Aquel vecino ‘pequeñito’ donde aún se habla quichua

Ecuador se vea como una potencia, y ni qué decir de sus paisajes que resguardan, en gran parte de sus poblaciones, un majestuoso panorama vigilado por sus volcanes.

Narra - Cultura

2017-12-21

Aquel vecino ‘pequeñito’ donde aún se habla quichua

He decidido, para esta y próximas entregas, conversar sobre este periplo latinoamericano que lleva ya unos añitos y, más allá de la bohemia chicaneadera que representa viajar, se ha sacado una conclusión que ha servido como cábala: viajar es una manera de despertar y de atesorar la sublimidad de los recuerdos.

Empezaré con un país acogedor -como aquel departamento de soltero que muchos añoran- que en superficie es una cuarta parte de mi Colombia, pero es inmenso en distintas riquezas; se trata de Ecuador, y en sus tesoros resguarda una biodiversidad gracias a su amplia área amazónica, en cuyas reservas protegidas se destaca el Yasuní.

Montuvios, costeños, serranos e indígenas de los cuales se ramifica una amalgama de diversidades que hacen de este un país encantador y que merece la pena redescubrir. Entre las cosas que más se rescatan, está la preocupación que hay por proteger este patrimonio demográfico, dándosele a cada uno de los alrededor de treinta pueblos que han recibido, por su idiosincrasia, tradición, costumbres, historia y lenguas, el carácter de ‘nacionalidades’.

Desde pequeño, siempre he recordado como referentes a Jorge Icaza, con su célebre Huasipungo, y la obra pictórica de Oswaldo Guayasamín; no obstante, hay autores como José de la Cuadra que, con su novela Los Sangurimas, según se presume, fue un referente para construir el realismo mágico, y es evidente la familiaridad que esta obra tiene con la de Gabo. Se destacan autores como Pablo Palacio y dos generaciones como fue la del Treinta, con Joaquín Gallegos Lara, Demetrio Aguilera Malta, entre otros, quienes vieron, en la literatura, una plataforma de denuncia, a priori, similar al del realismo social español, en el marco de la Guerra Civil española.

El otro momento, más enfocado en lo poético, es la reconocida Generación Decapitada, un grupo de poetas de corte existencial y suicida (que, en su fondo, puede estrecharse con momentos de la literatura colombiana como el nadaísmo, Piedra y cielo, los Nuevos o los Panidas) que desde Quito y Guayaquil, dejaron al Ecuador una dote de sensibilidad, espectacularidad y donaron parte de sus letras a un ritmo emblemático como es el pasillo, que bien sabroso se escucha con un par de canelazos.

Yo también, cuando empecé a escuchar a Julio Jaramillo, pensé que era colombiano -sobre todo por su apellido-, sin embargo, su epíteto de ‘Ruiseñor de América’ hace que, junto con otros estandartes como Olimpo Cárdenas, dejen una joya musical para toda Latinoamérica.

Después de persignarse en Las Lajas, en Ipiales, pueblo donde el escritor ambateño Juan Montalvo se exilió durante el gobierno de García Moreno, unas amplias vías hacen que, desde la frontera de Rumichaca, Ecuador se vea como una potencia, y ni qué decir de sus paisajes que resguardan, en gran parte de sus poblaciones, un majestuoso panorama vigilado por sus volcanes.

Uno de los aspectos que siempre he de resaltar y que evidencié, desde que me acomodé en el primer bus desde Tulcán a Quito, es que aún se habla quichua (llamado también ‘quechua norteño’), reflejo de la inmensa protección que sus gentes dan a su cultura ancestral.

La historia ecuatoriana tiene una coexistencia con la colombiana; por tanto, no es fortuito que nos llamemos países hermanos y esta es una nación de la que debemos aprender mucho: su protección por la tierra y los recursos, su capacidad de asociar su memoria con la dignidad que alberga y que, más allá de los conflictos que vivencia, es más que loable su sentido de apropiación.

Entre las muchas cosas que siempre he de destacar es que, en vez de promoverse tajantemente la idealización de que los ecuatorianos emigren, hay programas para invitar a los nacionales que viven en el exterior para que regresen; por ende, en el país del marchista Jefferson Pérez, se promueve distintas plataformas de oportunidades para que los migrantes retornen.

Cada montaña, seno con que la Pachamama alimenta la vida, es un pergamino para escribir el más eterno y añorado de los poemas: la paz, que se respira en el punto más cercano que tiene la Tierra hacia el Sol: el Chimborazo, que le relata sus milenarios secretos a sus hermanos menores: el Cotopaxi, el Cayambe, el Tungurahua, el Pichincha, el Sangay…

El Escudo Nacional, cuyo día patrio es el 31 de octubre, es de los más sinceros que he conocido y es admirable que el cóndor andino aún dé fe de ello, a través de su sempiterno vuelo; aunque –siempre he dicho, a modo de broma, a mis amigos ecuatorianos- que el cuy debería considerarse también como el ‘ave’ nacional, a raíz de que este pequeño roedor –me perdonan los vegetarianos- forma parte inexorable de la cultura serrana de este país.

Si usted gusta conocer parte de lo que somos, en esta latitud, tiene una oportunidad inexcusable para conocer, desde las ruinas arqueológicas, el testamento de los cañaris y de los incas, que, desde la toponimia, dona su carta de invitación a una parte significativa de nuestra memoria.

En definitiva, Si desea visitar Ecuador, recuerde traer vacío su baúl de los recuerdos y su corazón abierto.

 

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Manuel Felipe Álvarez-Galeano
Filólogo hispanista, por la Universidad de Antioquia; máster en Literatura Española e Hispanoamerica, por la Universitat de Barcelona. Aprendiz de escritor, traductor, corrector y conferencista. Estudiante del doctorado en Estudios Sociales de América Latina, en la Universidad de Córdoba, Argentina. Docente de lengua y literatura, de lenguas clásicas y romances, y de estudios sociales. Ha publicado los libros El carnaval del olvido, en Málaga, España (2013); Recuerdos de María Celeste, en Medellín (2002), y la novela El lector de círculos, en Chiclayo, Perú (2015).