Columnista:
Leonardo Goez Ramírez
Álvaro Uribe Vélez es el modelo ideal de hombre colombiano: un padre exigente e intransigente, pero protector. Es un hijo estrella, estudioso, trabajador, pero vengador. Un macho paisa que no se deja, pero que saluda, se toma el tinto y le conversa con, como lo dijo Virginia Vallejo, sus gafas de seminarista que inspiran confianza porque es un muchacho de buena familia. Así ganó su primera presidencia, presentándose como el patriarca déspota, pero necesario, que iba a salvar a Colombia en un momento en el que, la verdad sea dicha, necesitaba ser salvada.
En este país el campo resiste porque ese es el papel que le hemos delegado, pero en el momento en el que la violencia política toca las ciudades el pánico se apodera de todas las decisiones. En el 2002 el conflicto armado nos tenía ahogados y la discusión nacional solo se presentaba alrededor del objetivo de restablecer el orden y la seguridad. Cualquier otro tema estaba fuera de la discusión porque carecía del carácter de urgencia que tenía este tema. Uribe, estaba consciente de eso y callaba cualquier cuestionamiento que se le hiciera como el padre que dice, con toda la autoridad del hombre de la casa: «yo soy su papá y punto». Porque era eso o volver a las pescas milagrosas; no había puntos medios en su discurso y en su estrategia de gobierno.
Colombia entendió la política de la seguridad democrática con los falsos positivos, con las ejecuciones extrajudiciales, con los estados de conmoción interna, con la Operación Orión, como una opción menos dolorosa a la violencia que se venía dando desde los noventas. Si tuvo razón o no es algo que no se discutirá aquí porque el hecho es que nosotros ya no nos encontramos en esa encrucijada. Para bien o para mal los diálogos de paz le brindaron la oportunidad al país de centrar su atención en temas que antes eran ignorados porque no eran prioridad o que cuando se intentaba hablar de ellos la represión ahogaba la posibilidad de discusión.
Uribe, que es Duque para términos prácticos, cree que aún gobierna el mismo país de hace casi veinte años: un país indefenso que hacía caso por miedo, que estaba muy cansado de luchar consigo mismo para luchar con el Estado, que ante las balas del ESMAD y de la Policía buscaba refugio en la indiferencia. No se ha dado cuenta de que 20 años después está frente a un país al que las balas del ESMAD, más que miedo, le da rabia, una digna rabia que termina por legitimizar una lucha que él intenta satanizar con caricaturas de lo que lo hizo ganar la presidencia en el 2002: la guerrilla y el terrorismo. Fantasmas de un pasado que nos duele pero no nos detiene.
Al final del día las arengas que se escuchan en las calles son sabias: el Estado es un macho opresor. Al menos Uribe lo es porque hubo un momento en el que se lo exigimos, en el que no veíamos otra alternativa política más allá de la mano firme, corazón grande, casi que una réplica del «yo le pego porque lo quiero» que repiten los papás que abusan de sus hijos. Pero siempre llega el momento en el que hasta el más sumiso de los hijos se rebela y en el que hasta el más totalitario de los padres entiende que ya no es más que un viejo que no tiene poder, ni siquiera sobre él mismo.
uribe debe irse a cuidar los nietos, ya es un viejo torpe, estupido que deje los jovenes gobernar este pais, que entienda que su cuarto de hora ya se termino