Columnista:
Ana María Mena Lobo
Les propongo algo: imaginen una marcha silenciosa, sin gente pintada de la tricolor, sin pitidos de instrumentos, sin bailes típicos, sin raperos improvisando; imaginen solo la gente ahí, caminando con los brazos abajo, sin expresión alguna. ¿Sienten lo inverosímil y vano que suena?
Latinoamérica ha sido ruidosa desde siempre. Las vanguardias encontraron el lugar perfecto porque no era necesaria la ficción, las cosas estaban sucediendo; imagino entonces a Rulfo, a Botero y a Temístocles Carreño, escribiendo, pintando y haciendo música; ¿su inspiración? La guerra y la temible realidad que se vivía. Hoy, entiendo y apoyo a esos que se les hacen cayos en las manos tocando tambores, a esos que en pleno sol pintan sus caras o tienen la valentía de hacer danzas y teatro en las calles. Los aplaudo y los admiro porque no están allí buscando ser vistos ni fotografiados, están allí con el interés de poner su arte, donarlo, para Colombia.
Y ya veo diciendo a muchos: «Esa gente sí es obtusa, creen que con cantos y disfraces van a cambiar el país». Resulta que sí lo cambian. Resulta que toda esa cantidad de artistas que han salido en el margen del Paro Nacional han dejado en ridículo eso que llaman Economía Naranja; resulta que es latente el éxtasis que tienen al pintar los murales cuantas veces sea necesario y aunque la batuta de Susana Boreal en Medellín y la Filarmónica de Bogotá sean las más vistas en redes, sé y confío que existen muchas más manifestaciones.
Pero ¿por qué seguir haciéndolo? El factor más diferencial que tenemos con los animales es la capacidad de creación artística, el ver una cosa y convertirla en otra (como lo de Lucas Villa, por ejemplo). Sin embargo, no se queda ahí, también está la rabia, la tristeza, la decepción y para eso está la catarsis. Y sí, en Colombia persiste la necesidad de sanación, de lo clínico, estamos al borde del colapso siempre y si algo nos extiende la mano, como el arte, lo tomamos sin duda alguna; y no está mal, es válido, es entendible… estamos mama’os de la sangre y si existe un lenguaje que nos una, nos unimos, nos arriesgamos.
Ahora, aunque cueste creerlo, aquella profesión que fue (y sigue siendo) subvalorada por los sectores económicos, esa profesión de ser músico, pintor, cantautor, compositor, bailarín y actor ha sido la que nos ha representado y ha salido a las calles, probablemente sin un peso en el bolsillo, pero sí con su instrumento en mano, la disposición de bailar o con el rostro pintado. Resulta irónico, pero es real. Con esto de salir a las calles a arriesgar sus vidas, imagino el acto difícil, inhumano y cobarde que sería dispararle a alguien que solo tuviera la trompeta en la mano. Ojalá nadie violentara en semejante estado de indefensión.
El artista tiene la capacidad de conmover a las masas. Entonces, cada nota, cada dedo que se posiciona, cada señal, cada movimiento, cada canto y cada símbolo se torna complejo de opacar y ahí está la clave. La multitud de los tambores de AAINJAA nos queda retumbando el oído, los brazos de Susana nos quedan en la memoria y el himno nacional deconstruido nos toca el corazón. Y sí, por romántico y sentimentalista que parezca, así es. Comprendemos la modificación de la melodía (aunque no seamos músicos), sentimos el sudor de los que soplan los instrumentos o los que bailan, resignificamos lo que parecíamos conocer y de pronto oímos más, vemos más, pensamos más y entendemos, por fin y de una forma menos dura, el porqué es necesario el cambio.
Las manifestaciones artísticas han enriquecido el paro nacional; desde las chirimías, coplas, tamboras, pinturas, murales, arte urbano y teatro, se nos ha permitido hacer un recorrido nacional cultural. Y son esas expresiones, las creadas por los colombianos de a pie, las que han reflejado la importancia de inmiscuir el arte en lo social y el concierto des-concierto nacional que habitamos. A los que salen con sus gaitas, cuerpos y voces sigan haciéndolo, no se desmoralicen, crean que lo que hacen sí tiene poder. Sigan haciendo bulla, pelándose las manos con las baquetas, improvisando versos, pintando figuras en el pavimento, no se rindan.