Columnista:
Germán Ayala Osorio
Debido al registro de los hechos violentos en los que están comprometidas instituciones del Estado colombiano, en el contexto de la actual protesta y estallido social, el hecho que da vida a esta columna se quedó en el tintero. Hoy sale a la luz.
En la estéril, pero defendida lucha contra el tráfico de drogas, la caída de cargamentos o la captura de mafiosos, traquetos o lava perros, suele ser noticia en los grandes medios masivos y servir para que voceros del gobierno y generales de la Policía Antinarcóticos saquen pecho ante las cámaras.
Pero con la reciente incautación en la isla de Providencia de una avioneta cargada con más 400 kilos de clorhidrato de cocaína, el hermetismo y el mutismo de los voceros del Gobierno y de los oficiales de la Policía Antinarcóticos llaman poderosamente la atención.
En medio de una consistente y legítima protesta social y de la creciente mala imagen que tienen tanto la Policía, como el actual Gobierno, y en general todas las instituciones oficiales, ese decomiso bien pudo servir a quien funge, nominalmente como presidente de la República, para levantar su voz e indicar que a pesar de todo, su país está comprometido con la lucha contra la producción y comercialización de drogas. Claro, él no dirá jamás que aquella solo sirve para extender en el tiempo la sumisión ante los intereses de Estados Unidos. También pudo aprovechar el hecho, para exaltar la labor del policía o de los policías que dieron el golpe, al parecer, en virtud de un soplón que informó del cargamento. Pero tampoco lo hizo.
La aberrante e histórica corrupción público-privada en Colombia, que compromete a familias prestantes, cuyos miembros se presentan como «gente de bien», es uno de los motivos por los cuales millones de colombianos salieron a marchar y a tomarse las calles, indignados por ese ethos mafioso que se incrustó en la sociedad. Pues bien, los voceros del alto gobierno debieron salir a gritar, a voz en cuello, que no tolerarían ningún acto de corrupción, aludiendo de manera directa, a un hecho cuya trascendencia mediática solo ha servido para golpear la imagen de la esposa del dueño de la avioneta. La aeronave es propiedad de Miguel Jaramillo, esposo de la comediante, Alejandra Azcárate. Al ponerse el foco en la figura de la señora Azcárate, se deja de lado un asunto más importante y delicado aún: que la aeronave decoló del aeropuerto de Guaymaral, en el que opera la Policía Antinarcóticos. Pero no. Total hermetismo y un sospechoso silencio.
A lo anterior se suma, el mutismo de la Embajada de Estados Unidos en Bogotá frente a un hecho que claramente desdice del real compromiso de Colombia en la guerra contra las drogas. Imagino que las presiones del gobierno de Biden se harán por los canales internos establecidos, para no ahondar en la crisis de credibilidad, legitimidad y gobernabilidad por la que hoy atraviesa el Gobierno colombiano y sus autoridades.
El episodio de la avioneta incautada con el alijo de droga me confirma lo que muchos colombianos sospechamos: que la lucha contra las drogas no solo está perdida, sino que es irreal. Dirán sus defensores que cómo va a ser irreal si de manera cotidiana caen submarinos, camiones, avionetas y laboratorios para el procesamiento del alcaloide. Quizás esas capturas sirvan exclusivamente para asegurar que otros envíos «coronen», es decir, que lleguen a los mercados de Estados Unidos y de Europa, especialmente. Serían una especie de «peajes» que deben pagar los narcos, para que no se note la complacencia de miembros de las autoridades norteamericana y colombiana con el ilícito.
Como se indicó, y según versiones periodísticas, detrás de la captura de la avioneta en mención, estaría el aviso de un soplón. Pues bien, habría que preguntarse qué falló en el proceso de «engrase» de las ya establecidas cadenas de corrupción que aseguran el envío de toneladas de clorhidrato de cocaína desde Colombia, para el mundo. Lo que sí es claro es que algo huele muy mal en Guaymaral y al parecer, su hedor y pestilencia lo están soportando muy bien en la Aerocivil y en la Casa de Nari.
Artículos como estos contribuyen a descubrir a los verdaderos truhanes que han convertido al país en una pocilga y ellos con su lema de que son «gente de bien».- ¡qué tal!
y a todas esta, qué dice el director de la Policía Antinarcóticos de Guaymaral????, que todo fue «A SUS ESPALDAS»??? jajajajajajajajaja