Hace unos años surgió una oleada de intenciones para promocionar el cine colombiano que se fundamentaba en “vaya a las salas de cine a ver cine colombiano, porque es colombiano”. Sin más razón que el hecho de tener un talento nacional ya era mérito suficiente para que se generara toda una dinámica de industria. Como era obvio, todo se fue al traste. El cine colombiano no hay que apoyarlo por lástima, hay que apoyarlo si vale la pena, si hay algo que ver. Más de una década después de este impulso de la ley de cine y estar recolectando frutos desde la producción, se da un divorcio entre los espectadores y el cine nacional, y el panorama no se ve nada sencillo.
Lo primero y más reiterativo que se encuentra son los comentarios generalizados del público frente a las temáticas que desarrolla el cine nacional. Una predisposición mal infundada y errónea de que siempre se está trabajando películas de conflicto de manera cruda. No es así, aunque sí debería ser así (pero esta harina es de otro artículo). En estos últimos quince años la diversidad temática y la manera de ver el conflicto se ha tomado por múltiples aristas, tan sencillo que no tenemos una única problemática sino un variado panorama de vilezas que nos rodean. De ahí que si se recuerden las de Víctor Gaviria; El Rey, Perro Come Perro o El Cartel de los Sapos; pero también están: La Estrategia del Caracol, Los Colores de la Montaña, El Vuelco del Cangrejo, La Sirga, Chocó y otras decenas de títulos que demuestran que la variedad existe.
Y aunque está la predisposición y la reiterada negativa de pagar una boleta por una película colombiana, esta afirmación podría no ser precisa pues tenemos nuestros éxitos taquilleros cada año, alrededor de diciembre con los estrenos de las comedias “made in Dago”. El último hit fue ‘Uno al Año no Hace Daño’, que fue vista por algo más de 1.6 millones de personas. Una cifra nada despreciable y comparable con películas de inflado merchandising como Avengers o Rápido y Furioso. Es decir, gente y dinero para ir a cine hay, lo que no hay es interés por ver nuestro cine en un sentido amplio.
Decir que la identidad de nuestra cultura está reflejada en estas comedias ramplonas por el apoyo de la taquilla, sería banalizar la influencia y el potencial del cine como dinámica cultural frente a los conflictos sociales. Pero ahí es donde nos encontramos: el poco cine colombiano al que el grueso de la gente va, es un cine flojo y de poca trascendencia; y las películas que obtienen un reconocimiento internacional por el público (general y especializado) pasan a ser anónimas en el background de películas por año.
Este 2015 está marcando un punto muy alto con dos filmes que obtuvieron galardones importantes en el Festival de Cannes: El Abrazo de la Serpiente y La Tierra y la Sombra. La primera ya se estrenó y no logró más de 30 mil espectadores en la primera semana. Más allá de si es una película que revela una verdad escondida o simplemente un acercamiento superfluo a algo ya visto, es una película que se destaca por su propuesta estética y narrativa, porque tiene algo qué decir de nuestra historia, porque se acerca al concepto base del cine como arte. Y aun así, para el grueso del público, es invisible.
En algún punto este círculo se debe romper. Un paso es que como espectadores nos diéramos la oportunidad de dar un vistazo a otras historias, no poner apellidos del tipo “cine colombiano” como si esto fuera un subgénero con características peyorativas. No hay que apoyar al cine nacional como un compromiso, simplemente apoyar el buen cine, sea de Hollywood, Corea, Francia o Colombia.
En realidad el problema es que la ley del cine no está orientada a estimular una industria (lo cual también es el cine) sino la creación personal. por eso las películas colombianas son muy expresivas pero poco atractivas para el público, que pide ser seducido con una historia atrayente para pagar la boleta. habría que encontrar un punto de equilibrio (porque tampoco se trata de darle basura a la gente con el argumento de que eso es lo que le gusta, como hace la televisión), llevando los estímulos hacia algo más parecido a un préstamo o una inversión para simular unas condiciones de producción más parecidas a la realidad.
En efecto, ese equilibrio es el que está más perdido. La historia del cine nos muestra que se puede ser exitoso en taquilla con películas con contenido. Parte de la discusión. Otro aspecto es la formación de públicos y como mejorar esa visión del espectador promedio para que demande mejores contenidos. Varios frentes para construir.
A mi parecer, el problema es de variedad. A mi la verdad no me atraen mucho las comedias costumbristas ni las películas sobre realidad nacional y narcotraficantes.
Me gustaría ver películas de corte fantástico, ciencia ficción, horror, thrillers! propuestas más arriesgadas.
Un poco del porqué de no sacar estos géneros es por el miedo de que al público le pueda parecer ridículo en la ejecución; pero si países como España han podido explorar otros terrenos, fuera de su «realidad» ¿Por qué nosotros no podremos?
Si bien se han dado acercamientos como Luis Ospina con Pura Sangre o Soplo de Vida, o más reciente con algunas coproducciones han permitido ver esta otra narrativa de género, como La Cara Oculta. En una mirada amplia en ese aspecto de explorar más géneros si se está en deuda. Parte de esa problemática es la baja continuidad que tienen los directores para explorar, para hacer películas. No todas las que salgan serán buenas, pero al menos el público tendrá oportunidad de ir escogiendo.
Estoy de acuerdo con el comentario de ‘Feno’. El problema es la variedad. Cuando se trata del cine nacional, sólo tenemos 3 referentes: narcopelículas (que no tengo problema que hablen del narco pero parecen más telenovelas que películas), cine social (dramas que hablan sobre la realidad nacional de una forma ‘artística’) y las comedias ramplonas. No tenemos cine de género ni cine fantástico. El único que se ha atrevido a hacer algo diferente ha sido Jairo Pinilla y a pesar de que a nivel técnico sus películas fallan, es una persona que ha tratado de innovar en la pobre cinematografía nacional (y al que, en su mismo país, no se le ha dado un reconocimiento de nada). Es incluso triste darle un vistazo a los trabajos de los cineastas de la nueva generación, es decir, los estudiantes de cine del país. Todos se inclinan por el cine social. Creo que nos falta mucho tiempo para empezar a tener buen cine