- Tres jóvenes siguen el ejemplo de activistas en todo el mundo y se marcan con hierro el número 269 para generar simpatía en la gente frente al maltrato animal.
En Medellín, en la zona de Carabobo Norte, se ha realizado el acto animalista 269 Life, un performance que ha crecido a nivel mundial. El fundador fue Sasha Boojor, el movimiento comenzó cuando su grupo de activistas visitó un matadero en el que se encontraba un ternero recién nacido que moriría allí mismo. Tenía el número 269 marcado en la piel. Así que el dos de octubre de 2012 en Tel-Aviv se hizo el primer 269 Life. Representaron a los terneros encerrados, luego eran tomados a la fuerza y marcados con el mismo número.
En Colombia existe un par de grupos, en su mayoría de gente joven, que luchan por la defensa de los animales. Uno de ellos es Grito Animal, colectivo que pretende abolir por completo todo maltrato animal, explotación o sufrimiento. Para ellos no es suficiente con ser vegano, salir a entregar volantes informativos o crear leyes hechas por bienestaristas, es decir, que buscan un buen trato para los animales, mas no acaban con su venta y explotación a favor de la raza humana.
El acto se ha hecho en todo el mundo: Francia, Canadá, Australia, Alemania, Estados Unidos, Argentina, entre muchos otros países. Colombia no ha sido la excepción, en Cali se realizó el pasado primero de octubre y en Bogotá ya se ha hecho varias veces. En este último hasta incluyeron un personaje que se comía una hamburguesa mientras otros figuraban como el ganado encerrado, quienes marcaban vestían trajes de ganaderos y carniceros. Insultaban a los terneros y estos a su vez imitaban sonidos del ganado justo cuando va hacia el matadero. Uno a uno iban siendo marcados con hierro hirviendo. Los dejaban en el piso tirados todos encima de todos.
Había una multitud de gente viendo el acto. Así mismo, cada ciudad donde se ha hecho ha tenido diferentes modalidades para el performance como tal.
El acto en Medellín
Por su parte, Grito Animal decidió hacerlo en Carabobo Norte por la posible gran afluencia de gente. Construyeron una jaula humana de cuatro esquinas, amarrados por un lazo y en las extremidades llevaban brazaletes con la imagen corporativa de marcas como Colanta, Parmalat, Mc Donald’s, Campi e incluso, el símbolo nazi.
Portaban máscaras blancas y su vestuario era de colores oscuros, completamente tapados de pies a cabeza. Otros tres portaban avisos que decían: “Especismo es una forma de discriminación basada en prejuicios e intereses creados de una especie sobre otra. Al igual que el sexismo o el racismo. Mira el documental Earthlings (terrícolas)”.
Mientras el resto terminan de acomodar sus cosas y preparar su vestuario, Alexander Patiño está allí por pura curiosidad. Quiere saber qué es lo que va a ocurrir, pero sabe que se trata de animales. De hecho, le causa gracia el contraste que hace pues en la puerta del Jardín Botánico están recolectando comida para animales domésticos y en la esquina del frente, hay una donación de perros y gatos. Se pregunta por qué siempre se trata de esas dos especies y nunca de animales como las vacas, por eso va a estar allí hasta el final para saber qué va a suceder.
Ana Laferal, quien anteriormente era hombre, lleva tatuada su piel, tiene una areta triangular amarilla con el número 269 y su pelo fucsia lo tiene recogido en dos bolitas, como semejando los cuernos o la testuz de las vacas. Se quita la ropa que llevaba y se pone un short de licra negra junto con un top deportivo del mismo color. Para prepararse, se estira en el piso. Primero una pierna, después la otra. Entra en la jaula humana en posición de perrito con las rodillas y las manos apoyadas en el suelo. Su mirada inspira lástima y hasta intimidación. Se mueve de un lado a otro, se tira, vuelve y se levanta.
Dos integrantes del grupo toman la vocería, invitan a la gente bajo la consigna de que “todos hacemos parte de esto”. Les explican un poco lo que van a hacer a continuación. Cuestionan a quienes están como espectadores, los culpan por hacerle eso a los animales. Les dicen que no tienen la valentía para marcarse, pero sí para pagar por marcar a otros seres con su consumo de carnes y demás.
Por ser domingo el paseo peatonal se llena de los toldos y el lugar es visitado más que todo por familias. Leidy Martínez apoya su canasta en un banquito, mientras deja que su hija de cuatro años y medio deambule frente al performance. Ella se acerca para preguntarle qué es eso, que por qué lo hacen y sin tapujos le responde que así sufren los animales. Leidy, con siete meses de embarazo, asegura que no le importa que su hija vea eso.
Pero la niña no está sola, aproximadamente 15 menores de edad, sin contar los que pasan de la mano de sus padres y no se quedan allí, están viendo cómo cogen entre dos a Ana para acercarla a donde están calentando el hierro. La acuestan boca abajo. Hacen presión sobre su cabeza y sus piernas para que no se levante. Una de las chicas que había tomado la vocería al principio ahora es quien tiene en sus manos el número 269. Fue más el tiempo en que tuvo sus dedos de los pies encogidos haciendo fuerza que el que tardó el ambiente en oler a carne quemada.
La tomaron nuevamente y la tiraron sin pudor a menos de un metro de donde estaban las personas. El grito que emitió, que más bien fue como un gemido de animal, hizo llorar a una niña de un año, a quien su mamá intentaba llevarse y a la vez devolvía el rostro para no perderse lo que seguía. Otros tres hermanitos corrían alrededor y uno de ellos decía a modo de chiste: “¡Uy! ¿Quién sigue, quién sigue?”. Ana, con la cara aplastada contra el cemento, tenía los ojos enrojecidos de dolor. Sin embargo, allí estaba, inmóvil, con una marca para siempre en su cintura.
Luego, a Norwan, otro integrante, le rompieron su pantalón militar con unas tijeras y lo marcaron en la pantorrilla. Por último, a Alejandra García la marcaron en el muslo. Ella vino desde Bogotá para apoyar el evento. Allá ya había participado marcando a otros, pero nunca se había marcado. Afirma que lo pensó mucho y estaba segura de hacerlo. Es su forma de reafirmarse con la lucha.
Espera que con este acto la gente cree empatía con los animales y puedan tomar consciencia al respecto. Por lo que no niega la posibilidad de volver a hacerlo.
El evento a los ojos de muchos de los que lo vieron fue extremo y, además, no tuvo un gran efecto, pues si mucho cincuenta personas entre quienes pasaban o se quedaban vieron el performance. Además, no hubo presencia de medios de comunicación. A diferencia del que se realizó en Tel-Aviv y en el resto de ciudades, este no tuvo tanta visibilidad para la ciudadanía. La empatía que pretendían generar probablemente se disolvió en el efecto traumático que vivieron esas personas, a quienes las afectó por el olor, los sonidos y, sencillamente, por lo que veían.
¿Por qué unos no se marcaron?
Desde el principio a Andrés Felipe Aristizábal se le veía sonriente de un lado a otro, ayudando a sus compañeros a preparar todo. Llevaba una falda negra ceñida al cuerpo y un sombrero de gamuza redondo. A todos les preguntaba si se iban a marcar, pero él no se pensaba marcar “por cobarde”, dice él en un tono medio serio, medio en charla.
Andrés cree que hay procesos para todo y que quienes no se marcaron quizá algún día lo harán, pero ese no era el momento. Tan solo lleva tres meses en Grito Animal. Antes no había pertenecido a ningún otro grupo, pues consideraba que estos simplemente se dedicaban a tratar de reducir el daño y no a acabar con él.
Además del miedo, tiene como premisa de vida no hacerles a otros lo que no quisiera que le hicieran y por eso no marca ni se deja marcar. Es consciente de que ello no va a cambiar al instante la situación que viven los animales, pero cree en la sensibilización que puede generar en las personas. De hecho, considera que los niños presentes deben ver eso, pues “la mayoría desconoce esa realidad, sus padres no se las muestran porque no les ha importado o porque no les parece injusto”, agrega.
Aristizábal afirma que “no hay nada más extremo que matar a otro ser”, por ello no descarta la posibilidad de marcarse algún día o de repetir el evento. Asegura que no han hecho acciones de mayor impacto, como incendios o liberaciones de animales y que simplemente se han dedicado a volantear y a protestar pacíficamente, con lo que se contradice frente a la crítica que le hacía a otros grupos de la lucha animalista. Pero su “no” es un poco dudoso y hace un gesto con sus labios que dice: “no puedo hablar de eso”, se los aprieta y se queda mirando al vacío, esperando que la conversación termine.
Ponerse en la piel de los animales
Anima Naturalis es también un grupo abolicionista. Aunque su pedagogía tiene una base cognitiva, en la que informan a las personas las actividades a las que están expuestos los animales; posteriormente los involucran en la parte afectiva para que se pongan en el papel del animal, por ejemplo tuvieron un acto que se llamó “Ponte en la piel del toro” en el que un grupo masivo de personas semidesnudas se exponían bajo el sol y simulaban que les clavaban banderillas como a los toros y por último, después de que cada quien decida si está o no de acuerdo, hay un empoderamiento que termina en una acción específica.
Sin embargo, son simplemente representaciones simbólicas. Nunca han llegado a vulnerar la integridad física de quienes participen en sus diferentes eventos. A pesar de su estilo de trabajo, consideran que 269 Life es una estrategia respetable y que tiene validez en tanto es un sufrimiento que no hace excepción de especie. Además, saben que quien lo haga lo ha pensado bastante y es consciente de lo que va a hacer.
Allí solo se evidencia una parte del proceso: la marcación con hierro y por eso no lo consideran extremo. “Cómo estamos viviendo ahora en el planeta tierra, eso sí es extremista: acabando con los recursos naturales, la tala de bosques indiscriminada, las licencias ambientales que dan, la poca regulación que hay para los derechos de los animales”, afirma Edisson Duque, coordinador en Medellín del grupo.
Pero agrega que “el acto es fuerte, es contundente”. Para esto, según Duque, debe llevarse un proceso individual de cambio, en el que se reconstruyan los pensamientos y las acciones, lo cual toma tiempo, un tiempo que, según él, debe llegar pronto. Si bien Anima Naturalis no se involucraría en ese tipo de estrategias, considera que hay que respetar lo que haga cada movimiento animalista, porque todos son una voz de aliento; por el contrario, “hay que contrarrestar los zoológicos, las peleas de gallos, las corridas de toros, los animales de abasto para la ganadería”, puntualiza.
Una revolución sin sangre, pero con trascendencia
Por su parte, La Revolución de la Cuchara siempre le ha apostado a una revolución sin sangre tanto de los animales como de las personas. Han trabajado bajo el principio de la no violencia y la pedagogía. Alfredo Madrid, uno de sus representantes, no comparte el acto del 269 Life y no lo haría, aunque le parece que como protesta es totalmente válida. Tampoco le parece extremo, aunque sí doloroso: “Me parece más extremo lo que está pasando en las granjas, lo que le pasa a los animales todos los días y, sobre todo, porque la gente lo avala”, comenta.
Alega que para muchos todo se reduce al instinto cuando los animales lloran o intentan huir, pero para él se trata de que también les duele y reaccionan a esa sensación. Mientras que “el que se marca está consciente y se presta para eso”, dice Madrid. Sin embargo, aclara que este acto debe tener alguna repercusión así sea local y para que tenga sentido, debe ser multitudinario y contar con la presencia de medios de comunicación.
Al respecto, afirma: “Si no fue mediático, si el mensaje no le llegó a la mayor cantidad de gente posible, para eso yo me haría un tatuaje mucho más visible y estético, que a donde lo lleve me pregunten y yo pueda contarles del asunto; pero la marcación es más por un ego personal de poder decir ‘me marqué y protesté’ y eso es todo”, afirma.
Madrid añade que el activismo siempre debe buscar algún resultado así sea inmediato o a futuro, mientras que del 269 Life en Medellín no vio videos ni noticias. Es más: cuenta que algunos pensaron en ir, pero que el grupo organizador se encontraba muy reacio, por lo que se pregunta: “¿Cuál es la gracia de esto si vamos a prohibirle la entrada a los demás activistas? Sea porque se quieren marcar, por ir a ver o a hacer un registro”.
¿Dónde queda el arte?
Actos como los del 269 Life podrían llegar a considerarse como un performance artístico. Mónica Saldarriaga*, artista plástica advierte que “el arte -intencionalmente o no- es político, en cuanto a que manifiesta posiciones específicas de individuos y colectivos frente a las formas de poder”.
Así pues, el arte podría tomarse como herramienta para dar a conocer, como dice ella, la esfera sensible del asunto y de esa forma, involucrar al receptor integralmente.
Si bien Saldarriaga es consciente de que la intención de 269 Life no es artística, cree que podría considerarse arte en tanto que guarda el lenguaje del gesto propio del performance por medio del cual la participación del receptor es puramente sensible. Además, el uso de simbolismos permite el reconocimiento de la subyugación animal. Para el caso, dice la artista, el receptor se conecta en primera instancia con la persona que actúa y con las demás especies maltratadas.
“El arte tiene la capacidad de transmitir elementos del asunto tratado que, a través del diálogo puramente racional, serían difíciles de difundir”, afirma la artista plástica, para quien el arte conduce de la objetividad a la subjetividad y permite la apropiación del mensaje de cierta ideología por la experiencia singular que solo el arte puede crear.
Para ella este tipo de actos “pluralizan los matices que se perciben de ella” (de la ciudad), es decir, en su opinión los habitantes reconocen, adoptan o transforman las dinámicas que se hacen visibles allí. “Todo lo anterior enriquece la cultura”, agrega, y a su modo de ver beneficia la estética visual de la ciudad.
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*Mónica Saldarriaga Vásquez: Maestra en Artes Plásticas de la Universidad Nacional, actualmente estudia animación digital y trabaja en sus proyectos artísticos personales.
Fotografías de: Laura Restrepo.