Columnista:
Juan Alejandro Echeverri
Un anciano blanco de 78 años, acusado de abuso sexual, millonario, y neoliberal ortodoxo, es el nuevo hombre más poderoso del mundo. Y su rival, un hombre blanco, xenófobo, racista, mitómano, humillativo, ególatra, multimillonario, fascista, burdo, y ficticio, consiguió 71 millones de votos en las recientes elecciones presidenciales de Estados Unidos, casi 10 millones más que en las presidenciales de 2016, siendo así el segundo candidato más votado en la truculenta historia de los Estados Unidos de América.
El conteo terminó, pero el show imperialista continúa. Si el amo deja de ser venerado y estar en el centro de atención, deja de ser dios amo todopoderoso. Pasamos de la tensión, de las sumas y restas, a las celebraciones y la futurología. Que no debemos condenar a Biden por su senectud, dicen algunos. El anciano es sabio y las alusiones a su edad son muestra del desprecio de mi generación por los viejos, rematan. Pero olvidan que ni la vejez –ni nada– es positivo per se. Cierto es que los mayores y mayoras son un repositorio de conocimiento sagrado invaluable. Como también es cierto que, a veces, son diques contra el cambio y el progreso; fanáticos obstinados y orgullosos, embajadores de lo arcaico y del resabio. Mi abuela, por ejemplo, tiene un poco de ambas cosas.
El mundo avanza a punta de tropezones. Desorientado, irritado, frustrado, desencajado, preso del afán, dominado por sus propios inventos, hipnotizado por sus propias ficciones y por la viralidad de la estupidez.
Sorprende la festiva reacción de tantos colores con la victoria de Biden, el que supuestamente «viene a sanar a Estados Unidos y al mundo entero». Afortunadamente, quedan todavía quienes nos llaman a poner los pies en la tierra y nos recuerdan que Kamala Harris, la primera mujer inmigrante vicepresidenta de EE. UU., fue laxa con la violencia policial cuando se desempeñada como fiscal y además es cuestionada por su manejo de las cárceles y la criminalización de familias de bajos recursos.
Así pues, el verdadero halo de esperanza es saber que la memoria siempre encuentra puntos de fuga para recordarnos que Joe Biden fue el vicepresidente de Barack Obama, el primer presidente negro del imperio neoliberal y el mejor producto que haya inventado el marketing político en el siglo XXI; el presidente demócrata que envió más tropas a Afganistán que el republicano Bush, que deportó más personas que Trump, que apoyó el sionismo, que prometió cerrar Guantánamo y nunca cumplió.
Contabilizada ya la victoria, Biden dijo en su discurso que será un presidente que va «unir, no a dividir», y el mundo bienpensante cayó extasiado a sus pies. Estados Unidos es el precursor de esa vieja técnica: te vendo esperanza y progreso pero lo que realmente estas comprando es caos y devastación: es el embrujo autoritario del que habla un querido amigo. Casi 100 años después de que los yankees invadieran el planeta con su maldito sueño americano, pareciera que no hemos entendido que democracia es aprender a vivir con lo mínimo, y que en la política casi siempre gana el que sepa mentir mejor. Fueron precisamente las falsas verdades demócratas de Obama las que hicieron posible la presidencia de Trump. El magnate psicópata será recordado por la historia como el primer político que decía lo que sentía sin trucos retóricos ni amagues argumentativos, como el presidente estadounidense más transparente de la historia.
Al presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador le han sobrado críticas por ser uno de los pocos presidentes latinoamericanos que no ha felicitado al redentor Joe Biden. Razón tiene Carolina Sanín al señalar lo mucho que odia el latinoamericano –y el mundo– la libertad. «Lo único seguro es que Estados Unidos seguirá decidiendo todo por nosotros […] Lo menos malo parecería que sigamos siendo esclavos», decía Arturo Borrero, uno de los personajes de Tiempos recios, una de las últimas novelas políticas de Mario Vargas Llosa.
Al poder no se le mira ni se le juzga con benevolencia y piedad, porque así no es como nos mira él a nosotros. Sabrá Dios si sobreviviremos al capitaloceno gringo. Lo que sí es seguro es que seguimos habitando en la caverna, y como en unos años no habrá leña ni piedras ni árboles, tocará alumbrarnos con la linterna del celular, y estadounidenses como Biden y Trump nos convencerán de que esa es otra manifestación comprobada del fuego.