Columnista:
Manuel Tiberio Bermúdez
El comienzo de un libro a veces deja huella en los lectores, es como una marca indeleble en sus recuerdos. Y es que el inicio de un libro hace que nos enganchemos o no en la historia que el autor nos quiso compartir.
Hay líneas de libros que se han quedado en la memoria colectiva y, con solo mencionarlas, inmediatamente se descubre el título de la obra.
Para muestra sí hay botón: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”.
Inmediatamente a uno se le ilumina el cacumen y sin ningún titubeo grita: Don Quijote de la Mancha, quizá nos olvidemos del nombre de su autor, don Miguel de Cervantes Saavedra, pero no del nombre del libro.
Otro comienzo que nos remite al nombre de una obra con exactitud y certeza es: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Rápidamente nos vuelan las mariposas amarillas en la cabeza antes de decir: Cien años de soledad de don Gabo.
A propósito, he leído por ahí que Gabito —perdonen la confianza, pero es que las lecturas lo hacen a uno amigo del autor—, utilizó las mariposas amarillas y que esto tiene una justificación. Dicen que un señor colombiano, Aristóbulo López Ávila, entomólogo prestigioso, asegura que la narración de García Márquez sobre Mauricio Babilonia, el de las mariposas amarillas, tiene una explicación científica: las feromonas.
Recordemos que a Mauricio Babilonia le rodeaban las mariposas amarillas y que por esa misma razón, Remedios la Bella, sabía que su amado andaba cerca para arrastrarle el ala, cuando su casa se iba llenado de la agitación de alas amarillas. Tan afortunada ella que no las sentía en el estómago como las demás enamoradas, sino que las veía volar dentro de su casa.
Según la publicación El secreto de Mauricio Babilona y las mariposas amarillas: “López-Ávila sostiene que García Márquez sabía de la existencia de estas moléculas químicas que fueron descubiertas en el siglo XIX por el naturalista francés Jean-Henri Fabre”.
“Las feromonas son un atrayente sexual de los insectos que hacen que el individuo que las expele, que las produce, atraiga a los individuos del sexo opuesto. Seguramente en esa época Mauricio Babilonia ya tenía la feromona de los piéridos, que son las mariposas amarillas”, afirma el investigador, PhD en Entomología y Control Biológico de la Universidad de Londres. [1]
Esta cosa científica y fría, no le resta magia a la narrativa de Gabriel García Márquez con el cuento de las mariposas amarillas.
Bueno, pero yo estaba escribiendo sobre los comienzos de algunos libros. Retomo.
Otro de los buenos inicios que invita a la lectura y que identifica el nombre del libro es “Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta”, escrito por Vladimir Nabokov.
Hay otro libro que tiene un “arranque” que atrapa: El guardián entre el centeno, de la autoría del estadounidense Jerome David Salinger. “Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso”.
¿Pero a qué viene este ejercicio de recordar los comienzos de historias que atrapan? Pues en este recogimiento al que nos tiene sometidos el virus, me puse a esculcar entre mis libros y encontré un folleto sobre la vida del autor de Cóndores no entierran todos los días, Gustavo Álvarez Gardeazábal.
La publicación en mención es un documento de 24 páginas que un grupo de amigos le hicieron al “Prisionero de la esperanza” cuando estuvo “enchuspado” en la Escuela de Policía de Tuluá. A propósito serían dos las enchuspadas, pues como él lo señala, el Gobierno del presidente Iván Duque decidió enchuspar a los adultos mayores de 70 años, hasta el próximo 31 de mayo, por eso sus escritos y podcasts diarios que comparte en Facebook, llevan por nombre: Crónica de un enchuspado.
Decía que encontré el documento que se llama El Mito de Gardeazábal, la biografía, un ensayo biográfico de Sergio Cruz, en el que trata de perfilar la polémica vida del escritor, y en el que se señala que Gardeazábal “está prisionero por mano de la justicia selectiva colombiana para saciar una confabulación de ambiciones económicas parroquiales frustradas y un temor bogotano indescifrable de que aspire a ser presidente”.
Todo esto para decirles, finalmente, que me gusta mucho como comienza esta biografía: “La mañana del 14 de mayo de 1952, cuando Gustavo Álvarez Gardeazábal recibió la primera comunión con su cabeza grandota de niño genio, un saco negro cruzado con solapa brillante de smoking de pueblo y un cirio tan gigantesco que parece doblarlo en la fotografía que su madre guarda en el álbum familiar, se marcó más la diferencia de él con los demás niños que le rodeaban”.
El resto son sus libros, sus acciones, sus palabras que fustigan el oprobio de algunos humanos o de algunos sistemas…
[1] https://centrogabo.org/gabo/contemos-gabo/el-secreto-de-mauricio-babilonia-y-las-mariposas-amarillas