Barranquilla: crisis cultural y dominación

Tenemos que salir de la conformidad alienante que nos han dibujado los políticos y los medios de comunicación; dejar de ser unos individuos dispersos y comenzar a sembrar la semilla de la colectividad.

Opina - Cultura

2021-04-23

Barranquilla: crisis cultural y dominación

Columnista:

Luis Alberto Correa Castro 

 

Todos los colombianos debemos comenzar a pensar bien en cómo tomaremos las riendas de nuestro país. Las generaciones anteriores ya escucharon los discursos de Jaime Garzón y pasados los años han logrado darse cuenta de que Colombia no ha cambiado mucho desde aquel entonces. Nosotros, los jóvenes que también nos hemos apropiado de esos discursos, increíblemente continuamos luchando por las mismas causas. Algo queda claro entonces: en Colombia cambia todo menos la situación del país.

«No sabemos si somos mestizos, si somos españoles; y, sin embargo, seguimos rindiendo un tributo y un respeto a esa clase alta dueña del poder».

Aun así, una gran parte de colombianos desde nuestras casas, nuestros espacios académicos y las iniciativas de los movimientos sociales venimos repensándonos maneras diferentes de cambiar las dinámicas de la política colombiana, los que dominan este país también lo han estado haciendo. Y no lo hacen solo para poner a alguien de presidente, sino también para montar a congresistas y alcaldes, como es el caso de Barranquilla, por supuesto. Esta ciudad ha sido víctima de una alteración malvada, silenciosa que ha acaparado lo social, económico y político; tanto así que nos desdibuja las relaciones de confianza y apoyo dentro de nuestros mismos barrios poniendo como eje central el individualismo. Ya no nos preocupamos por la situación del que vive al lado de nosotros, solo pensamos en «el yo». Se han tomado la cultura popular y todo lo que ha nacido de esta para hacer de las suyas como la música en el caso de la champeta, como el equipo de fútbol, entre otros.

Las administraciones pasadas como la de Alex Char, Elsa Noguera y la presente de Jaime Pumarejo, las cuales —recordemos— son del mismo clan político, se han tomado el atrevimiento de crear una identidad de «cómo ser barranquillero», o peor aún, «cómo ser costeño». Los Char y sus aliados han enajenado a Barranquilla implantando una supuesta cultura —entendamos la cultura como el «conjunto de costumbres heredadas y transmitidas por los pueblos de generación en generación»— y desde la antropología también nos dicen que son esas «pautas transmitidas por vía social» —tengamos en cuenta que no existe identidad sin cultura y cultura sin identidad— gracias al manejo de los mass media de esta ciudad, que cada vez más se mueve al son que tocan los políticos acompañado, además, de un gran trabajo de marketing al estilo de Nayib Bukele.

Por otro lado, la dominación simbólica es clara: han tomado colores, que se han vuelto representativos de la cultura barranquillera (rojo, blanco y azul), las estrategias top of mind y top of heart les quedó de lo mejor para hacernos pensar en ellos inconscientemente, al solo ver a el Junior y las Olímpicas del cual también son dueños. Todo esto acompañado de una dominación carismática a través de un sujeto que presume de su «humildad»; de ser un barranquillero pura sepa y «chévere», pero que en realidad todos sus intereses están lejos de ser trazados para el bien común para la ciudad. Lo mejor se lo dejan a unos cuantos. 

Pese a esto, muchos aún continúan legitimando su política. Bajo este contexto, muchos de los enunciados de alguna teoría sociológica, si nos referimos a la teoría de la dominación de Max Weber que nos esboza tanto en su libro Economía y sociedad como en su ensayo Política como vocación, Weber nos muestra tanto al liderazgo, la dominación y la autoridad como tipos ideales para explicar cómo esto ayuda a perpetuarse y nos obliga a enaltecer algunas acciones de estos políticos, la dominación carismática se presenta en virtud del carisma del individuo, su personalidad y solo necesita que los ciudadanos crean en él porque ha «logrado» algo, por ende se legitima.

Lo anterior, nos permite decir que el tejido social de la ciudad se ha deteriorado a causa de las prácticas politiqueras y, además, por la implementación de una identidad sesgada; que unos cuantos, se han venido tomando como propia al pasar los años. Esto nos adentra en una crisis cultural que tiene como punta de lanza la deshumanización del sistema y la no educación de la sociedad; por consiguiente, es deber de quienes nos hemos dado la minuciosa tarea de escudriñar más a fondo su actuar, reconstruir este tejido. Una reconstrucción que tenga como prioridades una cultura ambiental, políticas que brinden una verdadera justicia social, que Barranquilla y Colombia piden a gritos.

La crisis económica y sanitaria nos ha revelado que esos indicadores que solemos ver en la prensa y en la televisión son un engaño. No son como nos lo plasman. El COVID-19 ha abierto nuestros ojos a la verdadera realidad en la que está sumergido nuestro país y nuestra ciudad. La informalidad que siempre sobresale en Barranquilla y que tanto dolor de cabeza le ha traído al alcalde, por ejemplo, no se debe a la simple explicación de que “el barranquillero es pujante». No. Sí lo somos, pero el trasfondo real es que esta «pujanza» carga bastante necesidad. Una evidencia de la falta de oportunidades laborales en la ciudad, políticas que no maquillen esto, sino que arreglen este problema de fondo.

Las malas administraciones juegan con cada uno de los factores que ellos mismos implementaron por medio de una identidad que se ha venido absorbiendo por medio de hábitos culturales. La cultura barranquillera en la que nacimos y la cual creemos conocer es una simple y llana representación de una cultura de masas: consumimos lo que ellos quieren que consumamos y no nos queda de otra, más que replicar esta socialización y estimularla como cultura barranquillera. Una «cultura» que tiende a politizarse y, por ende, a industrializarse. Todo esto gracias a los medios de comunicación, en su mayor parte, ya que estos difunden, producen y reproducen esta cultura de masas, haciendo más fácil el manejo del pueblo al ocultarle la realidad a una cuidad cegada, ya que como característica la cultura de masas es alienante.

Por todo esto es que debemos mirar hacia políticas sociales que reconstruyan un tejido social que las administraciones de Barranquilla han olvidado y que a pesar de su estado maltrecho no parece ser lo suficientemente importante para mirar hacia él.

Tenemos que salir de la conformidad alienante que nos han dibujado los políticos y los medios de comunicación; dejar de ser unos individuos dispersos y comenzar a sembrar la semilla de la colectividad. Debemos escoger para Colombia a un candidato, que como decía Bateman en una entrevista: «no nos brinde solo buenas intenciones, sino hechos».

¡Es hora del cambio!

 

Luis Alberto Correa Castro
Estudiante del programa de sociología de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad del Atlántico, hago parte del comité de derechos humanos Alfredo Correa de Andréis. Aficionado a la fotografía documental. «Insistamos en lo que nos une y prescindamos de lo que nos separa».