operativa como para inundar la ciudad de policía, tenemos presupuesto de sobra para eso.
Suficiente agua para lavar las aceras; suficientes refugios temporales para esconder a las personas en condición de calle. Empleados eficientes para que limpien esas paredes mugrosas de consignas en las fachadas de los edificios, los impresionará que acá nadie protesta, que este es el paraíso.
Si el desastre de la movilidad de Medellín a todas las horas se los permite, un día es más que suficiente para conocer a Medellín desde sus entrañas. Ver lo que sus propios habitantes se niegan a ver, a mirar y escuchar. Tendrán que aprovechar para visitar los sitios más urgentes de la periferia, ir a las comunas del costado occidental, sí, las más violentas.
Allá tendrán que mirar a los ojos al dolor. En la Comuna 13, por ejemplo, tendrán que mirar a los ojos del dolor de tantas madres a las que las operaciones militares en labor conjunta con los paramilitares, consensuado todo con el Gobierno central, les arrancaron a sus hijos para siempre.
Mirarán a los ojos del dolor cuando miren a los ojos de los huérfanos de la peor guerra urbana que este país y la ciudad ha vivido en carne propia. Tanta precariedad, dolor y desesperación se les quedarán atrancadas en la garganta para siempre.
En este recorrido no podrán ignorar ese campo santo llamado La Escombrera. Comprobarán allí que el horror es un sentimiento que marca para siempre la memoria.
Descubrirán, para su asombro, que el Estado mismo mandó a suspender las labores de búsqueda de los cuerpos de los desaparecidos por el conflicto en esta comuna; sabrán que para el gobierno local y nacional esos muertos no incomodan.
En poco tiempo descubrirán que tanto esta ciudad, como el país en pleno, sufrimos de crisis humanitarias que merecen también tener una mirada de afuera sobre ellas. Que nuestros dolores y nuestras luchas merecen ser tema de debate en las asambleas de distintas organizaciones. Que nuestros dolores merecen ser objeto de reparación. Habrá elementos suficientes para hacer un informe e ir a discutirlo a otro país.
Y entonces otra ciudad tendrá que vestirse de los colores que no tiene. Tendrá espacio suficiente para esconder su vergonzosa desigualdad. Agua de sobra para limpiar las paredes que gritan consignas necesarias. Argumentos de sobra para condenar al olvido sus guerras internas.
Que no se vea rastro de dolor; que la indiferencia no asome la cabeza por las cloacas. Que ellos, al igual que nosotros, se sientan tan orgullosos de mostrar al mundo una ciudad tan indolente como la nuestra.
Foto cortesía de: KienyKe