Columnista:
Andrés F. Benoit Lourido
El mercado del arte ha sido uno de los medios más usados para el lavado de dinero. Cuadros y esculturas de artistas cotizados del mundo como Salvador Dalí, Joan Miró, Di Cavalcanti, Van Gogh y otros, han sido objetos decorativos en casas de narcotraficantes, políticos y empresarios corruptos.
En el contexto colombiano se ha evidenciado que algunas obras contemporáneas de Fernando Botero, fueron compradas por Pablo Escobar; aún está en duda cuáles eran sus intenciones al obtener arte, si por ostentosidad, lavado de activos, o incluso como instrumento para transportar droga.
Botero no desconocía que sus obras circulaban en el narcotráfico entre los años 70 y 80. En 2012, en el marco de una exposición en el Palacio Nacional de Bellas Artes de México, dijo: «Cuando pusieron una bomba a Pablo Escobar, se destacó el hecho de que tenía un Botero en su casa y eso fue muy sonado en la prensa colombiana. Entonces, le pedí al director del periódico El Tiempo que escribiera un editorial e informara que yo sentía repugnancia por el hecho de que Escobar tuviera una de mis obras».
Tiempo después de la muerte de Escobar, Botero, con su estilo inspirado del Renacimiento pintó: La muerte de Pablo Escobar (1999) y Pablo Escobar muerto (2006), son dos cuadros que recrean los momentos finales del capo. Actualmente, están en el Museo de Antioquia, en Medellín. Estas obras reflejan la violencia y el conflicto histórico del país.
El arte vendido a narcotraficantes y corruptos, generalmente se hace por intermediarios y benefician a los artistas indirectamente. Los medios de comunicación, pocas veces, han profundizado en el origen de las obras incautadas.
Hace algunos meses CONNECTAS en alianza con El Espectador, publicaron una investigación en donde reportan que Fernando Botero recibió un giro de 500 000 USD como una transacción sospechosa de una compañía que Odebrecht utilizó para el pago de sobornos. A la fecha se desconoce el destinatario de la compra de su arte.
«Meinl Bank Antigua, un pequeño banco de tres empleados que Rodrigo Tacla Durán, exabogado de la firma brasilera Odebrecht, describió como «el centro neurálgico desde el que se hacían pagos irregulares» de la célebre oficina de sobornos de la constructora, a través de diversas firmas. Una de ellas Fincastle Enterprises Ltda., que ordenó el pago al artista, dice la investigación.
El nombre de Fernando Botero fue mencionado en un Reporte de Operación Sospechosa (SAR) presentado a FinCEN, la Red de control de Delitos Financieros. El Espectador–CONNECTAS verificó la autenticidad del reporte.
Según Luis Fernando Pradilla, su representante, confirmó que tiene presente dos pagos por medio millón de dólares al maestro por exposiciones de arte de dos Galerías en Doha, Qatar, y en São Paulo, Brasil, entre 2014 y 2015. El artista no está en investigación por esto.
Estos son dos ejemplos de los muchos casos en que los vínculos ilícitos salpican el mercado artístico. Entonces me pregunto, ¿por qué existe la tendencia del lavado de dinero en el mundo del arte?
Bajo la premisa «el valor del arte es subjetivo», las millonarias subastas hacen que sea un terreno ideal para el lavado de dinero. Este es un mercado relativamente libre, es real y también clandestino. Debido a la falta de control, las organizaciones criminales, quienes cometen fraudes financieros y corruptos, ven la facilidad para consumir y transportar obras de arte sin provocar sospechas; y las grandes casas internacionales de subastas preguntan poco sobre la identidad de los compradores, porque sus honorarios los obtienen por su rol como intermediarios en la venta, entonces, valoran y confían en sus clientes.
La pintura y la escultura son unas de las bellas artes más apreciadas y romantizadas. Creo en las intenciones de los artistas, en sus finalidades estéticas y expresión de conceptos, sin embargo, no creo en el mercado.
La promoción y ventas de obras son espacios reducidos y ajenos a las clases sociales medias y bajas (aunque es habitual que los museos realicen exposiciones temporales con fondos ajenos y no mercadeados); y el arte y sus galerías elitistas connota un mundo perverso que se mueve a través de la codicia, lo que excluye la honestidad del artista y la función social e histórica de su obra.
Es paradójico, por ejemplo, que Fernando Botero y otros artistas manifiesten su rechazo al crimen y a la violencia que provocó el narcotráfico y que los capos de las mafias consuman su arte que tal vez, fue producido para criticar la maldad humana.