Columnista:
Francisco Cavanza García
El 2020 ha sido, sin duda alguna, un año clave para comprender el estado actual de nuestra sociedad. En particular, la enorme influencia norteamericana que se ejerce sobre la forma de percibir y entender el mundo desde la juventud. Esto, a través de la efimeridad de las tendencias de la red y su absorción por parte de este grupo, especialmente acá, en la ucronía latinoamericana. Los jóvenes están ansiosos por incorporar en su habitus la última moda gringa; no obstante, dichas tendencias no siempre se tratan de chuflas, bufonadas o cuanto acto ridículo haga alguna Kardashian, estas, muy a menudo son formas de pensamiento, posturas morales y políticas mal adaptadas a nuestro contexto, que de manera frecuente, se encuentran en la forma de neologismos pseudointelectuales.
En medio de esa maraña de jerigonza una emerge con infame distinción: se trata de la llamada apropiación cultural; es decir, el uso de elementos o tradiciones por parte de un individuo o grupo de individuos diferentes a la cultura generadora de esas tradiciones. Puede considerarse incluso como una ofensa o ridiculización a la cultura original por un uso indebido por parte de una persona de un origen diferente a esta.
Cuando usamos el buscador de imágenes de Google para comprender el concepto de apropiación cultural, lo que se encuentra son fotos de personas caucásicas usando atuendos de otras culturas. Esto, devela que el concepto es más una estrategia política con el fin de deslegitimar y atacar un grupo que ha estado en control durante largo tiempo, como es el anglosajón. Un grupo que hizo representaciones inadecuadas de distintas comunidades; sin embargo, las películas o libros con algunas connotaciones racistas no es lo mismo que llevar un atuendo de otra cultura, de adoptarlo, apreciarlo y disfrutarlo.
Culturas como la colombiana y la mexicana son un ejemplo perfecto de eso. Es usual que así sea una actitud un tanto provincial y parroquial, nuestro pecho se infla de orgullo cuando un gringo, un asiático o cualquier extranjero lleva un traje de charro o un sombrero vueltiao, o, cuando cantan rancheras y vallenatos.
Nos fascina que personas ajenas a nuestras culturas, caracterizadas muchas veces por la amplia problemática social, puedan disfrutar de nuestras tradiciones, se transforman en mexicanos o en colombianos honoris causa. Esto sucede, porque los latinos provenimos del mestizaje cultural; de un encuentro de culturas; con muchos matices eso sí, pero que ha producido nuestra identidad, nuestros gustos, nuestras tradiciones y nuestra manera de interactuar con el entorno.
Por ello es que estos vocablos que ahora usan los jóvenes son inadaptables a nuestro contexto particular, somos un pueblo generado a partir de la apropiación cultural. Además, la idea de que existe una apropiación cultural deviene de una idea también de pureza cultural, como si estas emergiesen por combustión espontánea y no por el choque entre individuos, sociedades y culturas. Es por esto por lo que esta noción puede resultar problemática con una mirada más detenida.
La definición de apropiación cultural como un uso de las tradiciones por personas ajenas a una cultura es una distinción racial. Y, digo raza y no etnia, porque al separar a los individuos o grupos por su background, por su origen, es una separación frenológica, basada en el fenotipo del individuo. Cuando acusan de apropiación cultural a un polaco por llevar un echarpe, lo hacen por su tono de piel, se juzga su apariencia, no si se hace parte de una cultura o no, ya que el polaco bien podría practicar la fe musulmana.
Ese tipo de neologismos importados, como el también absurdo mansplaining, en el que un argumento se invalida por el tipo de emisor que se tenga, máxime si proviene de la verborrea y la maldad de un hombre blanco y heterosexual; estas terminologías recrean distinciones y separaciones pacatas y reaccionarias, el invalidar un discurso o el disfrute de una cultura solo por quien sea la persona involucrada, nos devuelve a una era en donde, no solo hombres y mujeres se encontraban separados social y espacialmente, sino personas caucásicas, negras o hispanas. Esa distinción sobre quién puede hacer qué y quién no, hace evocar a las putrefactas actas de Jim Crow en los Estados Unidos, en donde existían espacios específicos según el «origen» del individuo. Por ello es que este tipo de distanciamiento social y cultural debe de ser resistido (en especial en nuestro contexto), a no ser que algunos quieran retomar el aviso de blancos y de color a la entrada de nuestros baños públicos.
Material adicional:
https://observer.com/2017/01/ive-learned-this-the-hard-way-theres-no-such-thing-as-cultural-appropriation/
https://www.youtube.com/watch?v=IT2UH74ksJ4
https://www.youtube.com/watch?v=NNUcR-eMxaE